Revista Cine
Estandarte del cyber-punk tech-noir thriller
The terminator (James Cameron, 1984) fue un thriller de extraordinario impacto y notable recepción (dentro de la serie B: su continuación ya fue toda una superproducción) que desarrollaba una historia (una fábula sobre un futuro apocalíptico donde los humanos y las máquinas están en guerra, cuya acción acontece en…el presente, con el inicio de la guerra entre dos personajes, una máquina y un hombre) de una inteligencia y una plausibilidad por encima de la media dentro de la mayoría de producciones de similares características similares, y además lo hacía con un estilo y una solidez notables. Supuso el despegue definitivo a la carrera de su realizador, James Cameron, tras un desafortunado debut en la dirección con la italiana Piraña 2. Los vampiros del mar (Piranha 2. The spawning, 1981) y protagonizaba por un Arnold Schwarzenegger, el cual ya saboreaba las mieles del éxito tras protagonizar uno de los mejores ejemplos del conocido en los 70 y 80 como género de capa y espada, Conan, el bárbaro (Conan, the barbarian, John Milius, 1982), un actor fetiche del mejor segmento de la carrera de Cameron como Michael Biehn y Linda Hamilton, cónyuge de Cameron en la época.
Contextualicemos el génesis de The terminator: hoy en día no (curioso e irónico, dados los avances tecnológicos que tenemos y lo fácil que sería mandarlo todo a la mierda apretando unos botones), pero en la primera década de los 80 el pánico al invierno y al apocalipsis nuclear era una realidad. Los últimos años de la guerra fría ponían a Oeste (los USA) y Este (la URSS) en prácticamente igualdad de condiciones y, sin ir más lejos, el cine americano vivió unos años de propaganda que no se veían desde los años de la Segunda Guerra Mundial, ejemplarizados en filmes tan dispares aunque de una similar calidad- irrisoria- como la fantasía anarcofascista de Amanecer rojo (Red dawn, John Milius, 1984) o trasladado al deporte en forma de Rocky IV (Sylvester Stallone, 1985), por nombrar sólo dos de los más sangrantes. Existía en el ambiente la doctrina del MAD (Mutual assured destruction, o destrucción mutua asegurada, traducido al castellano): misiles norteamericanos apuntaban a la URSS y los misiles soviéticos amenazaban el american way of life de los yankees. Cualquier broma mal encajada por alguno de los dos bandos (o sea, algún incidente internacional no resuelto de la forma que convenía a los dos frentes) podía acabar con todo y con todos en cualquier momento.
Pero, de la misma manera que el miedo a la bomba atómica, tan presente en los años 60 y que la cultura popular neutralizó con la creación de superhéroes y mutantes, el fin de todotan presente en boca de todos en los primeros 80 supuso un filón tremendo para la literatura y, especialmente, el cine, en forma de revisiones de géneros como el western, el thriller, el bélico y, cómo no, la ciencia-ficción.
Si la ciencia-ficción cinematográfica de los 70 (la última edad de oro del género) se caracterizó por un quizás exagerado aunque magistral pesimismo- El planeta de los simios (The planet of the apes, Franklin Schaffner, 1968), El último hombre vivo (The omega man, Boris Sagal, 1971, según la novela Soy leyenda, de Richard Matheson, adaptada de nuevo con Will Smith en estos últimos años), Quinteto (Quintet, Robert Altman, 1979), Cuando el destino nos alcance (Soylent green, Richard Fleischer, 1974) o Nueva York, año 2012 (The ultimate warrior, Robert Clouse, 1975), por citar sólo algunos ejemplos- en los siguientes años 80 llegaría la influencia del cómic y la cultura trash y pop, aunque aún se inspiraba muchísimo en el holocausto nuclear tan presente en mucha sci-fi setentera y en el film que da título a este artículo, ejemplificada en diversas ramas, como la saga Mad Max (interesante su primera parte, popular la segunda y olvidable la tercera), la notable Los amos de la noche (The warriors, Walter Hill, 1979) y esa obra maestra que fue 1997: rescate en Nueva York (Escape from NY, John Carpenter, 1981).
En 1983, el presidente norteamericano Ronald Reagan (uno de los más conservadores, o directamente facha, de la historia de la política norteamericana) inyectó una burrada de dinero en un programa de defensa conocido popularmente como la guerra de las galaxias, que consistió en crear un escudo protector que contrarrestara cualquier iniciativa soviética, o sea, un Skynet (por encontrar algún paralelismo con la película del artículo) cutre. Aunque a Cameron ya se le había ocurrido la génesis de The terminator mientras trabajaba, en Roma, en la post-producción de Piraña 2
Así, The terminator se convirtió en un film que neutralizaba los miedos de la sociedad, quitándoles gravedad y transformándolos en algo divertido y emocionante.
En The terminator tenemos la paranoia, la ciudad, la noche, la atmósfera opresiva. Si le quitamos el elemento sci-fi (humanos vs máquinas y viajes temporales), queda como un thriller (lo de bajo presupuesto se sobreentiende, dada su banda sonora, estética y efectos) noir, urbano y tenso. La ciudad, la urbe, la metrópoli, según Cameron en The terminator, está tan estilizada y resulta tan fantástica como la ciudad en otro clásico de la época, y de mucho más prestigio social que el film que nos ocupa: Blade runner (Ridley Scott, 1982). Apreciamos las luces de neón y las calles húmedas.
Hablando en términos de producción, podemos decir que The terminatorpuede resultar incluso cutre, barata o de extrema serie B, atendiendo a su score, sus efectos especiales y, en general, su estética, que da la impresión de haber sido filmada rápidamente, en pocas semanas, prestando una justa atención a elementos como la puesta en escena o al montaje. Al menos en lo que a elementos técnicos se refiere, esto resulta irónico, pues James Cameron se ha caracterizado, más tarde, por ser un cineasta a la vanguardia de la evolución técnica, como demuestran Abyss (1989 y, para el que firma este artículo, todavía hoy su mejor trabajo), la propia continuación de The Terminator, Titanic (1997) o la madre de todas (a nivel técnico, claro), la insustancial Avatar (2009).
El Schwarzenegger del film dejaba todo el elemento humano en casa (la metafísica la dejó Cameron para la espectacular secuela-remake de principios de los 90, donde el terminator bueno- la máquina- se cuestionaba su humanidad), presentando al terminator malo- el único que había en la película- como una encarnación hercúlea del ser humano, una máquina-nunca mejor dicho- de matar, convirtiéndolo al final en simple chatarra, un esqueleto de metal lleno de cables.
Ya se ha dicho que este primer The terminator transita por los recovecos del thriller, pero su continuación, subtitulada El juicio final, se desarrollará por términos de la acción más explosiva aunque con retazos del western, todo ello aderezado por unos efectos que hicieron que la película fuera la más cara del momento en su estreno y que consiguió que aún hoy en día sus efectos impresionen, mientras el prestigio del film original se sustenta en la inteligente utilización de unos recursos limitadísimos, instaurándose no ya en un lugar destacado dentro del cine, sino también de la cultura popular.