Revista Arte
No solo es un espejo el Arte donde mirarnos, es sobre todo un escudo a través del cual dominaremos del mundo dos cosas que nos abrumarán impenitentemente: la belleza y el espanto. Estas dos emociones radicales, porque las sentiremos profundamente, nos acompañarán desde el nacimiento hasta la muerte. Son solo esas dos, no hay ninguna más, realmente. Todas las demás son una derivación de estas dos emociones, o en un sentido atractivo o en uno repulsivo. Pero, no necesariamente irá asociada una a un sentido y la otra a otro exclusivamente. No, hay seres que sentirán algo parecido a la belleza con lo mismo que, para otros, será la repulsión. Sin embargo, esencialmente, la belleza no es nunca rechazada, así como la repulsión no es tampoco aceptada. Pero serán casi como las dos caras de una misma moneda vital. Y es que la belleza esconderá un misterio parecido, si no el mismo, a la imagen del espanto. Ese misterio es tan primigenio que hundirá sus raíces en el inicio del ser humano como especie inteligente. Antes de eso no sería misterio sino solo supervivencia..., lo que será para los animales irracionales. Pero fue al advenimiento de la capacidad de abstraer, de recordar, de asociar, de desear..., cuando el espanto acabaría convirtiéndose en un poderoso influjo parecido a una forma bella de atracción irresistible.
La leyenda griega nos cuenta la historia del héroe Perseo. Su madre Dánae y él deben huir ahora del reino de su abuelo. Entonces llegarán a la isla de Sérifos y su tirano, Polidectes, acabará enamorándose de la todavía bella y joven Dánae. El joven Perseo, abatido por la pasión lujuriosa del tirano por su madre, le pide que si abandona dicho deseo le traerá la cabeza más monstruosa y poderosa del mundo. Así comenzaría la aventura prodigiosa más legendaria de la mitología griega, donde Perseo lograría dominar la fiera más terrorífica, mortífera y espantosa del orbe. La gorgona Medusa tendría la muerte en su mirada, era imposible dominarla ya que solo mirándola, sin protección incluso alguna que mediara, cualquier ser acabaría petrificado para siempre. Su cabeza compendiaba todo lo peor que un monstruo pudiera tener de indeseable. Sin embargo, su rostro era de apariencia femenina, de una dulce e inocente apariencia femenina. Para que un rostro así pudiera tener un efecto monstruoso debería ser entonces muy horrible: en vez de pelo tendría serpientes, en vez de dientes, colmillos, en vez de lengua una garra oculta envolvente y despiadada. Para dominarla, Perseo, que sabría muy bien el efecto de su maléfica mirada, utilizaría su escudo de bronce para, como un espejo, enfrentarse ahora de lado, sin mirar nunca de frente, a la hiriente Medusa. En el año 1597 el pintor Caravaggio (1571-1610) pintaría en Roma para un encargo particular una rodela con un lienzo con la Cabeza de Medusa. Desde el imperio romano se había utilizado, esquemáticamente, la imagen de la Medusa como un emblema de protección castrense, pero Caravaggio compone, a finales del siglo XVI, ahora un lienzo muy naturalista con el monstruoso rostro legendario de la gorgona. Y es justo en ese momento que elige el pintor para eternizar el instante macabro, cuando veremos a la Medusa sufrir el mismo espanto que ella misma viera siempre padecer.
Caravaggio dejaría dicho: Toda imagen artística es la cabeza de la Medusa. Podemos vencer el terror mediante la imagen del terror. Todo pintor es Perseo... Y es muy posible que antes que la belleza fuese el espanto lo retratado o lo pintado o lo creado artísticamente. Así hasta que el espanto fuese convertido pronto en deseo de belleza gracias ahora a vencer al miedo dominado por un buscado efecto apotropaico. Ya no se convertiría más la belleza en espanto ni el espanto en belleza. Y así la pintura pudo glosar entonces la belleza, paralizada siempre en ese instante álgido, alcanzando ahora ya su mayor cénit poderoso de esplendor. Cuando el pintor italiano crease su Medusa, el Arte estaba en su mayor momento de elogio y alabanza clásica. De hecho, supuso un rechazo la obra tan sangrienta de Caravaggio por entonces. ¿Cómo describir así, tan correctamente, la feroz silueta de la muerte? Siglos después, cuando el artista británico John William Godward (1861-1922) se decidiera a componer su Belleza Clásica, el decadentismo clásico de armonía y sutileza que él representara acabaría ya por completo frente a un modernismo pujante y exento de belleza.
Para el pintor inglés la belleza no lo habría llevado, finalmente, sino a enfrentarse con la monstruosidad... (se suicidaría en su estudio desolado por completo). Para el pintor italiano el naturalismo grosero no lo habría llevado también sino a lo mismo (fallecería a consecuencia de heridas infectadas por arma blanca). Entonces, ¿es que las dos caras de la vida que más nos abrumarán no serán sino una sola y misma cosa? ¿Es que la belleza no es más que un subterfugio para retrasar el espanto o poder así camuflarlo apenas ya mientras dure ahora algo su fragancia? Los pintores buscarán exorcizar con sus obras el espanto..., o porque les guste y lo quieran plasmar fascinados o porque lo rechacen y compongan así una imagen de belleza. Los que amamos la belleza, sin embargo, no dejaremos de creer en el espanto. Para eso existe la belleza..., para poder sojuzgar la mirada aterradoramente aniquiladora de lo espantoso. Sin embargo, sojuzgar no es lo mismo que vencer. El terror seguirá subyacente bajo las armoniosas formas paralizadas de una bella imagen artística. Para vencerlo, como decía Caravaggio, tal vez sólo el terror sea capaz de conseguirlo. Pero, ¿qué sucederá cuando el terror sea provocado justo por lo contrario, por no poder amar o mantener ya aquella belleza? Pues para eso fue compuesta a veces la belleza, satisfecha permanente por algunos seres colmados de grandeza. Lo hicieron para poder mantener así la fuerza de su pasión como un conjuro impenitente para no dejar que la mirada de Medusa nos anulase, impúdicamente, ante la necesidad imperiosa de un breve instante de esplendor.
(Óleo Belleza Clásica, finales del siglo XIX o comienzos del XX, del pintor John William Godward, Colección Privada, EEUU.; Rodela en óleo Cabeza de Medusa, 1597, del pintor barroco Caravaggio, Galería de los Uffizi, Florencia.)
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