Revista Opinión

Todo en orden

Publicado el 27 febrero 2017 por Jcromero

Las últimas sentencias y noticias sobre tribunales sólo pueden sorprender a quien confiara en la imparcialidad judicial o en eso de que la justicia es igual para todos. Sin entrar en los casos concretos, que son analizados por quienes tienen mayor solvencia y autoridad, lo que más me preocupa de la justicia es la permanente ingerencia del Gobierno. Hay que ser muy inocente para pensar que la justicia es independiente del poder ejecutivo, que se imparte con los ojos vendados o que jueces y tribunales son infalibles. En todo caso, tanta indignación expresada estos días, sólo se explica desde una inocencia naïf o una confianza ciega en la administración de justicia, como si no se supiera de la dudosa pulcritud de determinados procesos judiciales y de las presiones del poder. Como si no se conociera que la injusticia se ceba con los robagallinas, raperos y titiriteros.

Lo que más me interesa de las sentencias dictadas que atañen a los casos de corrupción, es la devolución del dinero público apropiado o malversado aunque también presto atención a su repercusión social y política. En este sentido, no entiendo tanta indignación retuiteada o comentada en conversaciones o tertulias. Es cierto que no faltan motivos pero, si tan enorme fuera el enojo, cómo explicar el apoyo electoral que recibe el liberalismo más chorizo y cañí encarnado por quienes nos gobiernan, cómo entender el voto a quienes han trabajado y trabajan para controlar el sistema judicial en beneficio propio. Mostrar indignación ante los casos de corrupción no sirve de nada si luego votamos para que todo siga igual o si optamos por políticos que, pudiendo derrocar al gobierno del partido más corrupto, prefieren inhibirse en espera de una hipotética recogida de frutos.

La Fiscalía General del Estado hace relevos. Hay rumores de purga, sospechas que apuntan a la colocación de afines en puestos de máximo interés y actualidad. Existe una certeza, más o menos contrastada, de preservación del marianismo: ayudar a los propios designando a los más dóciles aun a costa de degradar las instituciones, burlar la supuesta imparcialidad judicial y, con la impagable amabilidad de los grandes medios de comunicación, publicitar que se actúa de forma legal y que todo está en orden.

De confirmarse estas sospechas estaríamos asistiendo a un acto de corrupción institucional. La corrupción no se reduce a los casos de índole económica, a la prevaricación y al cohecho, sino que va mucho más allá. Corruptos son, en un sentido social y político, aquellos que consienten, amparan, ocultan o silencian casos que conocen. Corrupción es, también, la manipulación institucional, la utilización partidista del poder otorgado en las urnas y la maquinación para que una determinada institución pervierta la función que tiene encomendada por ley.

Recuerden al Parlamento en tiempos de mayoría absoluta, la tergiversación informativa de la televisión pública, el incumplimiento de las cuotas de asilo y acogida a refugiados o el desprecio hacia los pensionistas. ¿Ha cambiado algo desde las últimas elecciones? Muchos pensábamos que era el momento de cambiar las cosas. Sin embargo, ante la inacción miópica de las formaciones probablemente de izquierda, el Parlamento, la tv, las políticas del Gobierno y muchas instituciones continúan siendo instrumentos para la manipulación. Hoy, como escribe García Montero, el poder pierde el pudor de forma tan descarada que consigue convertir su desvergüenza en su mejor aliada . El Tribunal Constitucional, en manos de militentes, rinde pleitesía a quien se encargó de nombrarlo y la administración de justicia, a través del Ministerio Fiscal, parece sometida a las ingerencias permanentes del gobierno. Sin embargo, se nos repite una y mil veces que el Estado de derecho funciona y que la independencia judicial existe; que todo está en orden. Lo repiten como si todos los acontecimientos que vamos conociendo tuvieran una lógica natural. ¡Y claro que la tiene! ¿A quién necesitan convencer?

Tenía razón aquel candidato que afirmaba que cualquier opción era preferible a continuar con un gobierno del PP.

Es lunes, escucho a Troy Roberts:

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