El Adviento es el tiempo litúrgico en el cual nos preparamos para celebrar la Navidad, como conmemoración de la primera venida del Hijo de Dios entre los hombres y, a la vez, un tiempo en el cual, mediante esta celebración, la fe se dirige a la segunda venida del Señor Jesús, al final de los tiempos. Por estos dos motivos, el Adviento es un tiempo de alegre y confiada espera.
VENIDA DEL SEÑOR
Ya desde los primeros años de la naciente Iglesia, el término adventus, se empezó a utilizar para designar la venida del Señor Jesús entre los hombres, en aquella doble dimensión de la que hablábamos anteriormente: su venida histórica en la Encarnación y su advenimiento glorioso para coronar su obra reconciliadora en el ultimo día. Ambos aspectos forman parte de un mismo misterio, se exigen mutuamente y se entremezclan continuamente, fundiéndose en una inseparable unidad.
El Adviento nos recuerda ante todo, la dimensión histórico-sacramental de la reconciliación operada por el Señor Jesús. El Dios del Adviento es el Señor de la historia, quien se encarnó en la Virgen de Nazaret, haciéndose en todo semejante a nosotros, menos en el pecado (Heb 4, 15), obteniéndonos el maravilloso don de la reconciliación (2Cor 5, 17s) . Él nos revela que Dios es amor (1Jn 4, 8), a la vez que nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana es el mandamiento nuevo del amor (Jn 15, 12; Gaudium et Spes, 38).
Asimismo, es en el tiempo de Adviento que se evidencia con mayor fuerza la dimensión escatológica, o de las realidades ultimas, del misterio cristiano. Aquella salvación operada una vez y para siempre, alcanza su plenitud al final de los tiempos, cuando el Señor se manifieste coronado de gloria y majestad. El Adviento, pues, nos recuerda que somos peregrinos y que caminamos bajo la guía de Santa María entre la primera venida del Verbo hecho hombre y la segunda y definitiva venida del Señor.
Sin embargo, la toma de conciencia de la dimensión escatológica trascendente de la vida cristiana no disminuye, sino que acrecienta la preocupación por perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana (Gaudium et Spes, 39). Cristo nos pide trabajar por un mundo más humano, en un legitimo anhelo por hacer más llevadera nuestra vida terrena, según su Divino Plan (Gaudium et Spes, 38), a través del servicio evangelizador a los hombres.
ESPERANZA Y CONVERSIÓN
Durante el tiempo de Adviento, estamos especialmente invitados a vivir la atención vigilante y alegre, la esperanza y la conversión. El Adviento celebra al Dios de la Esperanza (Rom 15, 13), viviendo con gozo la esperanza (Rom 8, 24s). La actitud de la esperanza es un rasgo que caracteriza al cristiano porque sabe que Dios es fiel y que en el Señor Jesús ha cumplido sus promesas (2Cor 1, 20). Ahora vemos como en un espejo, pero vendrá el día en que veremos "cara a cara" (1Cor 13, 12). La Iglesia vive esta espera con actitud vigilante y alegre. Por eso reza con gozo: " Ven, Señor Jesus" (Ap 22, 17.20).
El advenimiento del Hijo de Santa María, exige de parte nuestra, una actitud de continua conversión. El tiempo de Adviento es pues, una llamada a la conversión para preparar los caminos del Señor y acoger a ese Señor que viene a poner su morada entre nosotros (Jn 1, 14) y que vendrá nuevamente al final de los tiempos.
LA VOZ DEL PROFETA
En este tiempo litúrgico, aparecen con fuerza dos personajes bíblicos, característicos del Adviento. El primero de ellos es el profeta Isaías. Una antiquísima tradición ha introducido la lectura de este profeta, pues en él brilla con un resplandor especial la esperanza que confortaba al pueblo elegido durante los siglos duros y decisivos de su historia. Sus páginas, leídas durante el Adviento, constituyen un anuncio de esperanza perenne para los hombres de todos los tiempos. Juan Bautista es el último de los profetas y reasume en su persona y en su palabra toda la historia precedente. El Bautista encarna perfectamente el espíritu del Adviento, pues él es el signo de la intervención divina en favor de su pueblo; como precursor del Mesías tiene la misión de preparar los caminos del Señor ( Is 40, 3), de ofrecer a Israel el conocimiento de la salvación (Lc 1, 77s) pero sobre todo de señalar al Señor Jesús ya presente en medio de su pueblo (Jn 1, 29-34).
MADRE DE LA ESPERANZA
El Adviento es el tiempo mariano por excelencia, pues es durante el Adviento que se pone de especial relieve la relación y la cooperación de la Virgen de Nazaret en el misterio de nuestra reconciliación. La misma solemnidad de la Inmaculada Concepción, que celebramos prácticamente al comenzar el Adviento, no es una especie de paréntesis o ruptura dentro de la dinámica de este tiempo, sino que forma parte esencial en la recta comprensión del misterio. En efecto, María Inmaculada es el prototipo de la humanidad redimida y reconciliada, triunfante sobre el pecado, en Cristo Jesús.
Es pues en este tiempo de espera y de presencia donde aparece Santa María, ligada una vez más a la vida del Hijo. Ella es la Madre de la expectación, de la espera gozosa, pero es también la Madre donde la espera se convierte en presencia constante.
María nos enseña cómo debemos esperar y cuál ha de ser nuestra actitud para hacer presente en nuestras vidas y en el mundo al Hijo. Una vez más el Hijo nos lleva a la Madre y la Madre nos muestra plenamente al Hijo presente en su vida. En su espera hay presencia y la presencia impulsa y sostiene la espera del día definitivo.
Santa María, unida plenamente a Jesús en este tiempo de Adviento, nos lleva a seguir el mismo camino y a vivir este tiempo de fe, la esperanza cierta de una presencia del amor que ya esta con nosotros, pero que se realizará totalmente al final de los tiempos con la venida gloriosa de su Hijo Jesucristo.
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