España, liberalismo, ilustración, nación, América,... ristra de términos no exhaustiva que obligan a pensar en sus contrarios (no contrarios en el sentido de opuestos, tal vez en el sentido de complementarios, ya que la oscuridad es ausencia de luz, por lo que un término no se puede manejar sin tener en cuenta el otro). ¿Cuáles son esos contrarios? El de liberalismo es fácil, voto por absolutismo o Antiguo Régimen, en el de la ilustración podríamos elegir la revolución (con el problema de identificar reacción con ilustración...), opuesto a nación podría indicarse la tribu o la aldea y, contrario a América tal vez elijamos a Europa o a Euroalemania, no, mejor aún, a esa "Europa de los pueblos" que excita sexualmente a lo que entendemos como extrema derecha y nacionalistas de toda aldea.
¿Y España? ¿Cuál es el contrario de España? Hace siglos que los más cultivados ya indican la carga del término España. No existe ningún sistema de pensamiento o escuela de filosofía que se atreva a lanzar conclusiones y zanjar la cuestión de España, de ahí que exista el problema de España en tan hondo cariz que es imposible en los mismos términos hablar del problema del ser de Francia o del problema del ser de Alemania (por poner naciones equiparables, aunque tal vez no sean equiparables. Puede que el mejor espejo sea Portugal, el caso es que Portugal también ha formado siempre parte del problema del ser de España).
Crisis Seldon
En la genial obra de Asimov Fundación, el psicohistoriador Hari Seldon sale de su cúpula cada cierto tiempo -las crisis Seldon- y deja un mensaje a la gente del futuro -del presente- indicándoles dónde se encuentran y cómo continuar adelante. Al igual que en estas crisis, a España le convendría que se abriera alguna cúpula en alguna parte: ciertos momentos de nuestra historia marcaron un punto y aparte, cuando no un nuevo capítulo y estos momentos son perfectamente identificables. No tanto por el hecho disparador en sí, sino por la reacción que a los obsesionados provoca. Estos momentos, a bote pronto, y siempre podemos debatirlos, podrían ser: 1808, 1898 y 1978. Desde luego que no me refiero al año concreto, sino más bien a la época. A las consecuencias de cada época.
1808: un conflicto irremediable en el que España decide si quiere dejar atrás la infancia y asumir la madurez. Mediante las armas y frente a un enemigo objetivo metido en nuestras casas, tratamos de combatir a nuestros propios demonios. En las guerras civiles del XIX se comprueba que aunque no tuviéramos aquí al gabacho, probablemente más tarde o más temprano, los abuelos de nuestros abuelos deberían tomar improrrogables decisiones. Pero mejor no me meto en ucronías: aquí la sangre corrió por las calles y a un alto precio, con un resultado objetivo e incuestionable: España ganó su lugar en un mundo que tropezaba y caía en la modernidad con un desigual ímpetu ilustrado.
1898: a grandes rasgos, España, como viejo imperio, cedió el testigo de la historia a un nuevo imperio por nacer: los Estados Unidos. Por el camino dejamos parte de nuestro ser (la patria es la infancia, dicen). Será el desastre del 98 el punto culminante de la emancipación de los hijos. Puede discutirse si por anhelo de libertad (¿obtuvieron las repúblicas españolas de América la libertad que faltó en la península?) o por la desgracia de nuestros líderes (que buen vasallo sería si tuviera buen señor, dice nueve siglos antes, el Cantar del Mío Cid). Es tema de historiadores discutir si el enfrentamiento con el nuevo imperio era inevitable. También, explicar por qué España siguió mirando a América y no imitó a otras naciones europeas en la conquista del continente africano. ¿Qué nos movía a actuar así?
1978: no sé si todavía no tenemos suficiente perspectiva como para establecer en el último intento de fomento de la paz entre españoles, un punto y aparte en nuestra historia. Se sugiere que la España democrática es continuación de la dictadura. Al mismo tiempo es imposible no ver que los demonios vuelven a acosarnos. De forma más velada, tal vez, pero es incuestionable el hecho de que volvemos sobre los mismos temas: los mitos, la adoración a las piedras, el consenso pueblerino, la jactancia de la imitación de lo extraño... Existe hoy como nuevo referente, la Europa ésta de las oficinas burocráticas. Seguimos buscando fuera la fórmula mágica de nuestra salvación. A su vez, dentro, repetimos los debates de hace cien años. Desde 1978, estos debates se han convertido en una obligación administrativa.
Hemos cambiado en estos dos siglos, pero no hemos cambiado tanto como las apariencias dicen. Quizás es que nuestros problemas sean inherentes a toda humanidad. ¿A qué problemas me refiero? Destáquense: los mitos, las supersticiones, la abulia, el oscurantismo, la imitación... Somos un pueblo bulímico y muy paleto. ¿Lo remediaremos? Si la respuesta es afirmativa no lo sé.
¿Hay remedio?
Igual que no sabemos cuál es la solución definitiva a la Teoría del Todo, pero sí sabemos alguna característica de esa solución; de los remedios a nuestros problemas podemos intuir ciertas características: podemos estar seguros de que no saldrán de despacho oficial alguno, tampoco de las sinergias de nuestros rancios y calvos caballos blancos empresariales, ni de los salvapatrias flipados, no se cura un cáncer con otro cáncer. ¿Entonces, acaso todo es tristeza y desolación? No quiero dar esa impresión: a pesar de todas las ineficiencias del sistema (los palos en las ruedas), la mayoría de la gente sale adelante, con mayor o menor fortuna. Y lo que cuenta es la gente, no tener el mástil de bandera más alto, ni el mayor número de victorias en los mundiales. Un padre no quiere que su hijo sea el hombre más poderoso del mundo, ni la persona más admirada por los flashes, quiere que crezca feliz y sabe que para eso tiene que poner de su parte. También sabe que el misterio de la vida manda y que llega el día en que uno ya no estará allí para impedir que caiga al suelo. Sirva la comparación para establecer otra característica de los remedios de España: enseñar. La cuestión de la enseñanza siempre vuelve como un eco. Todos sabemos que es parte del conjunto de remedios: la educación es la panacea, con tan solo una generación educada de españoles, daríamos un paso de gigantes. Lástima que dediquemos gran parte de nuestras energías en otros menesteres más estériles.
Quien habla mucho comete muchos errores, así que dejo hablar a otros para hacer honor a esa costumbre tan hispana de eludir responsabilidades.
Desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de las masas. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como he dicho, que no tenga esta superioridad de espíritu es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor. El general Millán Astray desea crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por eso quisiera una España mutilada.
Unamuno
Hay en cada pueblo –dice él– cuyo arte y literatura alcanzan, cierto desenvolvimiento, numerosos eunucos intelectuales que no son capaces de engendrar una obra viva y que, sin embargo, llegan a imitar perfectamente el gesto de la procreación.
Estos mutilados constituyen, desgraciadamente, la gran mayoría de escritores y artistas de profesión, y su labor parasitaria anula frecuentemente el talento verdadero y espontáneo. Son los que se apresuran a constituir la escolta de toda nueva tendencia que la moda impone. Resultan siempre, por fuerza, los más modernos, porque ningún mandamiento de originalidad, ninguna conciencia artística les impide imitar constantemente, con el mismo celo, el modelo más reciente y desfigurarlo. Hábiles para apropiarse las exterioridades; plagiarios y pasticheurs decididos, se agrupan en torno a cada manifestación original, maleada o sana, y se ponen, sin perder tiempo, a fabricar contrahechos...
Max Nordau
Es muy fácil hablar con abundancia de palabras y con escasez de ideas, en un país que de palabras vive y admite como moneda de buena ley la mentira convencional y sin reservas. Nada más sencillo que parafrasear libros ocultos en tono dogmatizante y convencido. A los charlatanes y rapsodistas, a los glotones de libros, que hacen de la lectura un fin y no un medio, me dirijo. Porque creo que para ser verdaderamente nuevos, hay que serlo con la cabeza, y con el corazón, con la voluntad y con la idea, y nada me parece más ridículo que eso de colocarse en un sistema, para servir en él de zángano zumbón mientras los laboriosos trabajan. A los adulteradores de la moneda mental, a esos medios opacos que quieren prodigar transparencia, hay que refundirlos o abandonarlos por inútiles. Con ellos no resucitará nunca el ansia de saber en la multitud ignorante, porque la ciencia, como la fe, necesita trabajo, sinceridad y constancia; y el que en ambas vive como fariseo, hipertrofiándose en ellas, las atrofia.
Eloy Luis André
Nada conocemos menos que nuestra propia imagen. Nunca nos vemos en sueños por esto mismo; y a veces, en instantes de sorpresa, nuestra propia figura se nos aparece extraña. Contados retratos nuestros nos agradan; porque a más de esta ignorancia, hay en todos, hombres y razas, cierta dosis, mayor o menor, de narcisismo.
Bernardo de Quirós
Venimos siempre a este resultado: el americanismo es para nosotros una forma más de hispanismo. En el proceso reconstructivo que parece iniciarse en España, uno de los más eficaces estímulos que pueden influir en la vida nacional es América. Hemos de dar a aquel continente lo que podamos, en cada caso, en la medida que a los americanos les interese aceptar nuestros valores de todo orden; hacerlo, no sólo es cuestión de honor, sino vital. La percepción clara y tenaz de esa exigencia ha de obligar a España a subir el nivel de su cultura y de su eficiencia humana. Y si un día llegara en que el fondo común hispano lograra desarrollos nuevos y excelsos, el respeto, el interés y la comprensión mutuos labrarían por sí mismos el perímetro de la unidad ideal en que hubiésemos de movernos. Ese día, el ánimo separatista de algunos catalanes se esfumará como aspiración absurda, propia de un enfermizo provincianismo. Marruecos, hispanoamericanismo y catalanismo no son sino cambiantes facetas de la conciencia y la voluntad españolas.
Américo Castro