Ahora que acaba de terminar la mayor retrospectiva que se hizo sobre su obra en el MoMA de Nueva York, ya nadie parece dudar de la importancia que tiene su producción fotográfica y visual en el campo del arte contemporáneo: Cindy Sherman pertenece a un grupo de artistas para los cuales la cultura pop no es sólo un tema o una materia prima (como sí lo era para Warhol), sino también un vocabulario artístico total que se redefine a medida que pasan los años. Y el punto de partida y de llegada de su búsqueda estética es siempre el mismo: su propio cuerpo. La vieja decrépita, la aristócrata, la ama de casa, la diosa antigua, la bomba sexual, la frívola, la víctima, la colegiala y muchos etcéteras: encarnó y revisitó todos los estereotipos femeninos una y otra vez, pero con la delicadeza de nunca fundirse por completo con aquello que representaba. El distanciamiento es lo que pone en jaque cualquier construcción perversa de una feminidad, parece decirnos y repetirnos Sherman en cada nueva foto.
Autorretratos ajenos
Justamente, los suyos no son autorretratos en los que sólo vemos a la artista probándose distintas máscaras. La composición de las tomas, el maquillaje, el montaje, el vestuario, la iluminación: en el universo de Sherman todo el proceso artístico corre por cuenta de ella misma; es su propia modelo y su propia asistente. Lo curioso es que aun así, con una presencia tan potente, tan al frente de su trabajo, Sherman se escabulle, casi desaparece. “En mi trabajo siento que soy anónima. Cuando miro las fotos que saco, nunca me veo a mí misma: no son autorretratos.” Si hay una característica que sobresale en sus fotografías es su capacidad de fundirse, de ir mucho más allá de su propia imagen para que otras mujeres vean y reconozcan algo de sí a través de su cuerpo. Sherman como mediadora presta su cuerpo para que podamos primero visibilizar un estereotipo y después cuestionarlo, suspenderlo, erradicarlo. Lo que permite es que otras mujeres encuentren algo propio ahí, algo que se evidencia y se reconoce más fácilmente porque está exhibido, exagerado o capturado de una vez y para siempre. Vistos en serie, sus autorretratos conceptuales generan un efecto fascinante y adictivo.Cuerpos mutantes
Sherman hoy tiene 58 años, vive y trabaja en Nueva York, es admirada por Madona, quien auspició una de sus muestras; Elton John colecciona sus fotografías; Lady Gaga la idolatra; sus obras se subastan en millones de dólares. Pero su carrera despegó en 1977, con una serie que comenzó a sus 23 años llamada Untitled Film Stills [Fotogramas sin título], en la que personificaba 69 roles femeninos inspirados en mujeres de películas hollywoodenses, de films noir y de melodramas televisivos, situadas como objeto de la mirada masculina. En estas fotos en blanco y negro Sherman demuestra que el prototipo de lo femenino encierra muchas identidades: uno de sus ejercicios consistió en tomarse fotos en escenas cotidianas y exponer así que la misma mujer que se veía descuidada, distraída o sumisa al interior del hogar podía transformarse y ser también heroína y prostituta. De la mujer en camisón a la mujer urbana, salvaje, violenta en un solo paso, o sólo a un clic de distancia. Sí, sabemos que la mujer cambia de roles de acuerdo a las circunstancias, pero nunca está de más que el arte haga foco ahí y se encargue de deconstruir una subjetividad, de revelar al género como una construcción inestable. La década de 1980 la encuentra abordando la fotografía en colores con algunos encargos para Artforum y Playboy y trabajando en las series Fairy Tales y Disasters, en las que encarna seres monstruosos, abyectos, como salidos de cuentos de hadas pero en tono pesadillesco. En los noventa, Sherman entrega la única serie en la que ella no aparece, Sex Pictures (1992), donde su cuerpo le cede el protagonismo a prótesis, maniquíes y juguetes sexuales, cuestionando muy de cerca la sexualidad normativizada a partir del impacto que causan ciertas imágenes de desmembramiento y violencia física. De esta época data también su serie de retratos históricos, en los que personifica a mujeres famosas del arte clásico como la Virgen de Melun de Fouquet, y su serie siniestra de Clowns. Coquetea con la moda —diseña una serie de postales junto a la excéntrica Rei Kawakubo, de Comme des garçons, colabora con Mark Jacobs, y consigue que las modelos no transmitan ni belleza ni glamour— y hasta hace de sí misma en la película Peckers de John Waters, otro provocador. Pero lo fundamental es el lugar que ocupa Sherman como artista durante las últimas décadas: más allá de su rigor formal o técnico, es de alto impacto el gesto de pasar más de treinta años fotografiándose. Así, es la encargada de visibilizar los mandatos y las tradiciones fundadas sobre la mirada masculina del cuerpo de la mujer para desterrarlas. Sus fotografías desmitifican y diseccionan, desmontan la artificialidad de los roles femeninos definidos e impuestos por los hombres al tiempo que definen la forma en la que la artista se relaciona con su propia producción: Sherman no es una “fuente de originalidad” en el sentido de que no persigue la creación de lo nuevo en su obra. Al reproducir modelos de la cultura y de los medios ya existentes, al fundirse con tantos estereotipos y hacerlos convivir, se oculta para exhibir el simulacro, se vuelve a la vez objeto y sujeto de su arte.Sin títulos
Otro gesto que suele remarcarse como representativo de la estética de Cindy Sherman es su negativa a titular los autorretratos: hasta el día de hoy, la mayor parte de sus obras lleva solamente la palabra untitled y un número de serie, que trepa al #500. ¿Qué quiere decirnos con esto? ¿Nos habla de la reproductibilidad técnica, de la importancia de la copia? En todo caso, remarca que hay algo que se quiere omitir permanentemente: la idea matriz de Sherman no es explicarnos qué debemos ver en sus fotografías, porque eso sería reducirlas demasiado, o justamente, tipificarlas. Aunque sus “personajes” le pertenezcan, están anclados a nuestra cultura y no hace falta ni que los nombre: ya los conocemos. Por otra parte, su producción más actual incorpora técnicas de retoque digital para los retratos y los fondos. Y estas nuevas técnicas también son puestas al servicio de las modificaciones que operan en el cuerpo de la mujer por obra de la ciencia y la medicina. La serie Society Portraits [Retratos de sociedad], de 2008, exhibe con crudeza y desparpajo la frivolidad de distintas mujeres de la aristocracia que sucumben ante el bótox, las cirugías estéticas y el exceso de peluquería, con miradas displicentes hacia la cámara que esconden algunos ribetes de fragilidad. Sus cuerpos retocados, obsesionados con una idea de juventud, son la encarnación de una identidad endeble que persigue un presente perpetuo que se descascara. A medida que pasan los años, el artificio en la construcción de los personajes de Sherman se hace más evidente, más exagerado, y su producción bordea el grotesco exacerbando lo gestual y el maquillaje. Las nuevas tecnologías le permiten también multiplicar en una misma foto las poses más mecánicas y falsas de una cincuentona con uñas esculpidas con un vaso de café en la mano: todas las mujeres de Sherman, incluso las que parecen más superficiales, incomodan. Y para la muestra en el MoMA se animó incluso a los murales: gigantografías con fondos de paisajes en blanco y negro y el cuerpo de la artista enorme y a color al frente, como si se tratara de mujeres atemporales viviendo entre la realidad y la ficción que miran inquisidoras a los visitantes.Yo es otras
Si hubiera que emparentar la obra de Cindy Sherman con la de otras artistas del siglo XX que trabajen el imaginario sobre la mujer con tanta potencia y desenfreno, no se podría obviar la producción de Frida Kahlo y de Nan Goldin: cada una en lo suyo, las tres se ocuparon del desajuste que existe entre el cuerpo de la mujer y las ideas sobre la feminidad que imperan sobre él; las tres llevaron a distintos extremos la lógica de la autorrepresentación. Pero allí donde Frida decidía autorretratarse como un ejercicio de autoconocimiento (“Me pinto a mí misma porque suelo estar sola, y porque soy la persona a la que mejor conozco”) o donde Goldin denunciaba la agresión y la violencia doméstica en su propio rostro para generar una reacción y una toma de conciencia, Cindy Sherman apuesta por el extrañamiento desde la materialidad de su propio cuerpo. Se multiplica, se presta, se intercambia y desaparece. Como una radiografía de lo que entendemos por “cuerpo” y por “mujer” a comienzos del siglo XXI, Sherman nos sacude los estereotipos y nos arrastra fuera de la bruma en la que la cultura nos instala para que nos preguntemos qué tipo de mujeres queremos ser sobre todo para nosotras mismas. La muestra de Cindy Sherman en el MoMA puede recorrerse de forma interactiva en www.moma.orgPor Malena Rey Fuente: Página12