Se te enamora el alma, se te enamora. Sin más. Chimpún.
A mí me pasa con Julian Barnes. Concretamente Mr. Barnes (llamarle Julian a secas sería indecoroso, lo dejo solamente para los momentos de fan alocada) tiene todo lo que a mí me gusta, arrejuntado y mejorado: es inteligente, culto, divertido, escritor e inglés. Claro que con eso último ya me tenía ganada, porque podría escucharle perorar (en mis sueños) sobre Sófocles o el apasionante mundo de los grifos de goteo durante horas, sólo porque habla inglés con acento inglés. Pero ésa es una de mis taras maniáticas que no viene a cuento ahora.
Mr. Barnes no sólo ha escrito mi libro preferido sobre comer y guisar, El perfeccionista en la cocina, sino que se parece en sus maneras de enfrentarse a las cazuelas al otro del que también estoy enamorada en la vida real. Ambos son igual de cuadriculados, ingeniosos y absurdamente perfeccionistas a la hora de cocinar. Por eso les quiero.
El perfeccionista en la cocina no es un libro de recetas ni de historia culinaria. Son los pensamientos de una persona normal y corriente sobre el hecho de cocinar y las satisfacciones y problemas que da. Porque seamos sinceros, todos simulamos humildad cuando preguntamos qué tal está algo que hemos guisado y todos hemos pasado miedo e inseguridad ante un carnicero que nos pregunta si preferimos falda o babilla. El perfeccionista es la suma de varios artículos escrito por Barnes en The Guardian en 2003, y en realidad debería llamarse El pedante en la cocina. No por nada sino por acercarse más a su título original en inglés, The Pedant in the Kitchen. Porque no tiene el mismo significado ni connotaciones perfeccionista que pedante, y porque alguien que se llama a sí mismo pedante porque necesita distinguir entre cucharadas rasas y colmadas es amor.
Como desgraciadamente yo no tengo el genio expresivo de Mr. Barnes, lo mejor que puedo hacer es animaros a leerlo y a sonreír con cada página suya. Porque todos hemos querido alguna vez matar al autor de esa receta inexacta que nos chafó una cena, y todos somos cocineros necesitados de elogios.
Mi propia pedantería y fanatismo me han llevado a comprar algún recetario recomendado por y a probar alguna de las muchas recetas de las que se habla en El perfeccionista. Así descubrí uno de mis nuevos vicios, sencillo, básico y tan bueno que dan ganas de llorar. Los tomates a la crema o à la crème, que suena mejor, de Édouard de Pomiane. Testados por mí y por Julian Barnes.
Mr. Barnes es ese cocinero inseguro que todos tenemos dentro, y fruto de ello cuenta cosas como:
Si bien cocino con entusiasmo y placer, lo hago con poco sentido de la libertado o la imaginación. Necesito una lista de la compra exacta y un libro de cocina paternalista.
En la cocina soy un pedante inquieto. Confío más en los instrumentos que en mí mismo, y la única libertad que me tomo con una receta es aumentar la cantidad de un ingrediente que me gusta particularmente. Esto no es un precepto infalible, como lo confirma un plato sumamente asqueroso que guisé una vez mezclando caballa, martini y migas de pan.
¿Por qué un libro de cocina iba a ser menos preciso que un manual de cirugía? ¿Por qué una palabra en una receta tendría que ser menos importante que en una novela? Ser un gran cocinero es una cosa; otra muy diferente es ser un escritor culinario pasable. Contrariamente a la creencia sentimental, la mayoría de las personas no lleva una novela dentro, ni la mayoría de los chefs un libro de cocina.
Los que no son perfeccionistas no suelen comprender a quienes lo son y tienden a adoptar un aire de superioridad. "Oh, yo no sigo recetas", dirán, como si cocinar a partir de un texto fuera como ahcer el amor con un manual de sexo abierto junto al codo.Debido a su desconfianza en las recetas imprecisas (ésas que hablan de puñados, poquitos y dejan al propio albedrío el tiempo de cocción), Mr. Barnes hizo estos tomates con un poco de miedo. El resultado fue magnífico y yo misma puedo decir que es de las pocas recetas que os recomiendo fanáticamente. Hacedla. Ya, sí o sí, y luego me contáis qué tal.
Tomates à la crème
Dificultad, así de primeras:rien de rienProbables complicaciones:posible espachurrización de los tomates si son muy maduros, no pasa nada, queda el plato feíllo pero sabe mejor Sabor: oh ah maravilla lacrimógena Receta de inspiración: tomates à la crème, Cooking in ten minutes : The adaptation to the rhythm of our time, Édouard de Pomiane.
Dedicada al hombre para quien cocino.
INGREDIENTES para 2 personas
Édouard de Pomiane (1875 - 1964) fue un francés chiripitifláutico, profesor en el Instituto Pasteur, dietista y nutricionista. Pionero de la cocina fácil y rápida, escribió dos libros geniales: "Cocinar en 10 minutos, la adaptación al ritmo de nuestro tiempo" y "Cocinando con Pomiane". Él solito se merece por su ingenio e insólita manera de escribir recetas un post entero. En breve hablaremos más de él.
Esta receta de tomates es LA receta. La mejor relación calidad/gustico/tiempo/dificultad de toda la historia. Si no queréis usar mantequilla por aquello de la línea, podéis utilizar aceite de oliva. Sin embargo, sólo es un poquito y qué demonios, sólo se vive una vez.
PREPARACIÓN: Dice Elizabeth David de esta receta que "tiene un gusto tan sorprendente y distinto a cualquier otro plato de tomates cocidos que cualquier restaurador que lo pusiera en el menú pronto vería, con toda probabilidad, el plato incluido en las guías como una especialidad local".
Efectivamente, tiene un sabor sorprendente y maravilloso. Dice Barnes que el resultado es tan bueno que es capaz de sacar sabor de unos tristes tomates de corchopán, de ésos chungos que se venden fuera de temporada. Ahora que tenemos posibilidad de encontrar buenos y maduros tomates, jugosos y rojos como dios manda, es el momento perfecto para hacer esta receta. Así sola como plato principal (acompañada de un buen pan para untar) o incluso con pasta o como guarnición para cualquier otra cosa.
Fácil y sin error posible, su hace tal que así: se lavan los tomates y se cortan a la mitad, quitando el culo y la parte dura de arriba si es que no os gustan. Se calienta la sartén y se derrite en ella una cucharadita de mantequilla.
Cuando esté lista, se ponen los tomates en la sartén son el corte hacia abajo a fuego medio alto durante 5 minutos. Con la punta de un cuchillo fino se pincha la parte de arriba para que vaya saliendo el jugo. Pasados esos cinco minutos, se da la vuelta a los tomates, se salpimentan y se dejan cocer otros diez minutos. El líquido se irá caramelizando llenando la cocina de un olor beatífico que hace babear.
Se vuelven a voltear los tomates, se salpimenta el otro lado, y enseguida se vuelven a poner boca arriba, echando alrededor un poco de nata (80 gramos para pedantes, cantidad al gusto para atrevidos). Con una cuchara de madera se revuelven un poco los jugos para mezclarlos, y en cuanto hiervan chup chup chup, se saca todo a un plato.
Se sirve caliente y con un trozo de pan que valga la pena. Un buen plato siempre merece un señor pan para untar y masticar a dos carrillos.
Hacedme caso esta vez, os lo ruego encarecidamente. Cocinad estos tomates y luego volved a contarme qué os han parecido, si habéis llorado o no.
De paso, si lo encontráis o lo podéis comprar, leed a Mr. Barnes y reíd con sus anécdotas y aventuras culinarias.
"De esto se trata. De elegir pan. De untar mantequilla a diestro y siniestro. De sembrar el caos en la cocina. De no malgastar sobras. De dar de comer a tus amigos y a tu familia. De sentarte a una mesa donde se celebra el irreductible acto social de compartir alimentos con otros."
Amén.