Revista Cine
Cuando, en el año 2000, Achero Mañas presentaba en el Festival de Cine de Donostia su primer largo, “El Bola”, el cine español pudo esbozar una sonrisa de satisfacción y congratularse por el surgimiento de un cineasta con una mirada propia y poderosa, capaz de aunar en su opera prima lo personal (una historia de un dramatismo inusitado, cuyo material argumental era nitroglicerina en estado puro) y lo social (la cinta constituía una denuncia en toda regla de un fenómeno, como el de los malos tratos a la infancia, raramente tratados en la pantalla grande). Los méritos (extraordinarios) de la película le valieron el reconocimiento de público y crítica, además de un aluvión de premios de diversa índole, que convirtieron a Mañas en el “chico de oro”, el hombre a seguir.
No resultaba extraño, desde esa perspectiva, que la expectación ante su siguiente película fuera muy elevada. Y “Noviembre”, el siguiente título de Mañas, se vio aquejado del “síndrome del despeñamiento de la segunda”, consistente en que, tras una opera prima deslumbrante, el listón se sitúa tan alto que es tremendamente difícil superarlo: “Noviembre” era un proyecto arriesgado, en lo formal y en lo temático, y aunque, en mi humilde opinión, no resultó en absoluto un fiasco, sí que careció de la acogida de su predecesora. Y, a partir de ahí, el silencio: denso y prolongado.
Nada menos que siete años son los que Achero Mañas ha tardado en dar a luz su siguiente proyecto cinematográfico como director. Era lógico, pues, que hubiera bastante expectación ante lo que pudiera ofrecer un film como “Todo lo que tú quieras”, precedido, por lo demás, de informaciones acerca de su enfoque dramático indudablemente “apetitosas”, en la medida en que retomaba esa combinación de elementos personales y sociales con los que “El Bola” había cuajado en un film magnífico. Pero, ay, nuestro gozo en un pozo; el último film del director madrileño, más allá de algún destello puntual (por lo demás, altamente frustrante, en tanto en cuanto nos muestra lo que pudo haber sido y no fue), queda lejos, muy lejos, del nivel de sus precedentes.
Y no es un problema de falta de valentía el que aqueja a la nueva cinta de Mañas, no, nada más lejos de ello; la historia que aborda “Todo lo que tú quieras” plantea un amplio abanico de conflictos morales, personales y sociales (desde la asunción de la pérdida de un ser querido por parte de los protagonistas -es la muerte de la esposa y madre de ambos la que da pie al arranque argumental del film- hasta la conciliación de vida laboral y familiar, pasando por la desorientación en materia de educación infantil o la falta de superación de clichés en el tratamiento de las rupturas matrimoniales), todos ellos interesantes, de plena vigencia y perfectamente válidos para dotar de consistencia dramática a una trama fílmica. Pero siempre que se haga, claro está, con un guión bien construido; y es ahí, en el guión, donde la película se “descose” irremediablemente, y pierde la posibilidad de enganchar al espectador e introducirlo en sus redes.
Son demasiadas las líneas abiertas, demasiados los meandros por los que la historia se introduce, sin que ninguno de ellos quede convenientemente abrochado; todo, a la postre, se diluye en una serie de líneas argumentales no cerradas, con la consiguiente insatisfacción. Y, finalmente, “Todo lo que tú quieras”, pasado un arranque acertado, incluso brillante, se dispara en múltiples direcciones sin llegar a concretarse en ninguna y termina generando una sensación de frustración demasiado fuerte, demasiado evidente. Una pena, porque, más allá de ese arranque, hay un acertado trabajo de ambientación, unos diálogos, en general, bien construidos, y unos trabajos interpretativos a cargo tanto de Juan Diego Botto como de la niña Lucía Fernández realmente notables, mesurados y bien dirigidos, en un ejercicio de contención que se adapta de manera excelente al tono de la pelicula. Pero falla lo esencial; falla la historia.
El cine español no anda sobrado de directores valientes y talentosos, y tengo a Achero Mañas por director dotado de ambas cualidades, valentía y talento. Reza el viejo tópico que hasta el mejor escribano echa un borrón, y por tal deberíamos tener lo sucedido con este su último film. Pero no podemos olvidar que, como toda industria, la del cine no se caracteriza, precisamente, por su piedad, y los créditos ilimitados no existen ni siquiera para las “primadonnas”: ojalá no sea esa impiedad la que ponga fin a una prometedora carrera, y tengamos oportunidad de comprobar pronto que esto fue sólo un inesperado tropezón. El autor, creo, la merece...