Me encanta la primavera (pese a la espantosa alergia que me provoca: estornudos por acá, nariz tapada por allá, ojos congestionados. En fin...) y, aunque el clima se está comportando un tanto antipático porque en los últimos días tuvimos bastante lluvia, escaso sol (de vez en cuando se dejaba mostrar entre nubes y nubarrones) y temperaturas más otoñales que primaverales, sabemos que la primavera llegó para quedarse (por unos meses, claro está).
Los árboles, en pocos días, abandonaron los troncos desnudos para sorprendernos con verdes trajes de hojas nuevas, las plantas revivieron en un pestañear y ya nos colman de flores. Las rosas del jardín de mis padres están mostrando sus mejores armas (y eso que esto recién comienza) y hasta la granada ya tiene un montón de florcitas anaranjadas que me permiten ilusionarme con frutos para el día de mi cumpleaños (desde que tengo memoria ese árbol me deleitó con sus frutos para la época de mi aniversario. Antes, cuando vivían mis abuelos, éramos tres los homenajeados por la naturaleza; ahora, sólo somos dos. Y lo curioso - ya que me detengo a filosofar sobre el asunto - es que, tanto a ellos como a nosotros, nos gustan muchísimo las granadas como si se tratase de una fruta que casi nos es propia, de nuestra estación).
Los pájaros también están de fiesta con cantos, gorjeos y danzas nupciales a cualquier hora y en cualquier lugar: jardines, veredas, parques y plazas.
Geranios rojos y fucsias se amontonan en las varillas de sus plantas y las margaritas en pequeños botoncitos apretados nos anuncian que, en pocos días más, se mostrarán por completo.
Los limoneros, repletos de frutos y azahares y los jazmines (blancos, celestes y blancos) parecen nevados con flores tupidas.Mi patio también se viste para la ocasión. El Calistemon, de gala con todos sus plumeros rojos (ya les voy a subir una foto para que lo conozcan) se luce entre los distintos tonos verdes que lo rodean y las calas señoriales se alzan mirando al cielo.Todo es celebración y, al igual que la contrapartida del otoño (que muchos de ustedes están viviendo y disfrutando en este momento), nos propone colores tan explícitos y propios que nos llenan los ojos y el corazón. La naturaleza nos anuncia con todas sus pompas que comienza el tiempo de renacer y crecer para dar frutos. Hoy no tengo receta para proponerles. Sólo el corazón contento con perfume a retama, rosas, jazmines, limones y colores lilas, verdes, blancos, celestes, amarillos y naranjas.
Los espero, en unos días más, con una propuesta dulce para acompañar las tardes primaverales u otoñales, mirando el jardín y dejándose tentar por sus delicias y colores. ¡Hasta entonces! Cariños.