Editorial Anagrama.
200 páginas, 1ª edición de 2010, ésta 3ª de 2010.
El pasado 27 de mayo, viernes, se inauguró la Feria del Libro de Madrid, y como viene siendo habitual el acontecimiento fue celebrado por una tormenta. Después de que escampara, sobre las 7 de la tarde, me decidí a acercarme y saludar a mis editores de Baile del Sol, a los que puedo ver más o menos una vez al año, ya que la editorial se encuentra ubicada en las Islas Canarias.
Tuve una conversación agradable, durante más de una hora, con la editora Ángeles Alonso, y después me dediqué a pasear por la feria, con escasa afluencia de un público temeroso aún de la lluvia. En una de las casetas estaba Marcos Giralt Torrente (Madrid, 1968), del que no había leído ningún libro, pero cuyo nombre, desde hace una década, mantenía en mi lista de autores jóvenes españoles que me gustaría leer, al menos desde que ganó el premio Herralde de Novela en 1999 con París. Había leído de éste y sus posteriores libros buenas críticas en prensa, así como alguna entrevista al autor. También había leído en el Babelia reseñas que él hacia de otros libros. Recordé que el año pasado su libro Tiempo de vida recibió bastantes comentarios elogiosos en prensa y recientemente ha vuelto a sonar su nombre porque Giralt Torrente ha sido el ganador del premio Ribera del Duero, en su segunda convocatoria, otorgado a un libro de relatos, y entre los finalistas había nombres de la talla de Javier Tomeo o Marcelo Lillo. Este libro al principio se titulaba Cuentos de amor invertebrado, y al salir publicado se llama El fin del amor.Y Marcos Giralt Torrente, a pesar de su prestigio, estaba solo en la caseta, contemplando la tarde lluviosa con cara de aburrimiento, sin ningún lector que desease intercambiar unas palabras con él o que le firmara un libro. Y éste, pensé, es todo el triunfo de la literatura.
Hablé un rato con él y compré Tiempo de vida y El fin del amor. Con este último estoy ahora y el anterior lo acabé hace unos días.
Tiempo de vida no es propiamente una novela, aunque podría funcionar como tal. En ella Giralt Torrente, paralizado como artista por la reciente muerte de su padre, se propone exorcizar sus fantasmas y analizar la relación que ha mantenido a lo largo de su vida con su progenitor, una relación en ocasiones difícil y distante.
“Todo el mundo tiene padres y todos los padres mueren. Todas las historias de padres e hijos están inconclusas, todas se parecen.La vergüenza, los pudores. Los propios y los ajenos.El reto, lo nunca hecho. Hablar por primera vez con la voz propia. Una sensación nueva que aturde: no poder inventar” Escribe el autor en la página 13, y por tanto podríamos incluir Tiempo de vida en el género de la autoficción. En las primeras páginas el autor relaciona su libro con otros de autores que también hablan de la relación que mantuvieron con sus padres o del modo de enfrentar su muerte, libros como Mi oído en su corazón de Hanif Kureishi o Patrimonio de Philip Roth, que yo también he leído y con los que disfruté.
Marcos Giralt no usa casi ningún nombre propio para hablar de las personas de su historia, sino que utilizará circunloquios para evitar nombrarlos: mi padre, mi madre… y el insistente “la amiga que mi padre conoció en Brasil” (la figura que saldrá peor parada de una narración, que pretende ser, en principio, conciliadora).
Giralt Torrente, después de ponernos sobre aviso de las intenciones de su narración, gira su mirada hacia el pasado, hacia la época previa a su existencia, y reconstruye el noviazgo de sus padres gracias a fotografías o retazos de historias. Y tras su nacimiento en 1968 va desgranando recuerdos, en los que se muestra la relación con su padre, que empezará a vivir separado de su madre y de él, cuando aún el autor es un niño.El padre es pintor profesional y en algún momento Giralt Torrente parece intuir que la vida familiar ahoga a un hombre que prefiere su vida bohemia. Los encuentros y los desencuentros se van produciendo a lo largo de los años, los amores y los rencores.
La narración se va cuestionando a sí misma continuamente desde el presente narrativo. Así leemos en la página 47: “Ésta es una historia de dos aunque sólo yo la cuente. Mi padre no la contaría. Mi padre callaba sobre casi todo.Por momentos me asusta la responsabilidad. Intento prescindir de todo adorno, incorporar los recuerdos tal y como me vienen a la cabeza. (…) Hasta ahora no había escrito con mi propia voz. (…) Es una sensación nueva que me aturde. La ficción te permite decirlo todo. Con tu propia voz, en cambio, o bien tienes la tentación de callar, o bien echas de menos poder inventar.”
Aunque el texto no está dividido en capítulos sí se advierten dos partes principales: una que ocupa aproximadamente la primera mitad del libro y es el tiempo que podríamos llamar “anterior a la enfermedad del padre” y que abarcaría unos 40 años, y una segunda parte, que ocupa la segunda mitad y que correspondería al tiempo “posterior a la detección de la enfermedad del padre”, y que ocuparía unos 2 años en la historia.
En la página 135 Giralt Torrente escribe: “”Hay lugares que desconozco y lugares a los que no quiero llegar. Mi vista tiene que ser de pájaro.”
Y la relación esquiva, no exenta de rencor, de la juventud se vuelca en acercamiento y atenciones del hijo hacia el padre. El tiempo no es infinito, parece ser la esencia de esta novela (o autoficción) y los problemas del pasado en las relaciones familiares se pueden quedar sin resolver por la propia precariedad de la vida. No debemos perder el tiempo, parece concluir.
El estilo quebrado por continuas frases subordinadas y matices me ha parecido muy rico, propio de un escritor muy seguro, muy maduro; y a pesar de la duda metaliteraria, expresada por el autor, de que su impúdico relato pueda no interesar a un posible lector, creo que la narración sí ha conseguido sus objetivos: exorcizar los fantasmas del autor, homenajear a su padre y emocionar al lector con un experiencia vital tan íntima como universal, que tiene que ver con la reflexión sobre el propio origen y la creación de la identidad.