TIEMPO. Inédito 10 de febrero de 2012
En “El jardín de los senderos que se bifurcan”, plantea Borges una cuestión recurrente en su bibliografía: el tiempo. Insinúa el malvado que el ejecutor de una empresa atroz debe imaginar que ya la ha cumplido, debe imponerse un porvenir que sea irrevocable como el pasado. En el imaginario borgiano tal actitud corresponde a la fatalidad, pero no la del hado o del destino ciego, sino la fatalidad del poder. Schopenhauer es el primer pensador de Occidente que, meditando sobre el tiempo como un continuo, una linealidad –la flecha del tiempo-, introduce la experiencia oriental de la fatalidad, pero en una forma nueva: no es la fortuna, sino la del irrevocable poder de la voluntad de dominio. Borges intuye que tal tratamiento unidireccional está abocado al fracaso. En el mundo fantástico borgiano hay circularidad, un laberinto de infinitos caminos que se bifurcan, de infinitas posibilidades que se entrecruzan, se conectan o bien no llegan jamás a juntarse como dos líneas paralelas, para siempre volver a retornar, como en las mil y una noche. Es un tiempo que no está atravesado por el punto schopernhaueriano. Es geométrico, con multiplicidad de caras. Es laberíntico. En la mente del personaje central del relato, pone el siguiente pensamiento: “¿Yo, ahora, iba a morir? Después reflexioné que todas las cosas le suceden a uno precisamente ahora. Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos…, y todo lo que realmente pasa me pasa a mi”. Evoca aquel inverso mundo en el que la muerte precede al nacimiento. Quizá porque el variable centro geométrico de ese volumen temporal está situado en el yo. Esa percepción, siendo singular, no es todo ajustada a la realidad. El tiempo pasa, me pasa (se queda en forma biográfica), y deja arrugas de lo que fue y ya no volverá. En el mundo borgiano falta, a mi entender, la piedra de clave de la bóveda que dé sentido y sostenga ese universo imaginario, porque el tiempo que se nos ha dado es tiempo para amar. Si no, es un fluir sin sentido, lineal o geométrico. A todos, Cronos nos devora. El joven puede morir; el viejo ha de morir. Es la máxima. Pero si eso es todo en la vida, quizá sea un malhado. Entonces no hay nada. Es sombrío y afuera hace mucho frío. Es inclemente. Si, en cambio, el amor triunfa, si yo soy excéntrico a la geometría, si no soy un punto, mi vida tiene sentido porque cobra realidad en los demás. El hoy y ahora se convierten en lo más real. Es lo que está en nuestras manos, en el cambio más radical que el ser humano pueda experimentar. Y afuera, luce el sol radiante, y encuentra uno calor. El tiempo hay que redimirlo y le redención nunca se encuentra adentro, sino afuera. Por muy lúcido que parezca. No sería más que locura tomarse uno a sí mismo en serio: lógica o ilógicamente, pero carente de amor. Mera razón o sinrazón: que de ambas cosas se vuelve uno tarumba. Porque es ahí, en mi amor, en mi donación, donde se juntan el pasado y el futuro, el tiempo y la eternidad.