La música dice que la libertad existe y que alguien no paga el impuesto al césar.
Le dieron el Nobel en 2011 a Tranströmer. Un viejo ausente, perdido en alguna remota aldea de la fría Suecia. Me activé. Enfundado en un abrigo de puercoespín —¡qué calor, qué calor!— asomé mi nariz torcida en librerías desiertas y concurridas bibliotecas públicas donde la gente se pelea por obtener acceso a Facebook. Olisqué las hojas nuevas pues el Nobel activó al empresario de papel. Una chica atrevida, Carolina Moreno, lo tradujo al lapao para Perifèric Edicions (La Plaça Salvatge, ojo al poema de la catedral, dios), algunos hombres valientes lo descifraron en español. ¡Banzai! La transmutación dejó la ribera adornada con magníficas poesías. Bien por la Academia de los explosivos. Por estos ciberbarrios doy testimonio de algunos poemas que me parecieron más cercanos que otros del universo de Thomas Tranströmer, a veces denso como el ámbar, siempre en síntesis, tránsito hacia el cemento del cosmos que nos rodea y nos empeñamos en no ver.
ALLEGRO
Después de día negro toco a Haydn y siento un sencillo calor en las manos.
Las teclas obedecen. Golpean dulces martillos. El acorde es verde, vivaz y sereno.
La música dice que la libertad existe y que alguien no paga el impuesto al césar.
Meto las manos en mis bolsillos haydn e imito a alguien que contempla el mundo con serenidad
Izo bandera haydn —eso significa: »No nos rendimos. Pero queremos paz.«
La música es una casa de cristal en la ladera Donde vuelan las piedras, ruedan las piedras.
Y las piedras atraviesan la casa rodando pero todos los cristales quedan intactos.
Visión de la memoria Una mañana de junio, demasiado temprano
para despertar, pero tarde para volver a dormirse.
Tengo que salir al verdor que está lleno
de recuerdos, y ellos me siguen con la mirada.
No se ven, se funden totalmente
con el fondo, camaleones perfectos.
Estoy a un paso de oírlos respirar
pero el canto del pájaro ensordece.
Versión de Roberto Mascaró
17 Blanca y negra, terca urraca, en zigzag va por el campo.
![]()
LA ESTACIÓN
Ha llegado un tren. Allí está, un vagón tras el otro,
pero no se abren puertas, nadie baja ni sube.
¿Acaso tiene puertas? Allí dentro hormiguean,
de aquí para allá, seres cautivos.
Por las inconmovibles ventanas observan.
Y afuera anda un hombre, a lo largo del tren, con una maza.
Golpea las ruedas, resuena débilmente. Salvo aquí:
aquí crece el tono incomprensiblemente: un golpe de trueno,
tañido de campanas de iglesia, tono de la vuelta al mundo
que eleva todo el tren y las mojadas piedras del paraje.
Todo canta. Esto lo recordaréis. ¡Continuad el viaje!

Thomas Tranströmer, el poeta transformador
