Uno de los motivos para extender nuestra estancia en Nueva Zelanda, sino el principal, era ir a Tonga en algún momento entre julio y septiembre, temporada de ballenas. Otro de los motivos era el de tener una base de operaciones fija para solicitar el visado Working Holiday para Canadá. El otro motivo era para poder renovar el pasaporte tranquilamente en noviembre en la Embajada de España en Wellington.
Al volver de Filipinas planeé el viaje a Tonga, compré los billetes de avión Queenstown-Auckland, Auckland-Tonga y reservé alojamiento y actividades para la semana que iba a pasar ahí.Tres días antes de partir hacia Tonga descubrimos que para conseguir el visado para Canadá debíamos hacer un par de gestiones que implicaban enviar el pasaporte a la Embajada Española en Wellington, para que allí hiciesen una fotocopia y la compulsasen. Que ya me diréis lo complicado que sería enviar ya una fotocopia previamente compulsada en Queenstown y así nos ahorramos estar indocumentados, en fin. Así que ni cortos ni perezosos enviamos los pasaportes a la Embajada. El día de mi cumplaños, que fue perfecto por cierto, justo antes de ir a dormir Jess me preguntó acerca de una carpeta que teníamos en la mesa de la cocina. “Es donde guardo el pasaporte” respondí. Fui a cogerlo para enseñárselo y, sorpresa, no estaba. Me puse a buscarlo y le comenté a Marina que no lo encontraba. En un segundo perdió el poco color que tiene en la cara (es invierno y ella ya es paliducha de por sí) y me dijo “los enviamos ayer a Wellington”. No me desmayé porque acabábamos de tomar tarta de Santiago. ¡Hay que ser zoquetes! Enviamos el pasaporte a la otra punta de Nueva Zelanda a dos días de tomar un vuelo internacional. Un aplauso, por favor.Al día siguiente seguimos el paquete por internet y vimos que lo habían dejado en el apartado de correos de la Embajada las 5 de la mañana. Envié un mail a la Embajada pidiéndoles que fuesen a mirar el correo y que si estaba mi pasaporte que ni se les ocurriese enviarlo de vuelta. Marina les llamó y confirmó que tenían el pasaporte y que esperaban instrucciones. Fenomenal, el pasaporte estaba localizado y yo tenía tiempo para cambiar los vuelos y, en lugar de hacer Queenstown-Auckland al día siguiente podía hacer Queenstown-Christchurch-Wellington aquella misma tarde (conseguí el último asiento del último vuelo del día) y entonces volar a Auckland al día siguiente después de recoger el pasaporte.Aquel día en el trabajo estuve bastante nervioso organizando todos estos cambios así que no desayuné. Menuda sorpresa cuando se organizó una cata de vodka y ginebra en el bar con el dueño de la destilería del Blue Duck Vodka y Black Robin Gin. Me sentó como un tiro, pero sobreviví. Jason me llevó volando a casa a las 2 y media, hice la mochila todo lo rápido que pude y fuimos al aeropuerto. Allí me encontré con Marina y con Steve y Judy de Jester House, que estaban de visita por Glenorchy, y pudieron despedirme como a un bravo soldado.Llegué a Wellington a las 11 de la noche sin problemas y me alojé en el YHA del centro, cerca de la embajada. Al día siguiente fui a la embajada y recogí el pasaporte, menuda ilusión me hizo tenerlo en las manos. Como no tenía nada que hacer en Wellington me fui al aeropuerto 4 horas antes de mi vuelo. Fui a hacer el check in y la máquina pitó: el pasaporte no era válido. Llamé al encargado de Air New Zealand y me dijo que Tonga prohíbe la entrada si el pasaporte tiene una validez inferior a seis meses. El mío caduca en enero. Llanto y crujir de dientes.Llamo a la embajada y me dicen que me lo renuevan, que tardará un mes. Gracias, intútiles. Llamamos al consulado de Tonga y no contestan. El señor de Air New Zealand me dice que me puede hacer viajar a Auckland sin coste adicional en el vuelo que sale en 10 minutos pero que ahí no me dejarán volar a Tonga. Me dice que el consulado de Tonga está en Auckland y que viajando en el siguiente vuelo tengo tiempo de ir a ver qué se puede hacer. Acepté el trato y volé a Auckland en primera clase, de lujo.Una vez en Auckland llamé al consulado y contestaron. Me dijeron que me podían hacer una carta para inmigración que me iba a costar 230 dólares en efectivo pero que me aseguraba la entrada. Cogí un taxi y fui al consulado pitando. Allí una señora muy amable me hizo la carta, tomándose su tiempo, pagué la factura del dentista de su hijo y me fui en el mismo taxi, que acabó costando 140 dólares. Llegué al aeropuerto con el tiempo justo de hacer el check in e ir hacia la puerta de embarque. El avión acabó saliendo con retraso, ver para creer.Al final, 24 horas después del gran susto, llegué a Tongatapu, pasé el control de inmigración, pisé Tonga y besé el suelo como el Papa JP2. Fui directo al albergue donde iba a pasar la noche y me puse a dormir.Enrique