Primero fue el boom de los centros comerciales, a principios del nuevo milenio, y ahora aparece una nueva amenaza: la liberalización de horarios comerciales. Las tiendas tradicionales sobreviven a duras penas y el proyecto de Ley aprobado por la Comunidad de Madrid que permitirá abrir 24 horas los 365 días será un peligro para ellas. Según la Confederación de Comercio de Madrid (Cocem), que representa a negocios pequeños y medianos, el 40% de los 70.000 comercios de la comunidad son compañías familiares, con uno o dos empleados, y para ellos será muy difícil abrir todos los días. Hilario Alfaro, presidente del colectivo, recuerda que, desde 2007, han desaparecido más de 5.000 comercios minoristas en la región con la consiguiente destrucción de empleo.
A pesar de este escenario, en Madrid perviven muchos negocios tradicionales, algunos con un siglo de vida a sus espaldas. Lotería Doña Manolita, Horno de San Onofre, las pastelerías Mallorca y Del Pozo, Casa del Libro, Turrones Mira, la jugueterías Así, Rodilla… Son algunos ejemplos en los que el trato cercano y la tradición son señas de identidad y sus principales bazas para sortear la crisis. A estos valores hay que sumar una cuidada selección de las materias primas en los casos de las pastelerías Mallorca, Del Pozo y horno de San Onofre, tres clásicos de la repostería madrileña.
Roscones y hojaldres
Ana Guerrero, hija del dueño y fundador de horno de San Onofre, señala que las ventas han caído un 20% desde 2007. Pero durante la primera hora de la mañana no deja de entrar gente en su establecimiento de la calle de San Onofre, ubicación del primer local de esta cadena de pastelerías que, cada Navidad, tiene colas de clientes a la espera de comprar sus famosos roscones de Reyes. “Se sigue comprando, aunque en menor cantidad. Si antes un cliente se llevaba un kilo de pasteles, ahora se contenta con medio”, explica Guerrero. Sus padres abrieron este local en 1972 y, poco a poco, fueron fidelizando a sus clientes. “Empezaron a hacer tartas de Santiago y San Onofre se convirtió en el proveedor de este dulce para los restaurantes gallegos que se abrían en la ciudad”, señala.
A finales de los 70, se abrió La Santiaguesa en la calle Mayor y, después, otros cuatro establecimientos. La firma cuenta también con una filial en la ciudad japonesa de Nagasaki. “Esta apertura fue pura casualidad”, relata Guerrero. “Hace años, tuvimos en prácticas a un estudiante de hostelería de esa ciudad. Resultó ser hijo de un importante fabricante de dulces del país nipón y así surgió la idea de montar un negocio conjunto en la ciudad”, concluye.
Los hojaldres y las tortas de chicharrones son los dulces más vendidos en la pastelería de El Pozo, creada por la familia Leal en 1830. Al frente del día a adía del negocio está ahora Antonio Pérez, quien muestra una reliquia de aquella época que se sigue usando: una caja registradora dorada. “Hemos vivido varias crisis y, después de todo, muchos clientes siguen siendo los mismos de siempre que vienen a comprar productos artesanos y de calidad”, explica.
Sin olvidar estos valores, Pastelería Mallorca ha dado un paso más y se acaba de sumar a la moda de las tiendas gourmet. Con doce establecimientos en Madrid, el de la calle Génova, abierto en 2011, ofrece delicatessen como quesos, foie y chocolates. “Si funciona este concepto, se podría ampliar a otros establecimientos”, según Carlos Arévalo, director comercial de la firma.
Otra moda, la del libro digital, ayuda a Casa del Libro a sortear la crisis. Félix Fernández, director de la cadena perteneciente a Planeta, explica que “se han incorporado al catálogo los formatos digitales y desde 1995 se vende por Internet. En 2011 se compró más de un millón de títulos por este canal”. La privilegiada ubicación de su local de Gran Vía, el primero de la cadena con 38 librerías en España, también ayuda a captar clientes.
Para Ángela Simón, propietaria de las jugueterías Así, “la especialización es la clave para aguantar”. La compañía ofrece juguetes artesanos que se fabrican íntegramente en su fábrica de Onil (Alicante).
Fuente: Expansión