Revista Cultura y Ocio

Todo aquello que no pudimos ser

Por Hun_shu
Todo aquello que no pudimos ser

Te escribo a ti, Jack Kerouac, solo a ti, Jack, porque sé que hace poco cumpliste 100 años y sé que te hubiera gustado celebrarlos aquí arriba, a la altura de los vivos y pienso en aquel espejo que nos unió y en el que unas palabras salieron de otra boca para reflejarse en él, de una mística apariencia que sacaba lo mejor de mí en esos pasadizos donde bailaban las sombras, toda la energía que nos hizo amar la vida, Jack, en todos sus extremos, formas y colores, de costa a costa, perdiéndonos por aquellos caminos que solo nosotros pudimos imaginar y sabemos juzgar, de pueblos y estaciones imposibles de encontrar en los mapas pero, a la vez, saboreando cada rincón de nuestra geografía, cada curva y cada recta que nos atrapaban como el rosal trepador de tus páginas, Jack, a ti y a mí sobre el asfalto, ebrios bajo las sábanas limpias y las luces de neón, con olor a gasolina y a perfume de noches de verano, a escondidas, siempre, como militantes furtivos de una nueva religión en busca y captura, como tú y Neal Cassady en esa vasta noche de América, épica, vívida, con esos cielos interminables en el horizonte y toda la libertad del mundo para explorarnos, por eso sabiendo que solo tú puedes leerme, que solo tú puedes ver mi figura en el espejo, a ti te digo que me apetece brindar por tu siglo de existencia, aún en la lejanía del tiempo, en la pesadez y calma del silencio, de este silencio, de aquellas noches insomnes y juegos de banderas en el pasado, motores que rugían y se encontraban por esas carreteras imposibles, ahora, insisto, brindo mirando al Sol por todo aquello que no pudimos ser, por esa Roma que teníamos que haber conquistado, por el vértigo del salto al vacío, la lúgubre mueca de lo cotidiano detrás de nuestras sombras, el polvo, la belleza capturada y acariciada, la sonrisa amable, la gota de lluvia rabiosa pero dulce en la compañía y amarga siempre en la despedida, el baile pendiente, los abrazos que nos merecimos a plena luz, descarados, libres y más libres, los trabajos temporales en la América profunda, y siempre las pisadas casuales por las frases de tu libro, los juegos de azar del destino en el camino, nuestro camino, Jack, porque nos dijimos que todo saldría bien y en realidad todo sale como nunca quisimos, tal vez diferente, quizás brillante en el hogar perdido del recuerdo, y brindo de nuevo por aquellas etílicas respuestas a nuestras discusiones estériles sobre la vida, la muerte, la música a deshoras y el eterno presente, atrapados en el parpadeo de una existencia fugaz al tacto invisible, y los dedos repetían blanco y azul en el negro sobre blanco de esas calles entonces recién asfaltadas al otro lado del telón, y yo riego las flores en memoria de los inadaptados que pudieron reinar y fueron expulsados del paraíso antes de tiempo, de los beatnicks futuros que fuimos, que tal vez serás, que nunca seré, y la voz se escapa de las personas que ya no existen, aunque sea en la virtual distancia, en la luz proyectada al agujero negro, en este nuevo orden mundial, buscando la paz con el dragón interior de la eterna adolescencia y sus daños colaterales, escribiendo nuevos libros en rollos de papel sin márgenes, con máquinas de escribir canciones, con plumas de tinta escarchada, en las cuevas escondidas de los Apalaches, en las grandes llanuras donde un día gritaré "¡Lo entiendo!", vagabundeando por los museos cerrados y sobre las vías de tren junto a un Misisipi cualquiera, celebrando tu nueva vida lejos del dolor, pero siempre en el camino, Jack, sobre esa lápida tuya en la que alguien escribió "la carretera es la vida".


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