Día de plaza

Siempre he pensado que todo viajero que se respete, debe tener cierta afición por los mercados. Quizá lo pienso porque yo los disfruto en demasía, tal vez más que un bello atardecer en alguna playa exótica o incluso más que un largo recorrido en alguno de los museos más famosos del mundo.


Los mercados, así como los tianguis, nos adentran a los más representativo del lugar que visitamos, como puede ser su artesanía, su comida y desde luego, su gente. México cuenta con mercados maravillosos, pero cuando hablamos de Oaxaca el tema pierde la proporción sensata, se desborda. Ni siquiera voy a intentar hacer un cálculo aproximado, ya que este bello Estado de la República Mexicana cuenta con 570 municipios, ¿qué tantos mercados y tianguis se le ocurre que puede tener?

El municipio de Tlacolula de Matamoros, está ubicado a unos 30 kilómetros al sureste de la capital oaxaqueña, rumbo a Mitla. Conocido en zapoteco como: Guillbaan, “Pueblo de sepulcros”, cuenta con un mercado que está abierto todos los días del año, pero cada domingo, desde tiempos prehispánicos, tiene lugar entre sus calles el “Día de plaza”.
En el séptimo día de la creación, las principales calles de la localidad ceden sus espacios a cientos y cientos de mercaderes que viajan de poblaciones cercanas a vender el producto de su cosecha, animales, herramientas, ropa típica, artesanías y desde luego, tejate (bebida a base de maíz y cacao), o bebidas espirituosas como pulque y mezcal. No olvide incluir en su compra para acompañar a éste último unas naranjitas y sal de gusano.
Es imposible no caer presa del embrujo y la fascinación de visitar este tianguis que hace las veces de una Torre de Babel multicolor. Voces zapotecas, mixes, triquis (por mencionar algunas), se mezclan no sólo con el español, sino con las lenguas de los turistas de todo el mundo que caminan por aquí, entre manojos de rábanos, cebollas y ajos o pilas y pilas de calabacitas, zanahorias y jitomates.
En la infinidad de tendidos ya sea en el suelo o en mesas improvisadas, se pueden ver comales, tarros, salseras y hasta coladores de barro color rojo proveniente de San Marcos Tlapazola; ahora que si prefiere el barro negro de San Bartolo Coyotepec o el verde de Santa María Atzompa, también los encontrará por aquí. ¿Una blusa bordada? ¿De qué región la quiere? Hay muchas para escoger entre bordados, colores y estilos.
Ya sea entre las calles o en el interior del mercado podrá encontrar hermosas flores, preparar su propia molienda de café o chocolate, escoger entre la gran variedad de chiles y semillas, comprar un machete o una hamaca. Con decirle que se puede llevar el pollo, guajolote, lechón o conejo con la piel y las plumas puestas, vivitos y coleando. Experiencia que desde luego preferí pasar por alto.





Tlacolula de Matamoros no figura entre los recorridos turísticos más populares, y la razón radica el esfuerzo sobrehumano que tendría que hacer el guía para sacar a los turistas de ahí. Al menos ese sería mi caso, porque me podría pasar el día entero recorriendo las calles en ese día de plaza, que entre frutas, flores y verduras asoma la riqueza cultural de una tierra bendita por Dios.

