Ansiamos como agua de mayo la llegada de las vacaciones de verano. Cuando entra la primavera, yo por lo menos, ya me visualizo en la playa y estoy contando los días hasta que el calendario marca julio.
El último día de curro se me hace interminable y las horas pasan a la velocidad de un caracol cojo. Pero cuando salgo de la oficina y subo al coche, con la perspectiva por delante de un oasis de tiempo libre y diversión, me siento como Dios, la verdad.
El problema quizás es que albergamos muchas expectativas respecto a las vacaciones (voy a descansar, a relajarme, a disfrutar a tope…) y la realidad a veces se encarga de mostrar su cara menos amable.
El secreto está en aprender de tu primer día, el cual servirá de entrenamiento para superar con éxito el período de las maravillosas vacaciones.
POR EL DÍA SOL Y PLAYA
¡¡¡Estás de vacacioneeeeessss!!! Te pones tus mejores galas playeras: bikini, pareo, chanclas, toalla y crema solar. Te miras al espejo y sí, esa figura blanquecina tirando a gris no es Iniesta, eres tú. Pero… ¡no importa! Al anochecer serás de otro color (de la gama de los rojos, el más doloroso).
Llegas a la playa, visualizas la distribución de esterillas y sombrillas, y eliges ese rincón solitario en el que seguro estarás tranquila y relajada.
Pasados unos minutos de paz y serenidad, oyes unas voces que se acercan. Cada vez más y más… hasta que descubres con horror que TU RINCÓN ha sido invadido por la temida familia “Cientoylamadre” (todas las playas tienen una).
–Bueno, hay cosas peores–
Abres tu libro en un intento de abstraerte un rato de las historias de la abuela “Cientoylamadre” y los buenísimos chistes del tipo “Van 2 y el del medio se cae”.
Tu lectura se ve repentinamente interrumpida por los adorables hijos “Cientoylamadre”, unos híbridos perfectos entre Pelé y Maradona, que han nacido con una única misión en la vida: MOLESTAR.
– Señor dame paciencia… son sólo niños, cabrones pero al fin y al cabo niños… –
Tras cuatro pelotazos en la cabeza, uno en la barriga que casi te deja sin respiración y cero disculpas, decides que es muy buen momento para levantar el campamento y buscar otro espacio de terreno lo más alejado posible de ellos.
–Una retirada a tiempo es una victoria–
Pasas el resto del día rodeada de adultos (escogidos únicamente bajo 2 sencillos criterios de selección: no hijos, no pelotas); y en ese “impasse” incluso te olvidas del episodio anterior. Vuelve el buen humor, los pajaritos cantan y las nubes se levantan… hasta que cae el chaparrón, pero no de agua sino de la arena que te echan encima tus vecinos al sacudir sus toallas. Si no tuviera la conjuntiva llenita de granos les echaría mi “mirada Rayo Laser” al estilo CQC.
–Se iban a enterar…–
POR LA NOCHE CENA CON AMIGOS
Hay que ponerse al día con los amigos así que quedas con ellos para cenar en un sitio bueno, bonito y barato (o eso decían los precios de la carta).
Tras los besos y abrazos, el “qué bien te veo” y el “qué tal con Juanito”, lanzas LA PREGUNTA al aire: “¿Quién ha reservado?”
“¿No ibas a encargarte tú?”
“¿Yoooo?” (Pues va a ser que no…)
–Sábado por la noche, sin reserva y con una humedad del 90 %… pero ¡que el ánimo no decaiga!–
Te tiras más de 45 minutos de pie y acordándote de la madre del zapatero que diseñó tus tacones, pero entonces el camarero pronuncia las palabras mágicas: “Síganme por favor”.
¡Por fín!
Consigues reposar tu retaguardia en una (al principio cómoda) silla de plástico. Y esperas a que vuelva el amable señor para tomar nota. Y vuelves a esperar (por si acaso la primera vez no lo has hecho bien del todo).
Veis a los camareros pasar, emitís sonidos del tipo “Tchsssss-Tschssss” pero pobres… son todos sordos…. Alzas la mano y te das cuenta que además deben ser ciegos porque nadie os hace ni puñetero caso.
–Bueeeenoooo, me levanto yo esta vez–
Haces tu buena obra del día por tus colegas, te despegas (literalmente) de la silla y esperas agazapada tras una columna a que pase un camarero desprevenido para decirle que os atienda. ¡Y encima te pone mala cara el tío!
Conseguís pedir (sin saber aún que vais a estar la siguiente hora y media bebiendo cerveza para esperar los entrantes).
–Por si aún no te habías percatado, esto va para largo–
Siguen los segundos y los postres, y mientras, venga rular el vino por la mesa. Pronto olvidas el rato de espera y el dolor de pies. Te encuentras en medio de una animada charla, entre risas y anécdotas ocurridas durante el invierno y eso no tiene precio… ¿o sí?
–“Pedíos unos chupitos que esta cena la paga la Menda!” (dice el alcohol que corre por tus venas)–
La cuenta acaba de aterrizar en la mesa y de regalo ¡un sable!. Recordatorio para la próxima cena: invitar sólo a los chupitos del final, invitar sólo a los chupitos del final, invitar sólo a los chupitos del final…
Entre el sol, la arena, los tacones, el vino y el sableo, estás acabada. Es hora de irse a dormir.
De camino a casa sólo tienes un único pensamiento en mente, tu amado colchón. Amado hasta que se te ocurre apoyar tu abrasada espalda sobre él. “¡Por Dios! ¿¿¿Cómo lo haces faquir???”
Cuando te has hecho a la idea que no te queda otra que dormir boca abajo, empiezas a coger el sueño. Estás tan cansada que podrías dormir de pie. Y entonces cuando ya estás abrazando a Morfeo (y para rematar tu primer día de vacaciones) un susurro se va aproximando lentamente hacia ti…
–¿Cariño?—
Bzzzzz-bzzzzz-bzzzzz – Manotazo al aire –
Bzzzzz-bzzzzz-bzzzzz – Bofetada a tu propia oreja –
Bzzzzz-bzzzzz-bzzzzz – Cabreada como un mono, saltas hacia el interruptor, enciendes la luz, escaneas la habitación palmo a palmo y descubres con frustración que el dichoso mosquito domina a la perfección el arte del camuflaje, así que cortas por lo sano y vacías el bote de insecticida sobre tu lecho de púas y sobre ti misma, con la última esperanza de que sea lo suficientemente potente como para dejarte inconsciente y que, por lo menos, no te enteres cuando a ese chupasangre le entre el apetito.
Ya veis, el primer día de vacaciones igual no es tan perfecto como esperamos pero eso sí, superado éste ¡superados todos! Así que disfrutad de vuestras vacaciones los que tengáis la suerte de tenerlas y los que no, ya habéis visto que no son para tanto…