Limpiemos ahora a Toledo de aquellas capas sobrepuestas que ocultan las primitivas: despojémosla del rico ropaje de alcázares y palacios, templos y basílicas, hospitales y seminarios, con que se ha adornado paulatinamente: coloquemos en el lugar de los edificios actuales, simples cabañas o guaridas como de fieras, abiertas en los antros mismos de las rocas: volvamos a observarla desde las llanuras de la Vega, o sobre la ancha y elevada cordillera que la cerca, rodeada casi del Tajo, como ya antes la hemos visto, por una angosta entrada ofreciendo difícil acceso hasta la cumbre: hagamos todo esto, y retrocediendo con la imaginación a los tiempos de las rudas batallas y de los sitios obstinados, en que los combatientes luchaban entre sí brazo a brazo, sin la superioridad que dan las armas de fuego, encontraremos el pueblo celta, virgen y selvático, vigoroso y sencillo como sus costumbres, esperando los tibios albores de una era nueva, que le arrastre a la vida activa y arriesgada de otras razas más atrevidas y codiciosas.Antonio Martín Gamero. Historia de Toledo (1862)





