Los títulos tienen su propia historia, y el de esta entrada en el blog no iba a ser menos. ¡No!, no es el título de una reflexión de autoayuda, aunque bien podría parecerlo. Tampoco es el título de un pensamiento filosófico-principiante, ese que sale del escondite de vivencias personales y que cada uno de nosotros pretendemos convertir en un principio universal de la existencia del hombre (utilizo aquí el masculino genérico y, por favor, que no se abra una polémica al respecto).
El título de esta reflexión/confesión coincide con el título de aquella canción que escribió el compositor chileno don Julio Numhauser y que doña Mercedes Sosa cantara y popularizara allá por los años 80. ¿Década de los 80? ¡Sí, sí!, década de los 80 Juan Antonio, me repito en este soliloquio en el que estoy inmerso. ¡El siglo pasado!,… ¡válgame Dios! (pido perdón a los ateos, agnósticos y resto de colectivos no afines a expresiones de carácter religioso, pero entiéndame querido lector -sigo con el masculino genérico-, existen frases hechas que uno lleva escuchando toda la vida, y resulta difícil a estas alturas no acordarse de ellas). Bueno, sigo por donde iba, que no quiero que se me pierda el hilo de lo que venía diciendo, y que creo que algo tenía que ver con el paso del tiempo. Aunque a decir verdad, sólo quería decir que, tal vez, uno ha tenido la fortuna de haber vivido a salto entre dos siglos, ¡y que oye!, quién sabe si eso marca en la forma de ser (la historia dirá -que buena frase para salir del paso-).
Todo cambia, y en particular este blog. Tal vez exista mucho de injusticia en anticipar el final de una historia, pero sin remedio o solución que aplicar, Plano corto ha llegado a su final. Quizás lo esté haciendo mucho antes de lo que esperaba, pero a veces no tiene sentido continuar con una idea o un proyecto que un día nació como un juego donde se pretendía sintetizar en pocas palabras una aproximación personal a lo cotidiano. No sé si lo habré conseguido o no durante el tiempo que duró, pero ahí queda. Sin embargo, algunos acontecimientos inesperados, y en eso el destino tiene mucho que decir, han formado parte de esa decisión de poner punto final a este blog. Final que poco tiene que ver con aquel final de Reflexiones en cada estación, que algunos de vosotros (sigo con el masculino genérico), quizás recordaréis.
Pero haciendo honor al título de esta reflexión/confesión/despedida, Todo cambia, así que este final no es un final. A partir del próximo año, el título, el formato, la idea y buena parte del contenido de este blog, van a cambiar. Pero eso sí, lo que no cambia es su esencia, porque sigue siendo la misma que en su día me llevó a sentarme frente a una hoja en blanco, o como ahora, frente a la pantalla de un ordenador y de un teclado. Todo cambia, y sólo espero que la idea que corre en estos días por la cabeza se materialice en otro proyecto, porque a pesar de que la desilusión siempre sea esa espada de Damocles que pesa sobre la constancia, existe algo más fuerte que hace que la supere, como es el amor. El amor a las palabras.
Lo dicho, todo cambia, así que si estáis dispuestos a seguir aguantándome, pronto, muy pronto, nos veremos. Y el nuevo nombre del blog…. el nuevo nombre tiene algo muy personal y que os lo explicaré en su momento.
Archivado en: Reflexiones y pensamientos