Revista Cultura y Ocio

Todo Fluye, Vasili Grossman

Publicado el 20 julio 2010 por Unlibroabierto

Todo Fluye, Vasili Grossman

Vasili Grossman (1905 – 1964) representa, como pocos, el paradigma del escritor comprometido: nacido en Ucrania y de origen judío, Grossman se muestra crítico ante las pulsiones antisemitas del régimen nacionalsocialista, pero también ante el centralismo y el nacionalismo institucionalizado que imponía El gran líder durante la primera mitad del siglo XX. Pero su ataque y su repulsión frente a los gobiernos absolutistas del siglo XX no tiene un origen interesado que se derivase, en su caso, de raíces burguesas y acomodadas, sino que, el ataque frontal, directo, sin ambages ni tapujos, pero a la vez sutil y minucioso, se origina en la conciencia moral de un escritor que, ante todo, defiende la libertad y el derecho del hombre a ser libre, pues, como escribe en Todo fluye : la vida misma es libertad.

Pero ¿cuál es la peculiaridad del compromiso de Grossman? ¿no existía, en la Rusia pos-revolucionaria, otros escritores igualmente críticos con el poder e igualmente defensores de la libertad? Ciertamente. E igual de cierto es que autores como Bulgákov, Shalámov o Soltzhenitsyn fueron víctimas de una persecución y de una censura inconmensurablemente mayor –tanto por su intensidad como por su crueldad- que la sufrida por Grossman. Pues, es digno de recordar el hecho de que Grossman fue, durante gran parte de su vida, un reconocido y admirado reportero de guerra, intelectual y escritor soviético, mientras que el resto de los autores citados eran disidentes, contrarrevolucionarios, impedimentos y estorbos en el camino que fueron apaleados y castigados por el régimen soviético y que, por tanto, tenían sus razones para rebelarse y crear sus Archipiélagos y sus Relatos.
En cambio, Grossman no era uno de ellos, no llegó a serlo en toda su vida, y por eso su compromiso resulta más chocante, más meritorio, más humilde y humano, pues el compromiso de Grossman no tenía condiciones ni justificantes ni tampoco estaba determinado por ciertas creencias o posturas políticas; su compromiso, su lucha, era sincero, desinteresado e ideal, casi kantiano.

¿Y cuál fue la razón del cambio? ¿Por qué, una persona acomodada y reconocida dentro de su profesión, se arriesga a escribir unas obras tan peligrosas como Archipielago Gulag de Solzhenitsyn? ¿Por qué alguien acepta poner en peligro a sus seres más queridos -en una época en la que los 58-10 eran castigos comunes- sólo para describir la realidad de otros? Pues, cabe recordar que Grossman nunca fue uno de ellos; nunca cayó sobre él, ni su familia, un 58-10 ni tampoco tuvo que sufrir en uno de los infinitos campos de trabajo. Pero, pese a ello, Grossman se arriesgó, ejerció de voz de los sentenciados, de los desnudos y de los muertos y describió, como nadie, la barbarie y la idiotez moral reinante a principios del silgo veinte. Y todo esto ¿por qué?
La respuesta, evidentemente, no puede ser categórica, pero una lectura de la obra de Grossman complementada con una lectura de su biografía hacen destacar un hecho sucedido en la vida del escritor y que, muy seguramente, le motivó a arriesgarlo todo.
Durante el año 1952, en pleno gobierno con puño de hierro de Stalin, Grossman firmó, juntamente con otras eminencias y personajes públicos de origen judío, una carta oficial en la que se solicitaba el mayor castigo para unos médicos judíos que estaban acusados de conjurarse y planear la muerte de Stalin. Puede imaginarse fácilmente cómo acabaron esos médicos judíos; su sufrimiento, para la historia, es, solamente, una partícula de niebla más dentro de un paisaje profundamente brumoso.

Pero la lectura de Vida y destino y de Todo fluye manifiestan claramente que, este hecho, afectó profundamente a un carácter que, por encontrarse totalmente alejado de la apatía moral reinante en sus tiempos, no pudo perdonarse nunca tal hecho.
Ocho años después de haber firmado la carta que condujo a la muerte a un grupo de médicos judíos, Grossman entregó a sus editores el manuscrito de Vida y destino, pero ésta nunca vio la luz. Es más, meses después, unos agentes de la KGB se presentaron en su apartamento y le confiscaron el manuscrito y todo el material que tuviera relación con la novela.
En aquel momento, un Grossman convencido de que Vida y destino nunca seria publicada y, por tanto, resignado -pero no vencido-, decide terminar Todo fluye.

El punto de partida de Todo fluye es el relato de Iván Grigórievich, un Zek que, después de haber pasado tres décadas preso en la extensa red de Gulags soviéticos y tras ser absuelto por falta de pruebas, retorna a los lugares en los cuales su corta vida había fluido. En su trasegar por los lugares que habían dado forma y contenido a su vida, Iván Grigórievich se encuentra con su primo, su delator y el amor de una mujer, y observa que el mundo no se ha detenido a esperarle, sino que, cual río del Oscuro del Éfeso, el mundo ya ha emprendido una marcha imparable e incontrolable hacía un nuevo tiempo desconocido e insondable.
Grossman, a través de la narración que hace de las andanzas de Grigórievich, no busca culpables –pese a que el delator de Iván llegue a sentir, durante sólo un instante, culpa y oprobio-, como tampoco pretende justificar, en un magnífico capítulo en el que todos los involucrados se someten al juicio del lector, las acciones de aquellos que condenaros a sus compañeros de trabajo, a sus vecinos o a sus amigos más íntimos a la vida en la muerte, porque, como escribe Solzhenitsyn en Archipiélago Gulag: ¡Si se tratara simplemente de unos hombres siniestros en un lugar concreto que perpetran con perfidia sus malas acciones! ¡Si bastara con separarlos del resto y destruirlos! Pero la línea que separa el bien del mal atraviesa el corazón de cada persona. ¿Y quién destruiría un pedazo de su propio corazón? […] Y nos detenemos pasmados ante el foso, al que nos disponíamos a empujar a nuestros perseguidores, porque en realidad si los verdugos fueron ellos y no nosotros, ello se debió tan sólo a las circunstancias.
Grossman hace un esfuerzo enorme para que, en Todo fluye, no haya ni culpables ni inocentes, ni buenos ni malos, ni criminales ni mártires. Pues en el libro sólo se encuentran hombres atormentados, avergonzados, derrotados o decepcionados. Hombres a los cuales los tiempos –y la historia- han sobrepasado.

Pero Todo fluye no es sólo el relato de Iván Grigórievich, es más, el trasegar turbado de sus tormentos ocupa menos de la mitad del libro y no es, ni mucho menos, la parte más importante de éste, pues llega un punto en el que el narrador, el protagonista y el mundo que ambos han creado desaparece para dejar paso a una crítica desaforada y virulenta del carácter ruso –excelente la disquisición realizada por Grossman sobre la relación entre la esencia del carácter ruso, la libertad y la esclavitud- y de las figuras de Lenin y Stalin.
En esta segunda parte de Todo fluye, Grossman intercala capítulos que narran la vida de Iván Grigórievich con capítulos sobre la hambruna en Ucrania o sobre la creación y los tejemanejes del órgano burocrático que maniató al pueblo ruso durante décadas.
Durante estos capítulos, la forma novelesca, el argumento y el estilo del autor dejan paso al artículo periodístico y a la visión directamente crítica, sin los recursos dialécticos de la literatura, de una realidad histórica y social escalofriante. Pero, pese a la brillantez y lucidez de la radiografía realizada por Grossman, se echa en falta un mayor esfuerzo por encajar y contextualizar dichos capítulos dentro del tono general de la obra, pues el cambio que sufre la obra, al dejar totalmente de lado la historia de Iván Grigórievich y centrarse en la crítica del régimen, puede resultar desagradablemente chocante al lector interesado por el relato principal.

Es justo, por tanto, considerar que Todo fluye, como novela, es un pequeño fracaso –debido, quizá, a las urgencias producidas en el autor por el hecho de ver como su gran obra no llegaría a ser nunca publicada-, pues, pese a que la puesta en escena y el inicio de la obra sean excelentes -no hay que olvidar que Grossman es un escritor de inmenso talento-, tanto su desarrollo como su desenlace adolecen de todo aquello que la pluma de Grossman ha mostrado tener en Vida y destino.
Pero, si como novela, Todo fluye no consigue cumplir con todas las expectativas que su excelente inicio hace tomar, como testigo de la caída del hombre en la estupidez moral del siglo XX, es una pequeña joya que bien merece ser leída.


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