Revista Literatura
De Tomás Moro nos ha quedado la imagen del hombre a la sombra del rey, del hombre que de verdad maneja los hilos de la corte. Es una imagen estereotípica (y muy parecida a la del mayordomo impertérrito, casi hierático) de un Moro serio y severo, implacable martillo de herejes e incorruptible en sus principios, poco acorde, sin embargo, con el Moro que posee un sentido del humor tan pronto cáustico y vulgar como de una finura exquisita que pasa dos metros por encima de las entendederas de su señor.
El futuro rey, cuando todavía era simplemente Quique
En este sentido, la historia se ha portado bastante bien con Moro, dado que esa imagen juiciosa y severa que de él tenemos parece que se ajusta bastante a la realidad. No es el caso de Enrique VIII, a quien, aparte de cruel, a menudo se representa como un zafio que no pensaba más que en comer, ver peleas de osos contra perros, y engendrar un heredero. Dejando de lado la cuestión de la crueldad, yo, la verdad, dudo que en España en estos momentos haya un solo político con una décima parte de la cultura de aquel rey.
Vais a ver la que se va a armar
Los que empezamos a peinar canas a menudo pensamos que nos ha tocado el privilegio de vivir una época de grandes cambios históricos. No en vano hemos sido testigos de la caída de enormes e icónicas construcciones y monumentos, hemos vivido en directo al nacimiento y desarrollo de internet, y estamos asistiendo, a decir de algunos, a un nuevo choque de civilizaciones. Sin embargo, cuando uno se mete de lleno en las primeras décadas del siglo XVI, se da cuenta de que pocos cambios pueden compararse al que supuso el humanismo renacentista. Los valores que habían sido sagrados e inmutables poco a poco empiezan a tambalearse y vemos cómo se acerca el armagedón, en forma de noventa y cinco tesis colgadas por Martín Lutero en la iglesia de Wittenberg.
La ejecución de Elizabeth Barton
El libro de Ackroyd empieza con poca fuerza. No puede decirse que en su infancia y adolescencia Moro corriera un sinfín de aventuras. Pero una vez entra en la corte, el libro no tiene desperdicio. (En realidad, sí que lo tiene, y mucho, pero sobre esto, más adelante). Ackroyd nos presenta un vastísimo, profundo y ameno retrato de los principales actores en aquella verdadera revolución que fue la transición al mundo moderno, la llegada de la Reforma, y la ruptura de Enrique VIII con la iglesia católica. Naturalmente, están Erasmo, gran amigo de Moro; el anticristo hereje Lutero, el mismo Enrique, Catalina de Aragón, Thomas Cromwell, otros personajes más siniestros como Ana Bolena o el cardenal Thomas Wolsey, además de la pintoresca monja Elizabeth Barton (a quien la Enciclopedia Británica se refiere como "extática inglesa"), quemada por sus trances y profecías referentes a la anulación del matrimonio entre Enrique y Catalina; Richard Hunne, quien se negó a pagar a la iglesia la tasa establecida por el funeral de su bebé: la mortaja, y que apareció suicidado en su celda en sospechosas circunstancias; Thomas Bilney, un católico ortodoxo que no cayó en gracia al cardenal y fue quemado en 1531 (que Ackroyd llama el "año de las hogueras"), y otros muchos en los que ahora no tengo tiempo de profundizar (estoy escribiendo esta reseña deprisa y corriendo, entre una maleta y otra, y seis meses después de leer el libro).
Orson Welles, un inolvidable cardenal Wolsey en "Un hombre para la eternidad"
Este chamuscado panorama lo alegra Ackroyd con muestras del ingenio epistolar de Moro o Lutero. Así, cuando Enrique publica un tratado en Defensa de los Siete Sacramentos, con el que se ganaba la bendición del Papa, Lutero contesta con una diatriba en la que lo tilda de cerdo, imbécil y mentiroso que merecía, entre otras lindezas, estar cubierto de excrementos. En defensa de su señor, Moro respondió ofreciéndose a "volver a meterle en su mierdosa boca, verdadera bolsa de mierda, toda la mierda y porquería que su repugnante podredumbre ha vomitado." Cómo las gastaban estos humanistas. Tanto estudiar griego y latín para eso.
Tomás Moro defendiéndose frente al cardenal Wolsey
No cabe duda de que Ackroyd tiene una actitud bastante indulgente hacia Moro, responsable de la ejecución en la hoguera de tantas personas acusadas de herejía. Nos cuenta el autor que llegó inluso a custodiar a algunas de ellas en su propia casa, pero que siempre negó las acusaciones de tortura. En cualquier caso, la historia de los últimos años de Moro, llena de intrigas de la corte y la iglesia, es tan ejemplar como fascinante. Moro, que estaba dispuesto a reconocer a Ana Bolena como reina, se negó a acatar el Acta de Sucesión en los términos que Enrique le exigía, dado que ello supondría un rechazo de la autoridad papal. Las dos partes se encajonaron en tecnicismos, y en más de una ocasión Moro se merendó a Wolsey. Pero era éste el que tenía la antorcha. Finalmente, Moro antepuso sus principios e integridad a su propia vida. Algunos lo llamarían orgullo y cabezonería.Nuestro hombre fue condenado a ser ahorcado, arrastrado por caballos y descuartizado, pero Enrique se apiadó de él y se conformó con una simple decapitación.
En definitiva, este libro es tan bueno que incluso sale airoso de la impresentable, deleznable, abominable y execrable edición de Edhasa. Estoy convencido de que nadie, absolutamente nadie, ni siquiera el traductor, revisó ni una sola vez el texto. Las erratas son incontables, no hay páginas en las que no aparezca una por lo menos y la puntuación es sencillamente espantosa. Curiosamente, la traducción en sí no es tan mala, si obviamos alguna que otra palabra inventada y una insoportable y agotadora tendencia a separar las concesivas con un punto y seguido delante del "aunque", del tipo "Tomás volvió a Londres. Aunque ya no fue bien recibido". Es absolutamente indignante que una editorial tenga la desfachatez de publicar un libro sin pasar una mínima revisión. Esto sería imperdonable en una edición barata, pero es que ésta cuesta ni más ni menos que 40 euros de vellón (menos mal que lo saqué de la biblio). Si Tomás Moro levantara la cabeza...
Felices lecturas a todos. Nos vemos a la vuelta de mi breve viaje a tierras de Tomás Moro.