Atención al apellido de Peri Azar, realizadora tucumana que el jurado de la competencia latinoamericana del 21° BAFICI consagró como mejor directora por su primer largometraje Gran orquesta. El dato personal no es menor porque este documental es tributario de la casualidad que –vale adelantar– la autora supo encausar con voluntad, paciencia y sensibilidad.
La película cruza dos historias: una gira en torno a la banda Héctor y su Gran Orquesta Argentina de Jazz, cuya época gloriosa transcurrió en la Buenos Aires de los años 1940 y 1950; la otra da cuenta del trabajo colectivo que medio siglo después consiguió rescatar del olvido ese legado cultural.
Según el segundo relato, la casualidad jugó un papel determinante a favor del proceso de recuperación, restauración, reivindicación. La intervención del azar constituye un elemento tan atractivo como la invitación a pensar que esa supuesta coincidencia es una manifestación del destino o del más allá, como la alusión al hallazgo de un tesoro sepultado (en este caso, un viejo baúl con dos mil partituras manuscritas y una batuta), como el halo misterioso que circunda al fundador de la banda, Héctor Lomuto.
Azar reconstruye la trayectoria de la orquesta con el testimonio de descendientes de músicos que la integraron, con fotos y grabaciones de colecciones privadas, con material de archivos públicos. Por otra parte, recurre a los cantantes Sergio Pángaro, Cocó Muro, Abel Corriale y a la Big Band del Conservatorio Manuel de Falla para interpretar las partituras desenterradas.
Recuerdos, ensayos y un acto final tienden un puente hacia esa porción de pasado que remite a una Buenos Aires más luminosa que la Reina del Plata actual, pero a una Argentina igual de vulnerable a la alternancia entre gobiernos filo y anti-peronistas. La postal porteña provoca nostalgia; el fotograma político, cierta tristeza.