Revista Espiritualidad

¿tiene sentido la vida ante la enfermedad y la muerte?

Por Maribelium @maribelium

¿TIENE SENTIDO LA VIDA ANTE LA ENFERMEDAD Y LA MUERTE?
Hace años hice una tesis doctoral titulada “Afrontamiento del cáncer y sentido de la vida”. Lo más importante de la misma no fue la montaña de datos que plasmé en un papel y que me valieron el título de doctora. Lo fundamental fue el encuentro con las personas afectadas por cáncer de pulmón que, a su manera, me daban cada día lecciones muy importantes. Y así lo dije en la defensa de la tesis, aunque sonara poco ortodoxo delante del tribunal (por suerte les gustó). Tenía que hacer un homenaje a esas personas tan generosas, que aún quedándoles muy poco tiempo de vida (en la mayoría de los casos), quisieron hacer una aportación a la ciencia, para que así pudiéramos ayudar mejor a otras personas en su misma situación.
Ellos me hablaban de como encontraban sentido a su vida, estando gravemente enfermos y viendo la muerte tan de cerca. Sorprendentemente, a pesar de lo mal que lo estaban pasando, muchos de ellos me contaban que, gracias a su enfermedad, habían aprendido a valorar más la vida, a diferenciar lo esencial de lo accesorio, estableciendo mejor qué era prioritario, etc. Les quedaba poco tiempo para perderlo.
Todos y cada uno de ellos me dieron lecciones sobre el sufrimiento, el dolor, la muerte. Muchos de ellos eran realmente los “doctores”, a pesar de estarlo pasando tan mal. Incluso se podía aprender mucho de los que sufrían porque no sabían encontrar, por sí mismos, un sentido.
Recuerdo a un hombre cubano, de edad media, que me decía que se sentía muy agradecido por participar en mi investigación, porque le ayudaba a pensar sobre sí mismo, a sentirse útil y a darse cuenta de que era una persona espiritual, aunque él fuera ateo. Su actitud era envidiable, por el optimismo con el que lo asumía y aprovechaba todo.
Hubo una persona que me dejó especialmente “tocada”. Era una chica de 28 años, con un cáncer de pulmón en estadio avanzado, con metástasis por todo el cuerpo. Le quedaba poco tiempo de vida; como mucho un par de meses. Iba vestida muy cuidadosamente, con colores muy bien escogidos y combinados con bonitos pañuelos que se ponía en la cabeza (pues había perdido todo el pelo por la quimioterapia). Cuando la entrevisté por primera vez, me preguntó si podía hacer algo más por los demás, que lo que exigía mi investigación y, me dijo que le gustaría hablar más veces conmigo, para aprender más cosas. Estaba de buen humor, sonriente y amable. Su mirada era muy profunda y traslucía mucha viveza interior y alegría. Resultaba difícil creer que estaba tan grave. Días después de la primera entrevista la volví a ver. Había estado rellenando algunos de los cuestionarios que tenía que usar para mi investigación. Nuevamente venía muy guapa y sonriente. Me dijo que había algunas preguntas que no había entendido bien. Le pregunté cuáles eran y me dijo que eran las que hacían alusión al sufrimiento. Le pregunté que era lo que no entendía y su respuesta resultó sorprendente. Me comentó que no entendía por qué le hacía esas preguntas, porque ella no estaba sufriendo. ¡No estaba sufriendo! Le pregunté si su situación de enfermedad, la quimioterapia, su calvicie, el dolor, o los bultos que le salían por el cuello no la hacían sufrir. Me dijo que no, que ella podía sentir dolor, pero no estaba sufriendo, pensaba en seguir disfrutando de la vida hasta el final y lo estaba consiguiendo. ¡Increíble! E increíble como fue su final (contaré más en el congreso para no extenderme aquí demasiado).
Éstas y otras personas me dieron muchas más lecciones magistrales. Y así, más allá de mi trabajo de investigación, fue como pude corroborar mi idea de que era posible encontrar sentido a la vida ante la enfermedad y la muerte. Algo que, durante el desarrollo de mi trabajo de tesis, se acompañó de pasar yo misma por la prueba de un diagnóstico de cáncer durante un mes (por suerte, parece que fue una falsa alarma). Fue duro, pero fue la mejor lección que tuve para entender como se podían sentir ellos y aproveché la situación para crecer, profundizar en el sentido de mi vida, profundizar en mi propia espiritualidad, ver de cerca la muerte, y quitar velos que me impedían ver mejor la realidad. Fue la parte práctica que me ofreció la vida, para ver en primera persona lo que estaba investigando. ¡Muy interesante! Aunque para algunos resulte increíble que pueda decir esto ante algo tan duro. Todo dependió de la actitud que adopté, y no fue fácil. Pero una vez conseguida, todo era mucho más fácil.
Con la relación con los pacientes y con mi propia experiencia pude crecer mucho y darme cuenta de qué era realmente importante y con sentido para mí. La situación me abrió la posibilidad de nuevas perspectivas y evolución personal.
Por todo ello sé por experiencia propia y ajena que la vida puede tener sentido (aunque cueste), ante la enfermedad y la muerte.
De ahí que, haya elegido este tema para mi ponencia en la Universidad de la Mística, en el Congreso que será el próximo fin de semana sobre “Sentido de la vida ante las crisis”. Es un congreso al que me hubiera venido bien asistir antes de pasar por todo esto, pues seguro que me hubiera aportado muchas cosas.
Así que os animo a apuntaros y a participar. Todos los que podáis asistir seguramente, también tenéis mucho que aportar con vuestras preguntas y vuestra presencia. De todas formas, intentaremos dejar lo esencial en Internet, para quienes no podáis asistir y esperamos que salga un libro de lo que transmitamos allí.
Entre tanto, sigo preparando mi ponencia y espero poder seguiros contando cosas en el congreso que puedan ser de vuestro interés.
Os dejo una frase para reflexionar, muy al hilo de lo que estoy contando:
El sufrimiento es el caballo más veloz para llegar a la perfección. Eckhart
El dolor no debe ser considerado como algo degradante, sino como una llamada a transformar nuestra vida, quizá humanizarla, desterrando formas equivocadas de vivir, y para conquistar estas parcelas que han quedado encubiertas o que tal vez desconocemos de nosotros mismos. Isabel Orellana (del libro: Pedagogía del dolor).

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