Magazine
Tío Julián
Y así, tontamente, acabé pegándome un tiro. Apenas dolió. Me incorporé, más aterrada que otra cosa, y volví a dejar la pistola en la gaveta del despacho. Minutos después, una decena de policías y sanitarios irrumpían en casa seguidos por tío Julián: el portero. Aún aturdida me acerqué a explicarles que se trataba de un estúpido accidente… Me ignoraron. Entendí que seguían sus propios protocolos. Tomaron fotos, huellas… Un enfermero negó apesadumbrado al evidenciar el débil pulso de la joven doncella, que yacía sobre un charco de sangre. Mi tío Julián emitió un grito ahogado:”¡Pobre criatura!” Me estremecí… Enfrentarme al desconsuelo que reflejaban sus ojos me remató.