Es la bajada a las entrañas del mundo. Ahí la tienen. Pensé que estaría en algún lugar lejano y remoto, como Brooklyn o Kuala Lumpur, pero no, está aquí, en Madrid, a muy poquitas calles de mi barrio. Este dato es confuso porque si bien es verdad que lo hace mucho más cómodo por si alguna vez necesito bajar, también es verdad que le quita algo de glamour. En ambos casos creo que es entendible y aunque yo siempre he privilegiado la comodidad por sobre cualquier otra consideración, me parece que el glamour es una característica de la que no debería quedar exento un lugar tan especial como este, con la enorme importancia que tiene para toda la humanidad: nada más y nada menos que la bajada al mismísimo centro de la Tierra, donde anidan los problemas y las soluciones, el todo y la nada de nuestra existencia, el bien y el mal en estado puro. Allí donde cohabitan los tinieblos y los luciérnagos, enfrascados en su eterna lucha por poseer los más importantes secretos del alma de los seres humanos.
El caso es que, después de encontrar la entrada, me dieron ganas de bajar, naturalmente y mucho más al comprobar que estaba abierta, pero sentí de pronto una extraña inquietud acompañada de un repentino malestar estomacal y de un sudor frío bastante desagradable. Osea que, en tres palabras, me dio miedo. Decidí, por tanto, esperar a ver qué sucedía y me oculté por los alrededores, concretamente en el bar “Juani” desde donde tenía una vista privilegiada de la entrada y además ponían unos aperitivos enormes con cada consumición. Me aposté tras una copa de vino tinto y unos berberechos y me dispuse a no quitar ojo de mi descubrimiento, que “quien poco se fija, poco va a descubrir”, un refrán de cosecha propia, ya que mi gran afición desde hace mucho es inventar refranes.
No sé cuánto tiempo después alguien me despertó. Al parecer, la emoción de mi hallazgo unida a la falta de desayuno y las dos o tres copas de tinto mientras esperaba, me habían dado sueño y me había quedado completamente dormido. Me preguntaban si me quedaría a comer porque necesitaban la mesa para otros clientes y además estaba dando mala imagen al local que aquello era un bar respetable y no un antro de mala muerte donde vienen los borrachines a dormir la mona a la una de la tarde.
Pedí algo de comer y seguí atento (“estómago vacío: ideas pocas y seco el río”, otro más de mi invención) hasta que ocurrió lo que estaba esperando. Esto:
No me dio tiempo a fijarme si el hombre estaba entrando o saliendo, si iba o venía. Todo por culpa de los malditos callos que me estaba comiendo que me tenían tan enfrascado que olvidé por un instante las labores de vigilancia, algo imperdonable en un momento como aquel. “Quien no se apresta en el trabajo, poco cobra y mucho p´al carajo”, pensé. Me merecía aquel refrán en aquel momento, aunque sonase muy duro. Los refranes fuertes no solo estaban de adorno o para aplicárselos a otras personas sino que a mí también me los podía auto decir. Me gustaba ser inflexible conmigo mismo como lo hubiera sido con cualquiera. Pero, al menos, tomé la foto.
Y luego nada. El tipo se quedó ahí mismo durante un par de minutos, sabiéndose descubierto por mí. No se atrevía a subir o bajar. La indecisión fue más fuerte que él y se quedó paralizado.
Finalmente no supe qué hizo puesto que tuve que apartar la mirada un instante para ocuparme de un trocito de morcilla que había quedado pinchado en el tenedor antes de hacer la foto y al devolver la mirada a la escena ya no había nada. Estaba todo igual, con la salvedad de que el martillo había desaparecido, así que seguro que se lo había llevado aquel ser extraño. ¿Sería un tinieblo? ¿O tal vez un luciérnago? Creo que nunca lo sabré porque al terminar los callos me volví a quedar dormido y al despertar ya estaba otra vez cerrada la tapa del mundo. Había perdido una ocasión única de saber algo más sobre aquel importantísimo asunto que afectaba a toda la humanidad y todo por no haber descansado bien por la noche. Ya se sabe aquello de “Sueño ligero, días soñolientos”.
Por otro lado en el bar “Juani” no me dejaron entrar nunca más porque decían que era un dormilón, así que me quedé sin puesto de vigilancia. Pero no me importa. Pienso continuar investigando y mucho más ahora que tengo pruebas irrefutables de la existencia de los tinieblos y los luciérnagos.
Que no se crean que van a controlar y dominar el mundo desde las entrañas mismas de la Tierra porque yo les pienso sacar a la luz y pararles los pies. Aquí se terminó el oscurantismo y las decisiones tomadas en lugares oscuros y fríos. Queremos un nuevo tiempo donde todo se haga de manera transparente y con la convicción de que los seres humanos no somos imbéciles y merecemos ser tratados de la mejor de las maneras. Poco a poco lo vamos a conseguir. Entre todos.