Este fin de semana me han surgido dos preguntas mientras estaba tumbada en el sofá.
La primera es por qué a Viggo Mortensen le gusta tanto ser extranjero. En un repaso muy rápido le concedo cuatro nacionales. Las tres primeras son la neoyorquina (que coincide con su pasaporte), la rusa con líos con la mafia y la española. Porque todos os iréis a su extraño y creo que poco acertado Capitán Alatriste, pero yo me transporto hasta el año 1997, cuando de pronto se llamaba Juanito y ocupaba un pequeño espacio en La pistola de mi hermano de Ray Loriga, una película que por cierto sólo mi amiga Vanessa y yo parecemos recordar.
Ahora ha decidido hacerse argentino y, aunque "Todos tenemos un plan" sea tan inestable como un pequeño barco en plena tempestad, y que lo mejor no sea Mortensen, sino Soledad Villamil, que Viggo pueda llegar a pasar como hijo legítimo de la Pampa no es para nada descabellado. Le faltaría ser un poco más generoso en palabras, eso sí, pero al menos en cuestiones de meterse en el papel cumple con su cometido.
La segunda es por qué decidimos llevar a "Blancanieves" como candidata española a la nueva edición de los Premios Oscar. Ya de por sí era una locura, teniendo en cuenta que, un año antes, una película muda y en blanco y negro había arrasado con las estatuillas. Claramente íbamos al menos 365 días por detrás.
Pero todavía es más incomprensible cuando contábamos con "Lo imposible", una película que indudablemente está muy bien hecha y que nos coloca completamente fuera del estereotipo del toro y la flamenca.
Los que deciden conocerán sus razones y, sobre todo, sus intereses, pero mientras que "Blancanieves" ni siquiera pasó la criba para conseguir la nominación, Hollywood acaba de darnos un rodillazo nominando a la Watts como mejor actiz principal.
¿Quién está más loco? ¿Quién tiene al final la culpa de la imagen de nuestro cine?