Conocido por su espectacular estructura sustentada en una minúscula base, Castellana 50 es uno de los edificios más emblemáticos del centro económico de la capital. El edificio, obra cumbre del reconocido arquitecto Rafael de la Hoz, fue todo un experimento tecnológico y arquitectónico en el momento de su construcción y hoy luce incluso más espectacular gracias a la reforma realizada.
En palabras de Joaquín Torres “Es de esos soberbios proyectos que no solo me emocionan, sino que me encantarían que fueran míos”.
El edificio está concebido como un gran prisma de cristal que flota como un farolillo gigantesco. Sus 17 pisos se sujetan a un solo brazo de hormigón que ni siquiera está en el centro del edificio, de forma que el 50% de la superficie queda suspendido en el aire, sujeto por cables que hacen de tirantes. No menos espectacular es su fachada, realizada como una doble piel de cristal que solo deja pasar la luz fría, haciendo que sea tremendamente luminoso, pero fresco a la vez.
La parcela en la que está ubicado el edificio es el final de una manzana, con forma de sector de círculo y rodeado de edificios exentos de muy diversas formas y materiales, presenta un gran desnivel, que lejos de crearle un problema lo convierte en virtud, haz del problema una virtud. El edificio se comenzó a pensar en los años 70 y se terminó después de varias crisis en 1986. En un entorno en donde todos los edificios ignoran la ciudad, la Torre Castelar hace un ejercicio inverso, casi concentra toda la masa en el centro y deja rodearse de ciudad, borrando los límites del solar y permitiendo al ciudadano y no usuario, acercarse hasta la misma puerta, permitiendo pasar de la Castellana a la calle superior, con un desnivel de 18 m, casi por su interior.
El programa se divide en dos partes, una enterrada con salas comunes, salas de reuniones y acceso, y unas oficinas en alto, en una torre de muy reducida superficie en planta, que se une al terreno mediante una pieza que con el mismo material que el suelo y de acusada forma horizontal sirve de contrapeso visual y parece que físico de la torre.
La normativa definía sólo volúmenes, y lo que deciden los arquitectos no es nada caprichoso ni producto de azar, el espacio enterrado para no perder la estereotomía del espacio deciden introducir luz cenitalmente, la planta del edificio de oficinas de reducidas dimensiones obliga a sacar fuera el núcleo de circulación vertical.
El emplazamiento de la torre una parcela complicada, por su ubicación en una rotonda, en una vía más rápida que lenta, y con un desnivel importante, lo que para otros sería un problema, en este caso se convierte en oportunidad. Se coloca lo más alto que puede y lo más atrás que le permite el programa, de esta manera gana perspectiva y altura, la parte enterrada forma parte del terraplén que se separa de la castellana y que hace ganar el silencio al edificio, es un terraplén para la ciudad una rampa verde seguido de una rampa de travertino. La escala del edificio se pierde, no existe ningún elemento en la fachada que de escala medible, intencionadamente se evitan los elementos de puertas, ventanas, pilares que pudiesen dar una idea de cuantas plantas tiene la torre o cuánto mide de ancho.
Tan especial como el edificio ha sido su reforma, que al inmejorable emplazamiento del edificio le ha sumado las últimas prestaciones incorporadas. Se han abierto espacios que han dado amplitud a las plantas, se han incluido mejoras en los accesos, en el interior y en los sistemas de seguridad, y se han incorporado los últimos avances de eficiencia energética.
Uno de los trabajos más espectaculares ha sido el muro que une la entrada principal y la entreplanta, en el que se ha utilizado una piedra especial, llamada Costero, sin pulir, por lo que conserva sus textura natural con hendiduras y huecos característicos de las piedras en bruto. Un contrapunto a la sobriedad del edificio que otorga amplitud y mucha luminosidad al espacio.
Rafael de la Hoz “hijo” ha sido el encargado de llevar a cabo la reforma de este edificio que construyó su padre cuando él tenía 17 años. En su vuelta a Castellana 50, el arquitecto ha querido respetar escrupulosamente la idea de su antecesor. Por ejemplo, ha dejado las plantas diáfanas como soñó su padre y ha eliminado la barandilla de las escaleras para destacar aún más la estructura de la entrada. “Mi padre odiaba los rellanos, pero son obligatorios. Su solución fue colocar un rellano tras cada peldaño, de forma que parecen escalones más anchos. Se le ocurrió viendo las pirámides de Luxor”.