Hace dos semanas, el presidente y el consejero delegado de Novagalicia Banco, José María Castellano y Cesar González-Bueno, pedían perdón mediante un anuncio en prensa: “Antes de nada, perdón”. Los nuevo directivos del banco gallego lamentaban las “malas prácticas” anteriores a su llegada a la entidad y demandaban disculpas. Lo hacían “por el error de haber comercializado preferentes entre nuestros clientes particulares sin suficientes conocimientos financieros, causándoles así tan graves problemas”. Igualmente, se lamentaban “por las abusivas indemnizaciones que percibieron algunos exdirectivos de las antiguas cajas” y “por algunas inversiones poco prudentes que se realizaron en el pasado”. “Hoy –señalaban– garantizamos que no volverá a acontecer nada semejante”. Esta petición de perdón no soluciona los problemas de la entidad, pero, al menos, el nuevo equipo directivo intentaba demostrar que su actitud era sincera, no recurriendo la sentencia de la Justicia gallega que obliga a la caja a devolver a un cliente el dinero que depositó para adquirir preferentes. La disculpa no satisfizo a todos los afectados, pero, al menos, fue moralmente aceptada. Aunque, ni el gesto, ni el ejemplo apenas cundieran en la sociedad.
En el terreno político, es de sobra recordada la frase del rey pronunciada el pasado 19 de abril, disculpándose ante los ciudadanos por su viaje de caza a Botsuana: “Lo siento mucho –dijo el monarca, saliendo de la clínica entre muletas–. Me he equivocado. No volverá a ocurrir”. El monarca prefirió comparecer medio minuto ante las cámaras, emitiendo diez palabras para pedir perdón, que emitir un comunicado solemne. Quizás fueron las tres frases más duras de pronunciar durante sus 37 años de reinado. Y, en un gesto sin precedentes en la historia de la Corona española, serio y triste a la vez, casi compungido, sin apenas mirar a la cámara, pidió disculpas públicas y entonó el 'mea culpa' por su viaje privado de caza mientras España estaba en el centro del huracán por la crisis de la deuda.
Andrea Fabra, la diputada del PP que hace dos semanas había lanzado en el Congreso la desafortunada expresión “Que se jodan”, justo cuando Rajoy anunciaba los recortes en las prestaciones por desempleo, tardó lo suyo en pedir perdón. Si Fabra hubiera pedido esas disculpas en los minutos siguientes al exabrupto el escándalo se hubiera minimizado. Pero era la primera vez que le ocurría y su orgullo inicial le llevó a creer que estaba por encima del bien y del mal. Hasta que, presionada por los suyos más que por su propia convicción de haber obrado erróneamente, enviaba una carta al presidente del Congreso, Jesús Posada, en la que pedía perdón por su desafortunada expresión.
Pese a estos raros ejemplos de ciudadanos con cierta responsabilidad en las finanzas y de políticos y que piden perdón por alguna pifia, es difícil encontrar otros casos en nuestra geografía. Porque, como muy bien dice F Quevedo en ‘El Confidencial’, “mientras la sociedad asista, entre indignada y estupefacta, al espectáculo de una clase dirigente instalada en sus despachos, con sueldos de directivos de empresas que superan las líneas rojas de cualquier referente moral, mientras sus compañías se hunden en el Ibex; mientras Telefónica renueve el contrato de 1,5 millones de euros del yerno del Rey y le pague un piso de superlujo de 1,2 millones de euros en Nueva York y además le blinde el despido con otros 4,5 millones de euros; mientras el propio monarca y su hijo anuncien que se bajan el sueldo un miserable 7% como si esa rebaja fuera igual para ellos que la que sufre un funcionario que cobra 1.000 euros al mes, no pueden sorprenderse de que la gente explote, se sienta engañada y busque alternativas vaya usted a saber en qué despiadadas manos de algún oportunista que se sabe al alcance de un discurso cargado de demagogia. Si eso ocurre, tendrán tanta culpa el PP como el PSOE, pero les estará bien empleado por haber vuelto la espalda a la gente, a la pobre gente que nunca tuvo ninguna culpa de haber llegado hasta donde se ha llegado, y a la que se le ofrece un futuro desolador”.
Revista Opinión
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