Revista Cultura y Ocio

Todo lo que está muy escuchado

Por Calvodemora
Alarma que la palabra genocidio no indigne más de lo que hace. El riesgo de que haya palabras que no nos afecten puede hacer que las hagamos familiares y las escuchemos con la misma entereza moral o intelectual que otras de menor rango dramático. A las palabras se las maquilla en cuanto se dejan. En el peor de los casos, cuando se refieren a una realidad a la que no deseamos mirar, se las elimina directamente. Hay montones de palabras que andan por ahí, entre el olvido y la farándula, deseando que alguien las rescate y ponga a quienes las pronuncian a pensar en ellas. Una vez que una palabra se piensa de verdad, si la interiorizamos, no hay forma de pasar por ella sin que actuemos. Deberíamos escuchar la palabra genocida y sentir que el alma se fractura un poco o un mucho, según como te pille el cuerpo. Hay días de cuerpos blandos, que se enternecen por cualquier cosa y sienten las injusticias como si fuesen propias, y hay días de cuerpos recios, de una dureza absoluta, de los que no permiten que nada extraño les traspase. Por eso las palabras deberían quedarse dentro. Escuchas genocida y te hierve la sangre. Da igual que sea un día de cuerpo blando o duro. Da lo mismo que llueva en las aceras o el sol estalle en los tejados. A fuerza de escuchar algunas palabras terribles tantas veces, las estamos aceptando como normales. Todo lo que está lo suficientemente visto no asombra, dejó escrito Vicente Aleixandre. De pura cobardía, por cierto. No asombra porque si lo hiciese viviríamos indignados, blandos, tiernos, sensibles, solidarios, humanos. Supongo que esta una dialéctica estéril, un diálogo hueco. Las palabras, incluso las que uno escoge con más esmero, a veces no cumplen la función que se les encomienda. Es un verano cruel éste. 

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