Seguro que les suena esta situación. Están en la cola del supermercado con una prisa terrible. Llegan tarde, como siempre, a hacer algo inaplazable: una reunión, recoger al niño del cole, la vida. Han bajado al súper porque están cansados de vivir peligrosamente y hoy han decidido comer comida. Va a ser una compra in extremis porque no tienen ni un huevo en la nevera.
De repente, ven con el rabillo del ojo cómo una reverenda anciana trata de colárseles por la derecha. Lleva unos yogures y un poco de pan, poca cosa, pero pretende colarse. Una se retuerce en la cola, hace por sonreír y, como le enseñaron sus padres, le cede el paso a la señora que sólo Dios sabe qué cuestión de vida o muerte debe atender.
Respira hondo y sigue con sus cosas. Aprovecha para comprobar sus WhatsApps, enviar un mail o escribir una nota con ideas para su próximo artículo. Pero, ¿qué nos pasa? ¿Por qué nos molesta tanto esperar? ¿Por qué es ver una cola y rebufar como si en los minutos de espera se nos escapara la existencia?
Este modo acelerado de ver la vida pasar, de negarnos disfrutar del aquí y ahora, del uso extremo de la tecnología nos está pasando factura. También en nuestro cerebro y en nuestra memoria a corto plazo. ¿No han caído en la cuenta de que ya no recuerdan cosas accesorias que podrán consultar más tarde a través de su smartphone?
Es el llamado ‘Efecto Google’ que modela nuestra mente. A cambio, nos volvemos más diligentes a la hora de procesar alternativas e, inconscientemente, somos más rápidos al decidir. Que nos equivoquemos más o menos ya es otra historia.
Pues bien, una marca de jamón cocido ha decidido hacer algo con todo ese tiempo que derrochamos en estériles esperas, y donarlo a cuatro ONGs. Ahora, del tiempo que donarán las iaias inquietas no dice nada.