Revista Ciencia

Tormenta solar, esa vieja amiga…

Por Rafael García Del Valle @erraticario

tormenta solar2

Entre el martes 19 y el miércoles 20 de febrero, la sonda SDO de la NASA detectó la formación de una mancha solar que ha crecido hasta un diámetro seis veces mayor que el de la Tierra y que, según dicen, tiene visos de generar erupciones solares durante los próximos días.

Hasta aquí la noticia. La cosa no da para mucho más, salvo para quienes gustan pensar que la conversión del ser humano en un dechado de bondad y amor pasa por ser frito en un buen chorro de partículas radiactivas. Y como febrero ha venido con cierta enjundia catastrofista para unos y neo-acuarival para otros, aprovecharemos para revisitar algunos conceptos ya olvidados entre las telarañas cibernéticas del archivo.

En realidad, lo que sigue son extractos del opúsculo que preparé hace un par de años bajo el título La gran tormenta solar y del que, a falta de ánimos para revisarlo y corregir ciertos aspectos que ahora concibo desde otra perspectiva, recupero lo “salvable” cada vez que “la actualidad lo requiere” y la creatividad para aportar algo nuevo decide tomarse la semana libre.

Al final del artículo hay algo de catastrofismo, para quien se aburra mucho al principio. Qué le vamos a hacer, a todos nos mueve una determinada linea editorial…

¿Qué son las tormentas solares?

Las tormentas solares, o geomagnéticas, son fenómenos bastante frecuentes y de los que apenas, salvo eventos de gran magnitud, somos conscientes. Básicamente, se trata de alteraciones en el campo magnético terrestre provocadas por un aumento de actividad solar. Esto es algo que se debe recordar para distinguir el grano de la paja: las tormentas solares son fenómenos que ocurren en la Tierra, no en el Sol. Éste sólo genera las actividad causante de tales eventos.

El Sol emite un flujo variable de partículas que fluyen hacia el exterior, el “viento solar”. Este flujo es un plasma muy poco denso, o lo que es lo mismo, un compuesto gaseoso de partículas cargadas entre las que se producen interacciones electromagnéticas. Este plasma se extiende más allá de los planetas conocidos y forma una burbuja denominada “heliosfera”. Gracias a la presión del viento solar, la heliosfera actúa como un escudo que protege a todo el sistema solar de las radiaciones exteriores procedentes del resto de la galaxia.

Así, se puede hablar de nuestro espacio más cercano en términos similares a como hablamos de la atmósfera terrestre. Es decir, podemos usar valores de presión, temperatura, densidad y velocidad. Y de la misma forma, según la actividad que se registre en el Sol, se formarán corrientes y patrones de circulación de diferentes características.

Nuestra estrella tiene ciclos de baja y alta actividad en la emisión de radiaciones que se alternan cada once años, aunque en realidad esta cantidad es una media, puesto que los ciclos registrados hasta hoy pueden variar desde un mínimo de ocho años hasta un máximo de trece. Al final de cada ciclo, la polaridad se invierte, pasando de norte a sur y viceversa. De esta manera, un período magnético abarca veintidós años.

Los ciclos de alta actividad están asociados a la abundante formación de manchas solares, que no son sino regiones de nuestra estrella que adquieren una gran intensidad magnética. Aparecen más oscuras debido a una ilusión óptica provocada por la disminución de la temperatura en ese punto del Sol.

erupcion-solarAlrededor de las manchas tienen lugar las llamadas “erupciones solares”, tremendas explosiones de potencia equivalentes a decenas de millones de bombas de hidrógeno. Estas tienen lugar en la superficie del Sol, calentando plasma a decenas de millones de grados y acelerando los electrones e iones más pesados que resultan de las mismas a velocidades cercanas a la de la luz. Se produce así radiación electromagnética en todas las longitudes de onda, desde largas ondas de radio a los más cortos rayos gamma.

Algunas de estas partículas terminan por alcanzar la Tierra, introduciéndose en espiral por las líneas del campo magnético de la misma. De esta forma, penetran en las altas capas de la atmósfera y provocan una ionización adicional, la cual se puede traducir en un aumento significativo de la cantidad de radiación ambiental. Es lo que se conoce como “evento de protones”.

Según su intensidad, las erupciones solares se clasifican en A, B, C, M y X. Cada clase tiene un pico de flujo diez veces mayor que la anterior. A su vez, dentro de cada clase hay una escala lineal de 1 a 9, así que una erupción X2, por ejemplo, tiene dos veces la potencia de una X1.

En ocasiones, una de estas erupciones se desprende violentamente hacia el exterior lanzando al espacio una enorme cantidad de materia y radiación electromagnética. Es lo que se conoce como “eyección de masa coronaria” o EMC. De esta manera, al producirse una EMC, el viento solar se intensifica en la dirección que tome la misma.

La Tierra posee un campo magnético, la magnetosfera, que la protege del viento solar. Se trata de una región alrededor del planeta que actúa a modo de escudo contra las partículas cargadas eléctricamente.

Gran parte de las partículas de alta energía que conforman el viento solar, al contacto con la magnetosfera, son desviadas. Muchas otras son dirigidas por las corrientes electromagnéticas hacia los polos, donde el campo magnético es más delgado y sus líneas se introducen en la Tierra. Según la fuerza del viento solar pueden acceder a nuestra atmósfera y, al interactuar con los gases de la misma, los átomos de oxígeno y nitrógeno de la ionosfera se cargan de electricidad, algo que se manifiesta como un juego de luces de colores, las llamadas auroras polares.

Aquellas partículas que no han sido desviadas en un primer momento y penetran en la magnetosfera son atrapadas en unas zonas de circulación electromagnética denominadas “cinturones de Van Allen”.

Debido a la presión que ejerce el viento solar, la magnetosfera se comprime por el lado que encara al Sol y se alarga por el opuesto, adquiriendo una forma típica de gota. La superficie externa de la magnetosfera, aquella que está en contacto directo con el plasma solar, se denomina “magnetopausa”. Según la fuerza del viento solar, su densidad o su campo magnético, esta compresión será mayor o menor.

Cuando se produce una EMC y ésta se dirige hacia la Tierra, la velocidad y densidad del viento solar se incrementa de manera considerable y su choque contra la magnetosfera provoca una perturbación en los campos magnéticos que es lo que conocemos como “tormenta solar”.

magnetosfera_esquema

La burbuja que nos protege sufre entonces una sacudida tal que el movimiento de los campos magnéticos induce a la formación de corrientes eléctricas que se desplazan a lo largo y ancho de la atmósfera. El resultado de una tormenta menor suele ser un intenso y bonito espectáculo de auroras en las zonas polares. A mayor intensidad, la perturbación electromagnética alcanzará una región más amplia de la atmósfera, de manera que tales auroras podrán ser vistas en zonas más alejadas de los polos. Sin embargo, tal maravilla esconde un serio aviso, pues, en los casos más violentos, la carga eléctrica puede llegar hasta la superficie terrestre y causar un serio destrozo.

¿Qué nos puede pasar?

Hay cuatro factores necesarios para que se produzca una tormenta solar perfecta:

1-   La eyección de masa coronaria debe ser expelida a una gran velocidad.

2-   Ha de tomar un camino directo hacia la Tierra.

3-   Frente a otras tormentas de mayor duración, tiene que ser breve pero intensa.

4-   El campo magnético de la EMC ha de estar orientado en posición inversa al de la Tierra. Es decir, enfrentando su polo sur al polo norte terrestre, lo cual facilita la interacción magnética y las partículas solares encuentran más fácil acceso al interior de nuestra magnetosfera.

Hasta el día de hoy, sólo la gran tormenta de 1859 cumplió estos cuatro requisitos, de manera que, a pesar de haberse detectado varias erupciones solares de gran importancia a lo largo del siglo XX, ninguna llegó a producir una tormenta tan intensa como la del siglo XIX.

El principal problema relacionado con una de estas tormentas es la influencia tan dañina que ejerce sobre nuestros sistemas eléctricos. Las corrientes eléctricas generadas en la atmósfera tras una tormenta geomagnética interaccionan con las líneas de transmisión, las cuales suelen estar ya de por sí al límite de carga en las zonas más desarrolladas debido a las necesidades de consumo, y aportan una corriente extra que termina por saturar los transformadores. De ello tenemos varios ejemplos a lo largo de las últimas décadas.

carrington

La erupción solar más violenta jamás registrada ocurrió el 29 de octubre de 2003, clasificada como tipo X34. La velocidad de la eyección de masa coronaria fue la más alta registrada después de la de 1859. Frente a las diecisiete horas que tardó la EMC del evento Carrington en recorrer la distancia que separa al Sol de la Tierra, la EMC de la tormenta de Halloween, que tal es el nombre con el que ha pasado a la Historia, lo hizo en diecinueve horas. Sin embargo, los polos magnéticos de la EMC que impactó contra nuestra magnetosfera no estaban alineados de manera inversa a la misma, como sí había ocurrido en 1859, lo que evitó daños mayores que los que tuvieron lugar.

Durante este evento, el país más afectado fue Suecia, donde se produjeron numerosos cortes de suministro eléctrico. En el resto del planeta, se dieron fallos en las comunicaciones que obligaron a interrumpir el tráfico aéreo en diferentes zonas. Así, el sistema WAAS (Wide Area Argumentation System), ideado como un complemento del sistema GPS que otorga mayor precisión y seguridad en las señales de posicionamiento, y que es usado por las compañías aéreas, estuvo inoperativo durante un total diez horas a lo largo de dos días. Además, el 4 de noviembre una fuerte carga de rayos x, la más intensa jamás registrada, causó daños a 28 satélites y dos fueron reducidos a chatarra.

Catorce años antes, el 13 de marzo de 1989, medio mundo pudo deleitarse con un fenomenal espectáculo de auroras boreales que se dejaron ver por casi todo el hemisferio norte, llegando a lugares tan meridionales como Florida y Cuba. Sin embargo, el fenómeno no resultó ser tan divertido para los habitantes de la provincia de Quebec, en Canadá, donde la tormenta provocó el fallo de un transformador de la principal planta hidroeléctrica del país. El corte del suministro afectó a seis millones de personas durante nueve horas. Para poder hacernos una idea de la situación, sólo basta pensar en la cantidad de personas que quedaron atrapadas en ascensores, o en el absoluto descontrol del tráfico ante la falta de semáforos. La tormenta también afectó a numerosas ciudades de la costa este de Estados Unidos, estimándose las pérdidas económicas de aquel apagón en unos ¡6.000 millones de dólares!

El 2 de agosto de 1972, los astrónomos detectaron una llamarada de tipo X2. Gracias a la sonda Pioneer 9, los científicos del Centro de ambiente espacial de Boulder, en Colorado, Estados Unidos, pudieron comprobar “in situ” cómo el viento solar incrementaba su velocidad casi al doble, de unos 550 km. por segundo a cerca de 1.000, lo que les permitió predecir la tormenta que se les vendría encima el día 4 de agosto. Las consecuencias fueron, de nuevo, importantes cortes en los sistemas de telecomunicaciones de países como Estados Unidos y Canadá.

Pero una de las tormentas más dañinas del pasado siglo tuvo lugar en 1921. El 14 de mayo de aquel año, toda la costa este de los Estados Unidos se quedó sin electricidad y las comunicaciones fueron imposibles desde la costa atlántica hasta la región del Mississippi. Se registraron incendios por doquier debido a la saturación de las líneas eléctricas, entre otros el que destruyó la estación central de ferrocarriles de Nueva Inglaterra. En Europa, la cosa no fue mejor. Todo el continente perdió las comunicaciones de teléfono, telégrafo y cable. Muchas oficinas y centrales telefónicas fueron arrasadas por las llamas.

La tormenta solar que causó tales destrozos no había sido ni la mitad de potente que la de 1859. Una muestra de que el enorme desarrollo tecnológico alcanzado en poco más de medio siglo era tan frágil y vulnerable como en sus comienzos. O quizás más, pues la dependencia eléctrica generada por los nuevos modos de vida iba creciendo de manera exponencial.

photo-chicago-chicago-fire-department-truck-firemen-stores-in-background-sepia-c1930

Muchas otras tormentas solares han afectado nuestra vida a lo largo del siglo XX. Aunque no tan intensas como las mencionadas, todas ellas causaron serios problemas en las comunicaciones y sobrecargaron las redes eléctricas de numerosas ciudades, así como las líneas ferroviarias, lo que dio lugar a innumerables incidentes relacionados con retrasos y cancelaciones de trenes. Ni que decir tiene que las auroras siempre eran malinterpretadas en aquellas latitudes poco habituadas al fenómeno, por lo que el temor a que fueran el reflejo de grandes incendios o accidentes relacionados con algún transporte hacía que la actividad de los servicios de bomberos fuera frenética.

Es de imaginar que, durante la guerra fría, estos fenómenos debieron causarle un serio disgusto a más de uno. Es lo que sucedió con la erupción solar del 11 de febrero de 1958, la cual produjo auroras tan rojas y luminosas en los cielos de Europa que hizo inevitable volver a recordar los fuegos y explosiones remotas de la guerra. Muchos temieron entonces que se hubiera dado comienzo a un nuevo conflicto bélico.

Pero más allá de los miedos de un ciudadano de a pie que se enfrenta ante algo nada habitual e intenta encontrarle una lógica, el disgusto puede adquirir tintes más serios si los que se desubican y no saben qué está pasando son, por ejemplo, militares. Dos años antes, el 24 de febrero de 1956, el submarino británico Acheron se encontraba realizando una misión en las aguas del Ártico, en algún lugar entre Islandia y Groenlandia, cuando se perdió su señal de radio. El alto mando británico decretó enseguida el estado de máxima alerta y en poco tiempo la región norte del Atlántico se vio plagada de aviones y buques de guerra. Periódicos como el español ABC siguieron el suceso:

El Almirantazgo británico anunció a mediodía que no tenía noticias del submarrino “Acheron”. Normalmente debió haberse recibido por “radio” una comunicación del mismo a las once de la mañana (hora española).

En vista de ello se dispuso que todos los aviones y barcos de salvamento y reconocimiento disponibles recorrieran la zona en que se sumergió el miércoles el submarino. A las tres de la tarde no se había logrado todavía establecer contacto con el sumergible. La búsqueda se ve, desde luego, dificultada por una galerna ártica. La profundidad del Atlántico en la zona de la desaparición de la nave es de 145 brazas.

El “Acheron”, de 1.120 toneladas es gemelo del “Affrey”, que en 1951 se sumergió en el Canal de la Mancha y no volvió a la superficie. Pertenece a la nueva clase “A” de los sumergibles británicos y lleva a bordo a seis oficiales y cincuenta y nueve marineros.

A última hora de la tarde informa el Ministerio del Aire que ha sido localizado por “radio” el submarino que se creía desaparecido, ordenando que cese la búsqueda del “Acheron”.

(Fuente: ABC)

El submarino estuvo desaparecido durante cuatro horas. La causa, una tormenta solar acompañada de una de las mayores descargas de radiación cósmica registradas hasta la fecha.

¿Puede afectar a nuestro organismo una tormenta solar?

ondas-electromagneticas-638077

La respuesta científica no es ningún secreto. Sí.

Nuestra vida diaria está rodeada de campos electro-magnéticos: hornos microondas, teléfonos móviles, señales de televisión y radio; un poco más allá, antenas, onda corta de radioaficionados, taxis o policía, radares, y un larguísimo etcétera. Y todas ellas son emisoras de un tipo u otro de radiación que nos afecta en mayor o menor medida. Como ejemplos más característicos, todos sabemos de las continuas polémicas surgidas en torno a la instalación de antenas de telefonía móvil y de líneas de alta tensión en entornos habitados.

Es un hecho la larga lista de enfermedades que la radiación electromagnética, sobre todo la de baja frecuencia, provoca al interaccionar con nuestras células: cáncer, leucemia, afecciones cardiovasculares y del sistema nervioso, etc., También lo es, desde los años noventa, la compleja relación que existe entre los campos magnéticos y el cerebro humano, entre cuyos componentes se encuentran los magnetosomas, que son partículas de magnetita rodeadas de una membrana biológica, la cual permite la interacción con las neuronas.

La existencia de los magnetosomas en los animales era algo conocido por la Biología, puesto que son los que permiten, a modo de brújula, orientarse a seres como las aves migratorias, ballenas, delfines y tortugas marinas. Y, de hecho, se ha demostrado que la perturbación electro-magnética es causa de algunos episodios de desorientación en dichos animales.

Todo esto no sólo es aplicable a los campos electromagnéticos de origen artificial, sino también a los naturales. Se sabe que las alteraciones bruscas del campo magnético, como las que se producen antes de un terremoto, son percibidas por los animales. En el caso de las alteraciones provocadas por una tormenta solar, varios estudios han corroborado que, durante los períodos en que se produce un incremento de la actividad solar, aumenta el número de incidencias médicas relacionadas con infartos de miocardio y derrames cerebrales, así como de intentos de suicidio.

En este sentido, los astronautas han servido como generoso cuerpo de cobayas humanas, observándose que, cuando eran sometidos a un aumento de radiación solar, su comportamiento, sereno y estable por definición en estos tipos, cambiaba radicalmente y daba lugar a brotes de nerviosismo e histeria.

En un estudio de 1994 realizado por la Clínica Westbank en Stirlingshire, Reino Unido, se comprobó que existía un incremento estadístico significativo en la admisión de pacientes con algún tipo de trastorno mental en los días de tormentas solares. Según esto, el aumento de ingresos por depresión superaba la media en un 36,2% durante las dos semanas siguientes a un evento geomagnético de importancia.

Se ha podido analizar la relación entre la glándula pineal, un órgano atrofiado y gran desconocido que los científicos apenas alcanzan a asociar con la segregación de melatonina y con cierta capacidad fotosensible, y los campos magnéticos.

Glandula_PinealLa glándula pineal, o epífisis, es un órgano situado justo en el centro geométrico de nuestro encéfalo. A partir de los siete años de edad, se produce su atrofia debido a un proceso de deshidratación común a diferentes órganos, lo que hace que esta glándula termine por contraerse hasta alcanzar el tamaño de un piñón.

Hasta hace poco se la consideraba un residuo procedente de fases anteriores de nuestra evolución, un vestigio sin utilidades importantes en nuestra actual fase evolutiva. Sin embargo, los últimos descubrimientos científicos han cambiado radicalmente el concepto que hasta ahora teníamos de ella.

Hoy sabemos que su misión biológica es la secreción interna de melatonina, hormona cuya cantidad disminuye con la edad y que está relacionada con la regulación de los ciclos de vigilia y sueño, los llamados “ritmos circadianos”, y con los procesos de la pubertad, además de ser un poderoso antioxidante y participante en los procesos de  apoptosis de células cancerosas en el timo.

Es una glándula fotosensible, es decir, responde a las variaciones de luz que se dan a nuestro alrededor. De esta manera, se activa en la oscuridad para segregar melatonina, la cual nos induce a un estado de calma e introspección.

La circulación de hormonas por nuestro organismo provoca una serie de emociones y sensaciones concretas. Las sustancias endorfinas segregadas por la glándula pineal nos ayudan a entrar en un estado de conciencia más íntimo provocado por la sensación de tranquilidad que aporta la melatonina.

Esta segregación de endorfinas permite disminuir y relajar los sentidos, lo que se refleja en  el cuerpo mediante una reducción del glucógeno en la sangre, induciéndonos al sueño y llevándonos a un estado de duermevela. Al ser éste un estado en el que la actividad cerebral está bajo mínimos, reduce las interferencias del mundo externo y la concentración sobre uno mismo es superior. Esto, a nivel práctico, nos permite distanciarnos de los problemas y observarlos con una nueva perspectiva, por lo que la mayoría de nosotros lo aprovechamos para reflexionar y repasar los acontecimientos cotidianos, encontrando a veces respuestas y soluciones que sin esa calma y concentración nos resultarían difíciles de intuir.

Más allá de su capacidad fotosensible, los últimos estudios científicos insisten en que la glándula pineal es también un magnetorreceptor, es decir, resulta sensible a los campos magnéticos y transforma sus ondas en estímulos neuroquímicos.

El profesor José Luis Bardasano, de la Universidad de Alcalá de Henares, es uno de los mayores especialistas en temas relacionados con bioelectromagnetismo. En su ponencia Electromagnetismo, glándula pineal y salud pública nos dice que:

En el organismo existen dos sistemas de comunicación: el de base química y el de base eléctrica. En el primero (sistema endocrino), las señales de información (mensajes) son las hormonas que se transmiten a través de canales de información: vasos sanguíneos, vasos linfáticos, canal neural, etc. alcanzando los órganos diana o efectores. En el segundo (sistema nervioso) las señales son electromagnéticas y poseen una red de distribución con centros y ”subestaciones” que asienta sobre las células neuronales (neuronas) alcanzando los músculos, corazón, glándulas, etc. Éstos dos sistemas han evolucionado paralelamente y colaboran mutuamente desde sus orígenes en perfecta armonía cronobiológica (la cronobiología es la ciencia que estudia los ritmos). Los ritmos y ciclos que en estos dos sistemas se suceden están coordinados por la “glándula pineal”.

Para el profesor Bardasano, la luz es el temporizador o sincronizador principal de los ciclos vitales, mientras que los campos electromagnéticos constituyen el sincro-nizador adicional. Los estudios realizados han llevado a concluir que las alteraciones electromagnéticas, al igual que lo hace la luz, interrumpen el proceso de secreción de melatonina. Una exposición continuada y la consiguiente reducción de actividad en la glándula pineal provocan casos habituales de fatiga, estrés, trastornos del humor, trastornos del sueño, rendimiento profesional disminuido, depresión e incluso riesgos de padecer cánceres como el de mama.

Según esto, no sólo hemos de tener cuidado con las alteraciones provocadas por los campos electromagnéticos artificiales (antenas, telefonía, radares, etc.), sino también con las variaciones de los campos magnéticos naturales, como pueden ser las provocadas por fuertes tormentas solares. Así, la glándula pineal sería receptiva no sólo a las ondas emanadas del campo geomagnético, sino a otras tan importantes como la resonancia Schumman, las micro-pulsaciones de origen cósmico y cualquier campo ELF o de baja frecuencia en general.

Todas ellas influyen en nuestro estado de ánimo debido a que afectan a nuestros biorritmos y neurotransmisores, rompiendo la sincronización de los ritmos circadianos y la producción de melatonina.

bioritmos

La ciencia empezó a tomarse en serio este asunto a partir de los años noventa. Ya desde la década de los 80 una gran cantidad de investigaciones psicológicas venía demostrando que las tormentas geomagnéticas tienen un profundo efecto en los estados de ánimo y por tanto influyen en el comportamiento humano y en la manera de abordar conflictos y problemas. Un hallazgo importante de estos estudios es que se suelen atribuir los sentimientos y emociones a la fuente equivocada, dando lugar a juicios incorrectos. Y de ahí la importancia de conocer el origen del malestar para poder controlar el modo en que actuamos.

Un ejemplo muy significativo de las repercusiones que el desconocimiento de estos trastornos pueden llegar a alcanzar lo tenemos en un estudio realizado en 2003 por los doctores Ana Krivelyova y Cesare Robotti y financiado por el Banco de la Reserva Federal de Atlanta, quienes concluyeron que las tormentas solares también afectan a los mercados bursátiles, haciendo que los corredores de bolsa tomen decisiones pesimistas.

Según el informe, que tuvo en cuenta el comportamiento de los diferentes índices bursátiles de nueve países diferentes, las personas afectadas por las tormentas solares pueden estar más inclinadas a vender más acciones en días de alta actividad geomagnética debido a que erróneamente atribuyen su mal humor a las malas perspectivas económicas en lugar de a las condiciones ambientales.  Esto provoca un efecto negativo en las estadísticas económicas de la semana siguiente. De la misma manera, los científicos observaron cómo durante los períodos de poca actividad geomagnética las decisiones tomadas condujeron a un aumento de los beneficios en todos los sistemas estudiados.

Para concluir este apartado, no puedo evitar recordar un curioso estudio realizado por el doctor Darren Lipnicki, del Centro de Medicina Espacial de Berlín, el cual intentaba demostrar la correlación entre la actividad geomagnética y el contenido de los sueños, basándose en las alteraciones en la producción de melatonina que se producen por los cambios en el nivel de radiación tras una tormenta solar. Lipnicki concluyó que durante las situaciones de baja actividad geomagnética, los sueños tienden a ser más extravagantes que en los periodos de máxima alteración del campo magnético terrestre. En estos últimos, las aventuras oníricas estarían más apegadas a la realidad.

No deja de ser interesante la cantidad de efectos que parecen tener los eventos geomagnéticos sobre la psique humana, condicionando nuestra actividad diaria sin que apenas seamos conscientes de ello. Lo que parece quedar claro de los estudios al respecto es que somos más dependientes del entorno de lo que podríamos pensar en un principio, por lo que toda investigación sobre estos trastornos puede conducirnos a un más claro entendimiento de lo que somos y de nuestra relación con el mundo que nos rodea.

Un ciclo raro, muy raro…

the_frozen_thames_1677

El ciclo 24 comenzó a principios de 2008, La inquietud que levantó entre los científicos se debe a que desde 1996 venían previendo que iba a ser uno de los períodos más intensos y activos de la historia de nuestro sol.

Pero el nuevo ciclo comenzó de una manera inesperada, pues lo hizo con una inusitada calma que rompió todas las estadísticas. El 4 de enero de 2008 surgió una primera mancha de polaridad invertida. Esto quiere decir que su norte magnético surge en sentido opuesto al que habían presentado las manchas del ciclo anterior, fenómeno éste que es el anuncio de un nuevo período. Era, por tanto, el inicio oficial del ciclo 24. A partir de ahí, lo lógico hubiera sido el aumento paulatino de las manchas solares hasta alcanzar su máximo, el cual estaba previsto que abarcase desde finales de 2011 hasta principios de 2013.

Sin embargo, las manchas no aparecieron hasta dos años después de lo esperado, alargando así de manera incomprensible el mínimo solar del ciclo 23. Según interpretaron algunos, esto se debió a una aceleración de la gran cinta transportadora del Sol a finales de los años noventa. Al aumentar su velocidad, la corriente arrastró rápidamente los restos de las manchas solares hacia el interior del Sol, donde se vuelven a cargar, pero el proceso fue demasiado rápido como para permitir su completa regeneración, de manera que la formación de manchas se detuvo.

Años después, la corriente volvió a ralentizarse, pero las consecuencias de aquel aceleramiento fueron palpables mucho tiempo después, aletargando así el comienzo del ciclo 24.

Quienes sostienen esta idea consideran que la ralentización posterior de la corriente habría dado tiempo para una mayor carga electromagnética de las manchas, por lo que una vez que estas salieran a la superficie darían como resultado una actividad solar muy intensa.

A finales de 2010, se comenzaron a ver los primeros indicios de esa nueva actividad solar.

Sin embargo, todo ha sido muy raro. En julio 2012, se confirmó el máximo solar esperado en el hemisferio norte de nuestra estrella, mientras que el sur está en una especie de flemático desperezamiento que no hace sino desconcertar a los científicos, que ya no saben en qué fecha situar el pico solar, o si siquiera habrá un pico solar propiamente dicho.

Esta debilidad refuerza las predicciones de una inminente “hibernación” solar, la pequeña edad de hielo de la que pocos hablan todavía, sobre todo los recaudadores de impuestos verdes por aquello del calentamiento global provocado por fuerzas humanas, pero que promete complicar el panorama actual del planeta más si cabe.

Pero esas son otras historias que ya fueron tratadas en profundidad, así que terminaremos este largo artículo reproduciendo otro en el que se abordaron los mismos temas: si al cambio climático le añadimos un poco de economía y codicia humana, podemos prever ese asunto de la crisis alimentaria del que tampoco nadie habla pero que se acerca como una plaga sin que nadie quiera poner remedio, donde se mezclan el mundo de las finanzas y el buen aprovechamiento de las circunstancias climáticas actuales. Algo confirmado hace poco con nombre propio, puesto que en estas cosas siempre surge un bocazas:

Uno de los mayores agentes de materias primas del mundo celebra que las actuales catástrofes naturales y la inminente crisis alimentaria global van a dar mucho dinero. La empresa se llama Glencore y han dicho hace poco que se van a forrar con la crisis de alimentos.

La destrucción del 45% de la producción anual de maíz y del 35% de soja en Estados Unidos, con cifras parecidas en los campos de “lo que sea” en Rusia y toda Asia, a causa del aumento de las condiciones de clima extremo, es el detonante para que los precios de los alimentos básicos alcancen precios prohibitivos en los próximos meses.

(Fuente: “La muerte de la humanidad. Todo un negocio“)

Pero esas sí que son otras historias que a muy pocos parece importar.

.


Volver a la Portada de Logo Paperblog