Revista Diario

Torro: un perro especial

Por Desmadreando @desmadreando

Hoy abrí Facebook encontrándome de lleno con esa estrategia vil de hacer "vívidos nuestros recuerdos" . Lo confieso: caí redonda. Fue ver la foto de mi perrito hace seis años cuando llegó a casa y derretirse mi corazón. Así que hoy te voy a hablar de Torro, un perro especial.

Torro: un perro especial

La historia de Torro comenzó tiempo atrás. De pequeña siempre había tenido perros. Es más creo que he tenido todo tipo de mascotas: perros, gato, peces, conejos, canarios, periquitos australianos, loros, hamster, patos, tortugas, arañas ¡y lagartijas! Si, de pequeña las atrapaba y les ponía un hilo en la garganta para "pasearlas"; pero esa es otra historia.

Mi mascota favorita siempre fueron los perros. Siempre tuve perros grandes porque la casa de mis padres me lo permitía. Sólo tuve un French Poodle que me regalaron de cumpleaños a los siete años y mis padres eran ¡anti perros pequeños! En casa de mis padres la raza por excelencia era el pastor alemán. Cuando teníamos invitados y tocaban a la puerta, no preguntaban por quién querían visitar. Antes que nada preguntaban si el perro estaba suelto. ¡Ya se imaginarán lo que imponían los pastores! Además tenían nombres variopintos: Rasputín, Reina, Bola, Führer, Raffles. El caniche se llamaba Gorky y sin duda ¡el perro más cariñoso que tuve!

De hecho, cuando se murió el Rasputín juré convertirme en veterinaria para vengarme de los que lo habían diagnosticado mal y causaron la muerte de mi perro. Luego abandoné la idea, pero seguí persiguiendo el sueño de ser médica tomé un curso de paramédico. Así, a los dieciocho años cuando a mi perra Bola le dio un infarto al corazón, yo la abracé y le di respiración de boca a boca. Se murió en mis brazos.

Los perros son un amigo más y sus muertes duelen. Mucho. Quién no entienda eso de que "All Dogs go to Heaven" es que no ha tenido perros y no ha visto la película.

Cuando entré en la universidad, decidí ahorrar toda la paga de los domingos para comprarme un perro. Esta vez quería que fuese un Golden Retriever. Busqué el criadero y elegí una hembra. MICAELA.

Debo decir que guapa era un rato ¡pero era un culo inquito obsesivo-compulsiva! Su ambición más grande en la vida era comer. ¡Y no miento! Unas navidades brincó a la mesa para robarse el pavo y dejarnos sin festín navideño. Todos mis ahorros se fueron en una perra preciosa, pero demasiado inquieta. No le gustaba estar en casa. ¿Dónde habían quedado esas imágenes de Golden Retriever sentados sobre el sofá súper educados?

Lo confieso. No soy buena educadora de perros. No sé imponerme o quizás no soy el líder de la manada para que me sigan.

Cuando me casé, quería un perrito pequeño. Un Westy. Esos perritos tan chulos que se ven en todos los anuncios publicitarios. (No me culpes, soy publicista, y obviamente a los 8 años quise un San Bernardo como el de la película Beethoveen pero nunca se me logró).

Mi Santo me dijo que perro ni hablar. Los dos trabajábamos. Llegábamos tardísimo y tener un perro para dejarlo solo no era plan. Así que cuando se planteo la venida a León ¿adivinen? La triquiñuela fue ¡ahora si vas a poder tener perrito!

Y el perrito se convirtió en mi primer y único amigo en León por mucho tiempo.

¿Cómo llegó Torro a nuestras vidas? Por internet. Como otras cosas muy buenas que tengo.

Busqué y busqué porque en verano no había camadas disponibles y en eso ¡un criadero en Sevilla de una Westy hembra mexicana tenía camada! Eso era una señal.

Así que hice mi pedido y mi perro vendría en camino por correos.

- ¿Tú estás loca? ¿Quién compra un perro por internet? ¡Te van a timar ya verás! - me dijo mi Santo.

Yo estaba indignada. Los correos y las fotos eran claras. Yo recibiría un Westy precioso: pequeñito, esponjosito y lindísimo.

Fuimos a buscarlo una vez que nos llegó la notificación por teléfono. Íbamos muy nerviosos y obvio no me dejabande repetir una y otra vez que era una locura ¡y que me iban a timar!

Llegamos justo a tiempo porque estaban cerrando la oficina de correos. En la entrada había un transportín con un perrito blanco.

FEO. MUY FEO. DEMASIADO FEO.

Se me cayó el corazón al alma. Una vez más, mi Santo tendría razón. ¡Me habían timado! Pero aún así lo querría porque era mi perrito y yo su dueña. Lo saludé y me fui a la ventanilla.

-Vengo por mi perro, ese de ahí - y señale al perrito feo.

-Ah, pero ese no es su perrito, su perrito es éste. ¡Y me sacaron a Torro! ¡Ay que bolita de pelos más bonita!

Los dos nos soltamos a reír porque habíamos pensado lo mismo. Aún feíto lo íbamos a querer igual.

¿Y cómo le llamaríamos al perrito?

Quería un nombre original, llamativo y que me recordara mi México lindo y querido.

Torro.

No significa nada en México, pero en España digamos que puede significar algo....

Esa es la historia de cómo llegó a nuestras vidas Torro.

Es un Westy guapo peroooo es un perrito cabrón. Le ladra a los animales en la televisión, no tolera las bicicletas, los niños le parece una pesadez, tiene alma de gato pues odia que lo bañen, desconfía tremendamente del vecino y es el terror de la veterinaria donde lo llevo; pero cuando le pongo voz tiernona se hace pis de la emoción, se remolonea cuando estoy trabajando en el sofá, me hace feliz cuando sonríe y tiene que dormir en nuestro cuarto en una esquina sobre alguna prenda nuestra.

Así que gracias Facebook, por recordarme que hoy le tengo que dar un huesito a Torro y decirle ¡te queremos perrito cabrón!

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