Una comedia romántica que aspire a triunfar en los Oscar (incluyendo las categorías estrella: película, director, actores protagonistas, guión) debe incluir una perspectiva poco habitual respecto al tema de las relaciones, la pedagogía de la ruptura y otros desastres sentimentales colaterales. Si no hay nada de esto y todo se fía al encanto de la historia de amor o de los protagonistas, al menos debería incorporar un enredo incremental que haga el trayecto más divertido y llevadero. El lado bueno de las cosas (2012) de David O. Russell consigue sortear con habilidad todas las oportunidades de convertirse en una buena película y, a la vez, no desperdicia la primera ocasión para apuntarse a lo previsible ultraconocido de eficacia probada.
La historia comienza lejos de los habituales planteamientos del género, con unos protagonistas guapos pero perjudicados en lo mental --meritorio Bradley Cooper (Pat) y perturbadora Jennifer Lawrence (Tiffany), la actriz de moda; ambos aspirantes a estatuilla-- y aunque sabemos cómo acabará la cosa nos preguntamos cómo se las apañará el director para encauzar la trama en la parte en la que debe fluir el encanto. Los secundarios --De Niro igualmente nominado-- también prometen, especialmente Danny (Chris Tucker), el compañero de Cooper, con sus histriónicas apariciones, o el terapeuta hindú... El planteamiento es el de un filme que busca petróleo en un argumento anclado en una realidad opuesta a lo habitual, repleta de oscuridades e imperfecciones.
Y ya está en marcha la cosa: los protagonistas se encuentran, descubren sus puntos de fricción, la historia se complica (como no podía ser de otra manera) para que se vean obligados a estar y hacer cosas juntos. Se quitan respectiva y mutuamente las vendas de los ojos que les impiden regenerarse en lo personal y en lo sentimental (él asumir la irreversibilidad de un divorcio con orden de alejamiento incluida; ella superar una adicción al sexo tras la muerte sobrevenida del marido), para luego empezar a encajar en pequeñas rutinas que sirvan de linimento para las heridas. Esta es la parte del proceso que a todos nos encanta contemplar, y si puede ser desde un punto de visto entre inédito y diferente no exento de encanto, intensidad y humor: disputas que en realidad son mero flirteo, citas que se encaran como si no fueran citas, confesiones que son en realidad catarsis. No es fácil conseguir todo de golpe, y lo cierto es que El lado bueno de las cosas promete buenos momentos desde el arranque, firmemente apoyada en dos protagonistas que desbordan la pantalla --especialmente ella, que traspira morrrrbo inconscientemente competente, el de mejor calidad-- y con un guión que parece algo seminuevo.
Estamos a mitad de película y surgen las primeras grietas: ya queda claro que el ritmo es demasiado lento, las escenas demasiado largas, sin aportar momentos entretenidos ni hacer avanzar la historia. Los secundarios son requeridos únicamente para determinados gags, no para dar más amplitud y realismo al guión. El argumento deriva peligrosamente hacia un Dirty dancing (1997) del siglo XXI. Las escenas entre los dos protagonistas son las únicas que mantienen el interés, el resto se puede anticipar sin problemas.
Último cuarto de película: catarsis familiar en la que Jennifer Lawrence presenta su candidatura oficial a novia, presentándose ante su chico y sus padres como una mujer valerosa, inteligente y enamorada. Todo un partido. Las tramas abiertas se retuercen hasta hacerlas encajar en un único escenario y en un único instante --su actuación en el concurso de baile-- en una especie de final sinfónico a lo Brian de Palma pero en versión blandengue. Las secuelas mentales de la bipolaridad, la anomia social, los problemas de adaptación, el tirarse a todo el que se menee, hace tiempo que han dejado de funcionar como elemento dramático, sin dejar secuelas visibles en los protagonistas. Los secundarios (que podían haber aportado un hito dramático intermedio) se convierten en meros comparsas. Y al final, cuando todo se descubre, después de que él la vaya a buscar en una calle solitaria repleta de luces navideñas (requisito imprescondible del género), todo el entorno disfuncional se transforma en armonía: los amigos en casa, los padres felices, Pat y Tiffany acaramelados en la mecedora... Uno no puede evitar la sensación de que El lado bueno de las cosas se echa a perder por un exceso de autocomplacencia, o por temor a quedar fuera de la taquilla si no afianza al final en los lugares comunes del público.
Y es que cuando el guión se diluye en los tópicos o en la repetición, sólo queda la química actoral, la única razón por la que El lado bueno de las cosas acumula tantas nominaciones. El resto, humo y poco más...