¿En qué universo paralelo cabría imaginar que mi admirada Greta Gerwig se iba a convertir en la primera cineasta en alcanzar hitos impensables para las mujeres en el testosterónico mundo de Hollywood, ni que establecería récords de recaudación con una películas que no renuncia o al menos es coherente con los puntos de vista que le conocemos? Pues ha sido en Este Universo, mira tú qué bien... Espero que este éxito sirva para que de una vez le otorguen ese Oscar a la mejor dirección que ya se viene mereciendo al menos desde Mujercitas (2019), y para que la gente descubra esas adorables películas (las que ha interpretado, escrito, coescrito y dirigido) que la han llevado hasta donde está ahora. La clave probablemente ha estado en no cerrarse en banda a ninguna oferta, ni a cultivar en exclusiva el género en el que se encuentra más cómoda, o en dirigir sólo los guiones que (co)escribe. Igual que hizo Chloé Zhao --que al año siguiente de petarlo con Nomadland (2020) en los circuitos independientes, se lanzó sin complejos a dirigir Eternals (2021), un producto en las antípodas del estilo que muchos la presuponían y que aspiraba a a grandes audiencias planetarias y comerciales. Es así como una mujer --y también un hombre-- se hace un hueco en un gremio tan cerrado como el suyo, adquiere prestigio y se da a conocer a públicos que ni se acercarían a ver uno de sus primeros filmes aunque les pagaran una buena suma. No me parece que esto equivalga a venderse o plegarse a una industria cisheteropatriarcal, al contrario, abre una importante grieta en géneros que hasta hace bien poco se presuponían exclusivamente masculinos, aportando experiencias, puntos de vista, temas e inquietudes desde el lado femenino de la humanidad. Y sino, que se lo digan a Kathryn Bigelow, Jennifer Lee --codirectora de las dos partes de Frozen (2013, 2019)--, las hermanas Lana y Lilly Wachowski, Nancy Meyers, Jennifer Yuh Nelson o Anna Boden. Bienvenida a la elite, Greta.
Lo primero de todo: Barbie (2023) es una superproducción, con un equipo técnico y artístico de primera categoría, con una campaña de lanzamiento que se imitará y estudiará durante años en las universidades. En este complejo industrial-financiero Gerwig y su pareja Noah Baumbach --con quien ha coestrito el guión-- han tenido que lidiar en un entorno nuevo (quizá hostil), intentando que la película supusiera un cambios de calado en cuanto al mensaje, la historia y la inevitable pedagogía social... Me da la impresión, por las entrevistas que he leído/visto estos días, que han optado por un discurso crítico-humanista no revolucionario pero sí potente que --quizá por su radical novedad-- no ha acabado de encajar entre quienes ponían la pasta para la película. Desde luego, para audiencias entrenadas, el experimento exhibe grandes incoherencias, que Gerwig conoce, detecta y afronta de forma totalmente consciente y valiente, pero hay momentos en que la cosa hace aguas por todas partes.
La muñeca Barbie --uno de los principales iconos del consumismo capitalista-- arrastra unas cuantas apariciones en la pantalla, todas ellas en dibujos animados y explícitamente dirigidas al público infantil y femenino: para empezar, una saga de largometrajes sobre la muñeca protagonizando toda clase de cuentos clásicos --desde Barbie en El cascanueces (2001) hasta Barbie en La bailarina mágica (2013)--, dos series prácticamente calcadas --Barbie: la vida en la casa de sus sueños (2012-2015) y Barbie: la casa de tus sueños (2018–2020)-- un aluvión de comedias adolescentoides en plan Barbie: moda mágica en París (2010) o Barbie: la princesa y el cantante (2012) que siguen engordando un mito de feminidad tóxica sin que a Mattel --ahora tan woke ella-- le suponga ningún problema; para culminar con un documental enteramente adulto --Desmontando a Barbie (2018)-- que busca poner contexto un producto que se apunta a todas la modas y discursos dominantes, sin importar las contradicciones que revela una secuencia histórica. Quizá por eso, en su primera versión cinematográfica en acción real, aunque busque dar un brusco giro a una tendencia descaradamente ñoña, no ha sabido escapar del todo al esquema infantilode y patriarcal que ha arrastrado durante dos décadas. En su película, Gerwig no renuncia a esa tradición, aunque sea añadiendo un puntito de ironía, pero además pretende incorporar a mujeres y hombres de toda edad y condición, incluso a quienes la muñeca le resulta completamente ajena biográfica e ideológicamente. La apuesta era altamente arriesgada y aun así el objetivo era que un único mensaje sirviera para públicos completamente diferentes. La manera de garantizarlo ha sido simplificando de tal manera el argumento que el resultado no se distingue de las historias simplonas y maniqueas del género infantil y juvenil de toda la vida (quienes han acompañado a sus descendientes a ver esta clase de películas sabe perfectamente a qué me refiero). Echo de menos en Barbie --la película-- la rapidez expositiva, los diálogos ágiles, sin tiempo para digerir su efecto, el sarcasmo sin condescendencia, sin concesión a ninguna clase de pedagogía obligada y/o signo de los tiempos que caracteriza el cine de Gerwig y Baumbach. Apenas dejan caer dos perlas magistrales, muestra inequívoca de su talento y tono habituales: la primera, un comentario en off de la directora sobre un diálogo del personaje de Barbie --inesperado, demoledor, desopilante-- al más puro estilo Ettore Escola en La noche de Varennes (1982); y el segundo, el desenlace de la escena final (aunque más de una y más de uno lo interpreten en clave simbólico-antropológica y de transformación interior, a mí me parece una boutade a la altura de lo visto).
Aun así, no podemos exigir a la película que reniegue de su condición de superproducción capitalista y se convierta en un discurso crítico y a la contra respecto a unos cuantos valores tradicionales en grado extremo. Es imposible, ya que eso anularía su mera existencia como filme. De entrada, porque el fabricante (Mattel) produce la película, y por tanto no podemos esperar algo así por simple principio de realidad (hay un objetivo declarado de llegar y gustar al máximo de públicos posibles para obtener un rendimiento en taquilla). Lo que sí es un mérito indiscutible de su directora es que haya sabido colar unos cuantos detallitos incómodos al conservadurismo en auge y unas cuantas cargas de profundidad al patriarcado (la aparición de toda la galería de muñecas descatalogadas es un equivalente simbólico de esas otras feminidades que el icono Barbie ha eclipsado durante toda su existencia comercial). Esto demuestra la capacidad infinita del capitalismo para soportar discursos críticos, incluso los que apuntan directamente al capital; y todo sin que se llegue a resentir la marca ni la taquilla; al contrario, el mercado está experimentando un repunte increíble de ventas de todo lo que tenga que ver --de cerca o de lejos-- con el fenómeno Barbie (o simplemente la obsesión por las prendas de color rosa). El verano de 2023 será recordado por esta moda tan planetaria como efímera y sin consecuencias --como cualquier otro fenòmeno viral-- y el redescubrimiento inducido de un juguete para niñas que hasta ayer mismo era el epítome de la femininidad imposible (delgada, pecho abundante ¡y sin rodillas!) que sabe lo que quiere ser (doctora, exploradora, científica...) y lo expresa mediante una infinita gama de modelitos y accesorios que hay que comprar y el capitalismo provee.
La verdad es que no me molesta --como sí parece que lo hace a algunos exégetas, expertos y parte de la audiencia masculina que va a verla-- tanta hagiografía del mundo femenino (como tampoco entiendo todos esos minutos dilapidados por la inexplicada y ridícula crisis de identidad de Ken; sin duda la estúpida concesión a la masculinidad derribada por el filme); pero realmente --y aquí hago un salto de fe-- me pregunto si ellas no se dan cuenta de que el discurso es insultantemente plano, como si un conflicto de este tipo no pudiera presentarse con más matices. ¿A quién se dirige la película? ¿A un público adolescente de chicas en plena formación con un marco mental que hay que derribar, ofreciendo a cambio una guía para el Nuevo Mundo? ¿A madres, solteras, ancianas, toda clase de adultas empoderadas? ¿Realmente era necesario rebajar tanto el nivel del discurso? Me parece que este es el error más grave que comete Barbie.
Si es cierto que la muñeca Barbie nació, además de como entretenimiento y juego simbólico, para contribuir a que las niñas creyeran en sí mismas y se empoderaran desde 1959, la verdad es que, en todo este tiempo, apenas ha logrado arañar la superficie del patriarcado dominante. Por ahí poco puede presumir Mattel... ¿No estaremos sobrevalorando la capacidad de este juguete, de todos los juguetes, para impeler cambios sociales de un calado que sólo la política y la educación pueden lograr? ¿No habremos olvidado que hacen falta cosas más importantes, cercanas y reales, como por ejemplo padres, criadores, tutores, familiares y todo tipo de entornos socializadores? ¿No estaremos, simplemente, ante un filme que trata de blanquear a base de risas y espectáculo, una muñeca que necesita urgentemente desaparecer de los catálogos de regalos para Navidad y del imaginario de las niñas? ¿No habrá sucumbido el filme de Gerwig a esa imparable ola de cine-como-libro-de-texto que debe servir de enseñanza y modelo irreal antes que de diversión y transgresión? Echa un vistazo a la pasta invertida en la producción, a la recaudación en taquilla y la reacción del público en todo el planeta y ya tienes tu respuesta...