Revista Cultura y Ocio

The Turin horse

Publicado el 21 abril 2011 por María Bertoni

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Especial. Cobertura BAFICI 2011
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The Turin horse
Aunque dura cuarenta minutos menos que Aurora, The Turin horse parece duplicar la recientemente comentada película de Cristi Puiu. Con la exacerbación de los tiempos muertos, de una rutina inapelable, de una banda sonora tan implacable como la tormenta de viento que azota la casa de Ohlsdorfer e hija, los húngaros Béla Tarr y Ágnes Hranitzky nos sumergen en los prolegómenos de la locura ¿nietzschiana?

El caballo de Torino o Turín retoma la anécdota sobre el filósofo alemán que en las calles de esa ciudad italiana habría abrazado a un equino para salvarlo de los latigazos propinados por su dueño cochero. La reacción habría precedido -quizás anunciado- la debacle psíquica del autor de Así habló Zaratustra.

Apenas comienza la película y desde una voz en off, Tarr y Hranitzky rememoran el episodio y señalan el desconocimiento generalizado sobre el destino del caballo en cuestión. Enseguida lo vemos arrastrar una carreta que un fuerte torbellino se empecina en frenar y que un viejo conduce al hogar.

Sentados en las butacas de la sala, los espectadores sentimos la cara ajada por el viento, el olor a polvareda y hojarasca, la oscuridad fría de la casa de Ohlsdorfer e hija, la quemazón que provoca la papa recién hervida y servida. Mientras asistimos al film, nos enojamos con los directores por obligarnos a compartir la dura existencia de los personajes, por someternos a la rutina de levantarse, vestirse, buscar agua al pozo, repetir los exiguos desayuno y almuerzo, intentar sacar al caballo del establo, alimentarlo, mirar por la ventana, avivar el fuego de la estufa, desvestirse, acostarse.

Violines y chelos entonan una misma melodía a la par del sonido del viento. Sólo los escuetos diálogos entre padre e hija interrumpen la cruda letanía que refuerza la inevitabilidad de una rutina aplastante, alienante, mortífera.

Definitivamente, The Turin horse no es una propuesta apta para todo público. Dos horas y veinte de un relato por momentos asfixiante abruman aún a los cinéfilos sensibles a las actuaciones, a la fotografía y a la complejidad de una alegoría inspirada, siglo y medio después, por el genio nietzschiano.


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