Siguieron por la calle de la Puerta Llana y allí observaron que en la fría atmósfera flotaban puntos blancos y tenues, los cuales, al darles contra el rostro, les herían con punzante frialdad. Principiaba a nevar; el cielo parecía un pesado toldo que se desplomaba; neblina espesa envolvía los edificios, dando a la mole de la Catedral un aspecto desvanecido y fantástico.
(...)
Don Tomé se alejó soplándose los dedos. Metiéronse los demás en el cuarto de Guerra, y allí sirvieron el chocolate a don Isidro, el cual, mirando la nevada al través de los cristales, decía:
- Toda blancura es hoy la gran Toledo. Buenas estarán esas calles de Dios.
Benito Pérez Galdós. Ángel Guerra (1891)