Sado es uno de esos personajes de la historia coreana que siempre ha llamado mi atención. Uno de los primeros libros coreanos que leí fue El Imperio Eterno, de Yi In Hwa, que se adentra precisamente en la historia de la muerte del príncipe Sado. No os la voy a contar aquí por el momento, pero quizá cuando entregue los dos últimos manuscritos que tengo pendientes haga un repaso de lecturas y cree un apartado de «reseñas» de libros. Porque reseñar, lo que se dice reseñar, no lo hago. Solo comparto mis opiniones sobre lo que veo.
Mi interés por este desafortunado príncipe era tal, que leí las memorias de la esposa de Sado y madre del rey Jeongjo. El libro, publicado en España como Crónica de un lamento, habla sobre el incidente Imo (así es como se conoce al asunto de la muerte de Sado), pero la obra fue escrita muchos años después, cuando contaba ya con sesenta años y, a partir de ese momento, la modificó en cuatro ocasiones. En su última modificación, escrita tras la muerte de Jeongjo y adaptada para que su nieto, el rey Sunjo, conociese lo que le había sucedido a su abuelo y para hacerle ver que la familia Hong, a la que ella pertenecía, no había tenido nada que ver con la muerte del Príncipe Heredero, pues había sido acusada de instigar su muerte.
En realidad, no hay nada probado respecto a esta muerte, pues los archivos sobre Sado fueron destruidos y solo nos queda la memoria de Hong Hyegyeong Gung, la esposa de este. Y esto es lo que refleja la película: los hechos probados, no se pierde en los «y si» o «quizá».
La vida del príncipe Jangheon es muy triste, la verdad. Desde muy pequeño fue educado para convertirse en rey, encadenando horas y horas de estudio con la separación precoz de su madre (una concubina) para ser criado por la reina, tal y como dictaban las normas de la corte. Durante los primeros años de su vida, fue adorado por su padre, pues daba muestras de una gran inteligencia. Sin embargo, tras la prematura muerte de la princesa Hwapyeong, el rey se desentendió de su hijo, que tenía entonces diez años y ya se había casado con la madre del rey Jeongjo. El príncipe desatendió sus estudios y se centró en el arte militar. A los quince años su padre le encargó una especie de regencia para ayudarlo a gobernar el país. Y aquí entran las controvertidas facciones Noron y Soron. En el momento en el que el Príncipe Heredero sentó su real trasero en el trono, los Noron se dedicaron a difamarlo. El rey Yeongjo no dejaba de regañarlo y humillarlo públicamente. Ejercía una gran presión sobre alguien que había vivido toda su vida tratando de alcanzar los estándares impuestos por su exigente padre. Que, por otra parte, debía serlo para dejar el trono en manos de su hijo.
Tras este incidente, y teniendo que caminar de puntillas alrededor de su padre, el muchacho comenzó a mostrar algunos problemas mentales. Se dice que mató a cortesana dentro de palacio, que secuestró a una monja budista y que huía del palacio para visitar distintos lugares del país sin decírselo a nadie y sin pedir permiso.
En 1762 la segunda esposa del rey persuadió a este de que eliminase al príncipe, pues los intereses de los Noron estaban en juego. El rey Yeongjo llamó a su hijo a su presencia y le dio la orden de suicidarse. Como el Príncipe no obedeció su orden, hizo que lo encerrasen en un arcón de arroz (que, por cierto, eran diminutos), donde falleció de inanición ocho días más tarde. Tenía solo veintiocho años. Tras su muerte, arrepentido por haber asesinado a su hijo, le dio el nombre póstumo Sado, que significa «pensamiento triste».
A la muerte del rey Yeongjo subió al trono su nieto e hijo de Sado, el rey Jeongjo. Decidido a vengar la muerte de su padre, hizo caer toda la culpa sobre la familia de su madre por no haber hecho nada para evitarlo. Parece ser que luego se arrepintió y lamentó haberlos acusado injustamente. Pero lo cierto es que hay mucho misterio alrededor del incidente Imo.
La película nos lleva a través de esos ocho días agónicos del Príncipe Heredero y, con el uso de escenas retrospectivas, nos cuenta como llega a verse dentro del arcón de arroz usando la perspectiva de ambos: la del padre decepcionado y la del hijo que sufre el desprecio de su padre por no ser capaz de cumplir sus expectativas. Pero, sobre todo, es la historia del sufrimiento de un príncipe que, en un momento dado, se ve absolutamente solo y desamparado ante la furia de su padre.
Hay que tener en cuenta también que el rey debía pisar con cuidado, pues del equilibrio entre las facciones Soron y Noron dependía su estancia en el trono y, por extensión, su vida y la de los suyos. En Haechi (serie de 2019) se puede ver esta cruenta lucha, pues él no había nacido con la esperanza de convertirse en rey y, de hecho, por ser hijo de una mujer de bajo linaje, ni siquiera era bien aceptado en la corte. Además, durante todo su reinado vivió bajo la sombra de una acusación: la de haber asesinado a su hermano para convertirse en rey. Aunque tengo entendido que lo ayudó a mantener el trono. Pero, en fin, con estas intrigas palaciegas una nunca sabe.
Lo que está claro es que este suceso es terrible y que el príncipe Jangheon murió de una forma muy injusta.
Tengo que decir que a esto es a lo que yo llamo CINE. Así, con mayúsculas. La banda sonora es grandiosa, las actuaciones magníficas, la ambientación insuperable, la post producción increíble, la fotografía inigualable… Es una película de diez. Una clase magistral de cine, sin duda alguna.
Pero, debo decirlo, es una historia muy triste, con una relación padre-hijo tremenda y durísima. Me recuerda un poco a la que representaron Guillaume y Gérard Depardieu en Aime ton père (2002) y que, al final, era muy similar a la relación real entre ambos (Guillaume Depardieu lo contó todo en su libro Tout donner (Plon, 2004)).
Esa relación abusiva, en la que el que ejerce el poder presiona al más débil hasta llevarlo más allá de sus límites resulta difícil y dura, pero, sobre todo, muy dolorosa. Cada vez que veo esta película lloro y lloro y lloro… En especial con esa escena final en la que esa comunicación sin palabras trasciende la pantalla.
En serio, me torturo una y otra vez sin necesidad.
La actuación de Yoo Ah In está mucho más allá de lo que puedo expresar con palabras. Es un actor excepcional y lo ha demostrado en infinidad de ocasiones, pero es que aquí parece haber alcanzado su plenitud.
En resumen, una película que recomendaría a cualquiera. El problema es que deja el listón tan alto, que las películas que vienen detrás no la alcanzan.