Como otras películas de Naomi Kawase, Una pastelería en Tokio también desembarcó con demora en nuestra cartelera; de hecho antes de ver este largometraje en el Cosmos UBA los porteños esperamos tres años desde el estreno internacional y dos desde la primera proyección local en la tercera edición del festival Construir Cine. Sin embargo, nunca es tarde para reencontrar a esta realizadora japonesa cuya obra se rige por criterios estéticos y narrativos indiferentes a la exigencia de inmediatez comercial.
An es el título original de esta adaptación de la novela homónima que Durian Sukegawa publicó en 2013. El monosílabo nipón significa “pasta de frijol dulce”, acompañante fundamental de los dorayaki que el parco Sentarô prepara y vende para pagar una deuda en principio insaldable. En realidad se trata del “alma” de estos pequeños panqueques, corregiría la visitante ocasional primero y ayudante esmerada después, de nombre Tokue.
Kawase recrea el encuentro de estos extraños –él de 40 y tantos; ella de más de 70– con un estilo similar al que utilizó once años atrás cuando retrató la incipiente amistad entre un viudo enfermo de Alzheimer y su joven cuidadora en El secreto del bosque. De aquella película que la misma realizadora escribió, y que ganó el Gran Premio del Jurado del 60º Festival de Cannes, Una pastelería en Tokio heredó la calidad fotográfica (responsabilidad de Shigeki Akiyama) y actoral (Masatoshi Nagase y Kirin Kiki conmueven a partir de gestos apenas perceptibles).
Aunque no transcurre en un bosque como su predecesora, An también invita a reconocer y a fortalecer nuestro vínculo con la naturaleza. Con esta intención en mente, Kawase ofrece postales tokiotas mucho menos frecuentes que aquéllas atiborradas de rascacielos espejados, carteles luminosos, transeúntes con apariencia de autómatas. En este marco encarnan un rol protagónico los cerezos en flor.
Una pastelería en Tokio pertenece a esa suerte de género gastronómico que años atrás encabezaron la exitosa Como agua para chocolate del mexicano Alfonso Arau, adaptación de la novela homónima de Laura Esquivel, y Bella Martha de la alemana Sandra Nettelbeck, que inspiró una malograda remake estadounidense. A diferencia de estas predecesoras, la película de Kawase carece de veta romántica o, en otras palabras, apunta al amor –no por una persona en particular– sino por la vida en general.