Revista Cultura y Ocio
A veces, las presentaciones de libros posibilitan asistir a un perfecto debate, ni siquiera organizado como tal, que trascienden el volumen en cuestión y lo ubica en el entorno que le corresponde dentro de una panorámica en la que pasaría como un título más que llega al mercado. Algo así ha ocurrido con la presentación del libro de poemas de José Martínez Ros, Adonais 2004, que escribe seis años después un poemario a modo de viaje iniciático en “Trenes de Europa”, editado por la Fundación José Manuel Lara.
Acompañado por los jóvenes escritores Joaquín Pérez Azaústre y Javier Vela que ya no sólo hablaron del poemario en sí mismo y sí de lo que quiere expresar con una obra a la que Pérez Azaústre califica de generacional, que hace que el autor transite y vaya dejando atrás tanto un tiempo como su propio nombre, el que le definió y que ahora ya no lo hace. Una metáfora, propia de poeta, que alude a la evolución del propio Ros como creador.
En días de presentaciones como la novela de Luis Mateo Díez, “Azul serenidad” (Alfaguara), “Inés y la alegría” de Almudena Grandes (Tusquets), el testimonio recogido por Paloma Sanz en “Amanece en París” (Temas de Hoy) o el recorrido sobre Las Austrias de María José Rubio en “Reinas de España” (La Esfera de los libros) entre muchas otras novedades, la poesía no suele hacerse un gran hueco en las noticias del día.
Y sin embargo este título, que cierra temporada en la colección Vandalia de la Fundación, habla también de temas vitales como la deslocalización, como apunta Azaústre, del propio individuo que se ve reflejada en esos trenes de los que habla Martínez Ros. Pero los poetas hablan con otro registro y transforman en verso las palabras oídas en el metro y una infancia en el pasado remoto de una reciente juventud que ya casi contemplan como madurez. Modernidad en el poema, porque forma parte del tiempo que vive y tradición de los poetas anteriores, de los que ha aprendido.