Revista Cine
Ante el inminente estreno de El Espía que Sabía Demasiado (Alfredson, 2011), me di a la tarea de releer la novela original de John le Carré conocida en español como El Topo (1974) y revisar, esa sí por vez primera, la legendaria serie televisiva de la BBC Tinker, Tailor, Soldier, Spy (GB, 1979), dirigida por el artesano inglés John Irvin -acaso lo mejor que ha hecho en toda su carrera- y protagonizada por Alec Guiness en el papel del cerebral pero grisáceo espía cornudo George Smiley. Smiley es el personaje emblemático de le Carré: protagonista de cinco de sus novelas, aparece como personaje secundario clave en otras tres más. El Topo, de hecho, es la tercera novela protagonizada por Smiley y, según algunos críticos, la mejor de todas -en lo personal, me sigo quedando con el primer libro, Llamada para el Muerto (1961), que fue adaptado al cine con ese mismo nombre en 1966 y dirigido por Sidney Lumet, con James Mason como Smiley.El Topo es una novela farragosa, repleta de nombres, hechos, fechas, alusiones, inferencias. Los espías de le Carré son la antítesis de James Bond. No hay nada de glamur ni de heroico en su trabajo. Se trata de una chamba oscura, absorbente, apta para obsesivos y solitarios. Se repiten a sí mismo que es necesaria aunque su convicción sea puesta a prueba, por ellos mismos, en cada instante. En el libro hay poca acción: Smiley tiene qué descubrir, revisando expedientes, archivos, papeles y más papeles, quién es "el topo" -o sea, el traidor- en el MI6, el servicio de inteligencia británico. El asunto es serio: el jefe del espionaje ruso conocido como Karla, pudo incrustar desde hace tiempo a su propio espía en el MI6 y la lista de sospechosos es muy corta. Smiley sabe que "Gerald" -el nombre clave del "topo"- es alguien que tiene acceso a muchos secretos porque se encuentra muy arriba en el organigrama. Con calma, revisando papel tras papel y llevando a cabo varias entrevistas a lo largo del libro, da con el traidor que, visto en retrospectiva, no podía ser más que uno. La "dramatización" televisiva, escrita por Arthur Hopcraft, bastante fiel al texto original, es también una master-class de cómo hacer una gran adaptación de una novela que, a bote pronto, parece imposible llevar a la pantalla. El golpe maestro es el cambio en el orden de los acontecimientos: la traición que sufre el audaz espía Jim Prideaux (Ian Bannen) en Checoslovaquia, de la que nos enteramos muy avanzada la novela, sucede en el inicio de la teleserie. Así, este acontecimiento, el cual entendemos en toda su complejidad hacia la mitad de la novela, nos queda claro mucho antes en la serie televisiva: "Control" (Alexander Knox), el viejo jefe del MI6 ó "el Circo", como todos llaman a esa oficina, sospecha que tiene a su lado a un "topo", así que cuando cierto militar checo avisa que quiere desertar y que tiene información sobre un espía ruso en "el Circo", envía a Prideaux para entrevistar al militar, a sabiendas -como en efecto eso era- que todo podía ser una trampa El tiempo ha pasado: "Control" ha muerto, su mano derecha Smiley fue despedido y otro grupo ha tomado la dirigencia del "Circo".Sin embargo, cierto matarife del MI6, Ricki Tarr (Hywell Bennett), confirma la hipótesis que, en efecto, existe un "topo" y que "Control" tenía razón. Por eso, subrepticiamente, Lacon (Anthony Bate), principal consejero del Ministro, saca del retiro a Smiley, pone a sus servicios al diligente y joven Peter Guillam (Michael Jayston) y le ordena desenmascarar al traidor, que está entre cuatro encumbrados funcionarios del "Circo", identificados por "Control" con una clave sacada de una canción infantil que inicia, precisamente, con los versos "Tinker, Tailor/Soldier, Sailor".La adaptación escrita por Hopcraft no sólo cambia de orden la escena clave ya descrita sino que tiene el suficiente tiempo -siete episodios de 45 minutos cada uno- para ir desarrollando y, en el camino, ir aclarando, el laberinto de traiciones, infidencias, trampas y engaños que "Gerald", "el topo" de la inteligencia rusa, ha ido construyendo en "el Circo". Algunas escenas centrales permanecen intactas en la serie -por ejemplo, el encuentro de Smiley con "Karla" (Patrick Stewart, nada menos)-, muchos diálogos son sacados directamente del libro de le Carré -digamos la explicación que le da el traidor a Smiley para convertirse en "un topo"-, pero Hopcraft agrega otras líneas claves ("Odio el mundo real", le dice cierta anciana secretaria ya retirada a Smiley, como señalando que ese juego al que todos juegan es un escape a los problemas reales que ninguno de ellos puede afrontar/resolver) y suma a Ann, la aristocrática y mancornadora esposa de Smiley, que es prácticamente una sombra en el libro y que en la serie televisiva, encarnada por Siân Phillips (la magnífica/maléfica Livia de Yo Claudio/1976), le espeta en el desenlace, a un desconcertado Smiley, la devastadora frase-guillotina: "Poor George, life is such a puzzle to you, isn't?". Sí, claro: mientras sean problemas de espionaje, todo puede ser entendido y resuelto por el concienzudo y meticuloso Smiley. En otras cosas, en la vida misma, está perdido. Irvin dirige con solvencia artesanal y funcionalidad televisiva -sus encuadres, académicos; los cortes, económicos- aunque habría que subrayar que la secuencia de créditos -¿pensada por el guionista?- es un golpe de genio de narrativa visual y alusión dramática. Mientras los nombres de los actores aparecen, vemos una matrioska con un rostro de la cual sale otra con otro rostro hasta que queda la última muñeca rusa: vacía, sin ojos, sin boca, sin nada que la identifique. Se trata, por supuesto, del "topo" pero es, también, la alegoría del espionaje mismo: esa acción absurda, irracional, de esconderse detrás de un nombre falso, de una personalidad construida, de una vida inventada. He dejado al final de este largo texto a Alec Guiness. Como Smiley -al que volvería a interpretar en la continuación, Smiley's People (1982)- el multifacético actor londinense logró una de sus criaturas más memorables. Escondido tras una gafas con vidrios gruesos, con unos ojos fríos e impávidos -en las novelas, Ann llama a su marido, de cariño, "Sapo"-, una voz amable y flemática que puede endurecerse cuando es necesario, Guiness domina la pantalla no por su presencia física sino por los mínimos cambios en el tono de la voz, en la mirada, en las comisuras de los labios, en el movimiento de sus hombros. El hecho de que los personajes estén buena parte del tiempo entre cuatro paredes -o en el interior de un auto, como cuando Smiley y Prideaux conversan- obliga a una puesta en imágenes repleta de encuadres cerrados, especialmente primeros planos, en los que Guiness reina con una precisión literalmente milimética. ¿El mejor Smiley de todos, como dice el consenso? En cuanto vea el trabajo de Gary Oldman, confirmo o disiento.