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Fuga, la vilipendiada ópera prima de Pablo Larraín, no generaba muy buenos augurios sobre el futuro de su director. Sin embargo, los excelentes comentarios que tuvo su nueva cinta Tony Manero en la Quincena de realizadores de Cannes, nos motivó a saber por adelantado cuáles son los atributos de esta auténtica resurrección cinematográfica. Nuestro amigo Manuel Yáñez, destacado crítico de las revistas españolas Letras de cine, Fotogramas y el sitio argentino Otroscines.com, vio la película en Cannes y la analizó la que promete ser la pelicula del año del cine chileno.
Corrupción, inmunidad, fisicidad y feísmo. Esos parecen ser los cuatro pilares (argumentales y formales) que sostienen el armazón que da pie a una película como Tony Manero, filme incómodo, de atmósferas viciadas y personajes cuyas personalidades cubren el espectro que va de lo patético a lo detestable. Crónica anti-sentimental de una sociedad en crisis, el Chile de 1978, sumido en el terror de la dictadura militar. Una película que opta por abordar la crítica social a través de la parábola, y que, en mayor medida, lo consigue. Es notable, por ejemplo, la sustitución de los uniformes policiales y del ejército por otra indumentaria que se convierte en objeto fetichista tanto para el personaje protagonista como para el imaginario estético del filme: el traje de baile de Raúl (magnífico Alfredo Castro), con el que pretende encarnar a Tony Manero en un concurso de imitadores del personaje que interpretó John Travolta en Fiebre de sábado por la noche, la película que, en plena fiebre dance, dirigió John Badham en 1977.
Desde su arranque, la película opta por adoptar una perspectiva cerrada sobre su protagonista. La cámara se pega a la nuca de Raúl, intentando representar el carácter obsesivo del personaje. De este modo, el director, Pablo Larraín, consigue plasmar en imágenes la ambivalencia anímica que domina al personaje. Por una parte, la convicción latente en su comportamiento, la decisión de cada uno de sus gestos; y al mismo tiempo la sospecha permanente de que su tránsito lo conduce hacia un horizonte que se vislumbra inexistente. En conjunto, el filme parece describir una suerte de perpetua marcha fúnebre. Cabe advertir, a estas alturas, que Raúl, el protagonista, también mata a gente. Asesina con brutalidad y frialdad; la muerte se inmiscuye en su senda vital como un pequeño obstáculo que sobrellevar para poder dar forma a su sueño. Y lo importante aquí es observar cómo la cámara de Larraín decide no emitir un juicio tajante sobre los acontecimientos. Los asesinatos se insertan en el curso de la trama con crudeza, la violencia es palpable, sin embargo, la planificación permanece inmutable. La perspectiva del observador, el cineasta, desacentúa el carácter trágico de los hechos, y el receptor, el espectador, es testimonio de cómo los crímenes abren un vacío moral en el relato, una grieta que se extiende parsimoniosa y turbadora por todo el escenario de la narración. No cabe duda de que este es el mayor hallazgo del filme: Larraín no enjuicia al protagonista como un psicópata o un enfermo. Raúl no es víctima ni verdugo, sino la amarga manifestación de un estado (mental y social) de corrupción moral.
Viaje al centro de la nocheTony Manero es una película que prioriza por la desnudez de las acciones por encima de los laberintos de la psicología. Los personajes se mueven por el escenario de la representación sumidos en un cierto mutismo y desafección. Son todos ellos parte de una realidad amoral en la que el crimen se comete bajo la impunidad más absoluta. Una realidad cuyo único incentivo parece ser el competir por la atención de un hombre mediocre, dominado por la obsesión por ser Tony Manero. Una obsesión que, por otra parte, nunca se asienta en la trama como un horizonte de ilusión o esperanza para el protagonista. Su fascinación por Travolta/Manero es la pura materialización de un profundo estado de alienación. No se trata aquí de satirizar los males de un mundo dominado por lo mediático (como apuntaron algunos al comparar la película con El rey de la comedia de Martin Scorsese), ni de burlarse de la cultura del espectáculo, sino de poner en imágenes un absurdo y dramático proceso de negación de la realidad.
Por su parte, en torno al déspota y egoísta Raúl, circulan una serie de personajes que ensayan todo un repertorio de juegos de sumisión y dominación respecto al protagonista, ecos de otros tantos males sociales. Aquí es donde se vislumbran las limitaciones y desajustes que ofuscan el alcance de la película. Se hace demasiado patente, en varias ocasiones, la necesidad que siente Larraín de manifestar la repulsa que le provoca la realidad que está retratando. Y así, hay momentos en los que, en su búsqueda por provocar un cierto malestar en el espectador, el feísmo extremo de la representación roza la caricatura. Aunque nunca se llega al extremo de convertir a sus personajes en títeres desalmados, la película transita por la cuerda floja de la afectación. Cuando se trata de la construcción de parábolas sociales, siempre es un peligro no dejar un cierto margen para la dignidad y la humanidad. Finalmente, eso es lo que diferencia a cineastas irregulares como Carlos Reygadas (sobretodo el de Batalla en el cielo) de maestros como Luis Buñuel o Jean-Pierre y Luc Dardenne, todos ellos referentes de Larraín a la hora de radiografiar el Chile de 1978.
Con Tony Manero, Pablo Larraín demuestra unas dotes certeras para la caracterización y confección tipológica de unos personajes y su entorno social. También se revela como un notable realizador, capaz de elaborar y mantenerse fiel a una visión fílmica propia, hermética y sofisticada, claustrofóbica y exigente para el espectador. A través de un turbio paisaje humano, vacío de valores y lleno de disfunciones (sexuales, familiares y políticas), Larraín consigue penetrar en el corazón anímico y moral de un tiempo y un lugar. Es una lástima que, en ocasiones, el director no sea del todo conciente de su propio talento y opte por el énfasis en vez de por la sutileza.
Ficha Técnica
Título Tony Manero
Pais Chile-Brasil, 2008
Dirección: Pablo Larraín
Producción: Juan de Dios Larraín
Guión: Pablo Larraín, Alfredo Castro, Mateo Iribarren
Fotografía: Sergio Armstrong
Montaje: Andrea Chignoli
Elenco: Alfredo Castro, Amparo Noguera, Héctor Morales, Paola Lattus, Elsa Poblete, Héctor Morales.
Duracion: 100 minutos.
Por Manuel Yáñez Murillo (www.mabuse.cl)
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