Revista Cultura y Ocio

Transiberiano, viaje a la inmortalidad de rusia

Publicado el 03 octubre 2017 por Elhombredelpiruli
El Transiberiano no es un tren, sino una línea férrea que vertebra, desde hace más de cien años, el territorio ruso, de oeste a este, de Moscú al Pacífico.
Atraviesa Siberia como una médula espinal que da energía, movimiento y vitalidad a un territorio inmenso que es el origen del poderío de Rusia, un país que depende de esos vastos territorios y que al tiempo lo convierte en una potencia inmortal.
Pero no siempre fue así. De Siberia vinieron las mayores amenazas. Los tártaros mongoles, al mando de Gengis Jan, derrotaron a los rusos 1223 en su propio territorio, y aunque después se retiró, sus sucesores enviaron sucesivas oleadas devastadoras. Mantuvieron en vasallaje a los rusos durante dos siglos y medio (1237-1480).
Fue el rey Iván III el Grande el que, en 1480 se sacudió, el yugo derrotando a los tártaros mongoles. Rusia entonces estaba muy atrasada porque los tártaros, nómadas de las estepas, habían perseguido y asesinado a los maestros canteros (no entendían el uso de la piedra) y a otros especialistas. El rey trajo maestros de otros países europeos para recuperar los oficios oficios perdidos.
El renacimiento cultural ruso se demostró con todo esplendor cuando, tras una nueva victoria sobre los tártaros mongoles, con la toma de su capital, Kazan,  el zar Iván el Terrible ordenó construir la imponente catedral de San Basilio (1555-61).  A partir de este momento, Siberia pasa a ser una oportunidad para Rusia, en lugar de una amenaza.
Desde entonces, Rusia no paró de extenderse por Siberia, gracias a las incursiones de los cosacos, que fueron creando fuertes y asentamientos cada vez más avanzados. Aunque el impulso definitivo para colonizar tan extenso territorio se debe al conde Gregory Stroganoff (más conocido por su famoso filete) que recibió la orden de colonizar todo el territorio.
Hoy Siberia es el 70 por ciento del territorio ruso, el país más grande del planeta. Sus vastas tierras contienes enormes riquezas, tanto minerales, como energéticas o ecológicas. Un dicho ruso dice que Rusia "chupa de la teta de Siberia". Los rusos se vanaglorian de que la Estatua de la Libertad, la torre Eiffel o el techo del Parlamento británico están fabricados con metales siberianos.
Pero fue la línea férrea del transiberiano, comenzada en 1891 por orden del zar Alejandro III, el acontecimiento que convirtió a un buen número de pequeñas ciudades que sobrevivían entre la nieve y la taiga, en poderosas capitales que hoy día superan ampliamente el millón de habitantes.
Es el caso de Kazán, la vieja capital de los tártaros que tantos quebraderos de cabeza trajeron a los rusos y que hoy da nombre a la virgen patrona del país.
Otra de las ciudades beneficiadas por el tren fue Ekaterimburgo, capital de los Urales, en la frontera entre Europa y Asia, donde hay un monolito con una línea en el que el turista puede poner un pie en cada continente. En esta ciudad, en la denominada casa Ipatiev, fueron asesinados el Zar Nicolás II (hijo de Alejandro III y quien terminó el transiberiano) y toda su familia en 1918 por los bolcheviques. Hoy, tras la caída de la Unión Soviética, esta ciudad se ha convertido en un mausoleo en memoria de la familia real, a quien la cada vez más poderosa iglesia ortodoxa rusa ha santificado a cada uno de sus miembros. Ha erigido una catedral en su honor y ha convertido en santuario de peregrinaje el paraje denominado Ganina Yama (fosa de Ganina) donde, presuntamente, se hallaron los cuerpos de Nicolás y su familia.
Novosibirsk (nueva ciudad siberiana) es la tercera ciudad más poblada de Rusia, después de Moscú y San Petersburgo,con millón y medio de habitantes. Debe su florecimiento a dos circunstancias. La primera, a que los ingenieros del Transiberiano eligieron, en 1893, este lugar para tender el puente sobre el río Obi, el séptimo más largo del mundo, con 3.650 km de longitud y que rinde aguas en el Ártico. La segunda fue la invasión nazi. El régimen soviético trasladó a la retaguardia muchas industrias, la mayoría relacionadas con la guerra, que luego, tras el fin del conflicto, se quedaron aquí y se transformaron en industrias de todo tipo. Hoy se la considera la capital científica de Siberia por la gran cantidad de investigadores y doctores que trabajan en la ciudad, aunque su actividad financiera no es poca.
Krasnoyarsk (Montaña Roja) es otra de las paradas del tren. Es mucho más antigua que la anterior. Data de 1628. En origen era un asentamiento para el comercio de pieles en la confluencia de los ríos Yenisei (quinto más largo del mundo) y Kacha, entre la taiga y la estepa. El crecimiento definitivo le vino con el ferrocarril y los exiliados del zarismo. Después, con el régimen soviético, se convirtió en el punto al que llegaban los deportados para ser distribuidos luego por los diferentes gulags siberianos. Aquí estuvo Lenin varios meses en 1897, antes de ser desterrado a Shushenskoye, un pueblo 500 kilómetros al sur. Se conserva el barco (convertido en museo) en el que hizo el viaje por el río Yenisei.
Pero la historia más romántica de esta ciudad es la que protagonizaron en la primera década del XIX el político ruso Nicolás Resanov, que daba la vuelta al mundo en misión diplomática, y Concepción, la joven hija del gobernador español de la Alta California, Darío Argüello.
Resanov, que ya tenía más de 40 años, conoció a Conchita, la hija de 15 años del gobernador, durante su visita a San Francisco. Se enamoraron enseguida y acodaron casarse. Pero para ello debía obtener el permiso del zar y la dispensa del papa, ya que ella era católica y él, ortodoxo. El diplomático siguió viaje, visitó Japón y regresó a Rusia por Siberia. En Krasnoyarsk se cayó del caballo, enfermó y murió. Conchita no se enteró de la muerte de su prometido hasta dos años después, cuando el médico de Resanov acudió a San Francisco a darle la noticia. Ella no se casó. Dedicó su vida a obras sociales. En Rusia se recuerda este trágico romance de varias formas: uno es la ópera "Yunona y Avos", que eran los barcos de Resanov. Otras es vodka Conchita, muy popular en Krasnoyarsk.
Irkutsk es quizá la ciudad más bella de las que atraviesa el Transiberiano. Está situada a las orillas del río Angará, un afluente del Yenisei, y es la puerta del espectacular lago Baikal. Tiene hoy algo mas de medio millón de habitantes y su fundación data del siglo XVII, como Krasnoyarsk, con origen comercial. Se explota el comercio con China: oro, marta cibelina, marfil de mamut...
Aquí vinieron deportados los autores de la revolución de diciembre de 1825. Eran militares y nobles que gracias a las guerras napoleónicas, habían tenido ocasión de conocer Francia y los países europeos y querían para Rusia un régimen liberal similar. Fueron deportados a Irkutsk, a donde llevaron un gran avance cultural. Se instalaron allí con sus mujeres y recibieron fondos de sus familias acomodadas de Moscú, lo que les permitió sobrevivir con relativa holgura a los rigores del destierro y los trabajos forzados. Muchos de ellos se quedaron allí cuando les llegó la amnistía, 30 años después.  El movimiento decembrista fue respetado por la revolución bolchevique, que lo consideraba un antecedente, y toda su actividad cultural se conservó, además de experimentar un fuerte desarrollo industrial.
Desde aquí, el tren alcanza el lago Baikal, que contiene el 20% del agua dulce no congelada del planeta. El lago fue un reto para los constructores de la línea férrea, que, en sus prisas, pretendieron tenderla sobre las aguas heladas. La guerra con Japón imponía ciertas urgencias. Pero una máquina quebró el hielo y se hundió en las aguas heladas. Se usaron entonces trineos para transportar los equipos y el material. Pasaron al otro lado, pero no el problema no quedó resuelto. Entonces se inició la obra de ingeniería más grandes de todo el Transiberiano: circunvalar el abrupto lado sur del lago con 39 túneles en una tramo de 80 kilómetros que denominaron Hebilla de Oro por su elevado precio. Estos 80 kilómetros costaron cinco veces más que el resto del trazado Moscú-Vladisvostok. Hoy es una ruta paradisíaca solo para el turismo que se hace en un tren especial no electrificado. En la orilla del Baikal está el pueblo Listvianka, una especie de balneario de vacaciones que se nutre del turismo que acude para disfrutar de sus espectaculares parajes.
Después de bordear el lago, el tren se aleja de la taiga para entrar en la estepa. Allí espera Ulan Udé, la capital de la república rusa de Buriatia, muy cerca de la frontera con Mongolia. Esta ciudad, de más de medio millón de habitantes, es una encrucijada de culturas y razas, caucásica, china y mongol. Allí está la cabeza más grande de Lenin, de casi ocho metros de alto y 42 toneladas de peso. Como no podía ser de otra forma, los rasgos asiáticos del busto fueron exagerados.
Desde aquí, en Transiberiano sigue hasta Vladivostok, aunque la ruta turística suele desviarse enlazando con el Transmongoliano para llegar a la capital de Mongolia, Ulan Bator. Son más de 8.000 kilómetros de recorrido, un cuarto de la esfera terrestre y cinco husos horarios diferentes.
Siberia tiene 13 millones de kilómetros cuadrados (26 veces más grande que España, que tiene medio millón, y más que Europa, con 10 millones) y no responde al tópico que los occidentales tenemos de ella. En invierno hace mucho frío, las temperaturas pueden alcanzar más de 40 grados bajo cero, pero en verano alcanzan  a veces los cuarenta sobre cero. Se han dado casos de diferencias de 100 grados entre el verano y el invierno. Pero la vida se acomoda con facilidad a este clima extremo, en especial en las grandes ciudades. Un siberiano te dirá que sufre con el calor, no con el frío. En los colegios solo se suspenden las clases cuando se llega a los 30 bajo cero. A medida que se penetra en Siberia y se avanza hacia oriente, es fácil ver por las carreteras vehículos con el volante a la derecha a pesar de que en Rusia el tráfico es como en el continente europeo. Se debe a que los siberianos compran coches de segunda mano en Japón (que se conduce por la izquierda).
El paisaje siberiano típico es la taiga, un bosque de abedules y alerces tan extenso como un mar, que se interpone a la vista durante muchos kilómetros del Transiberiano. De vez en cuando en esta pared verde se abren ventanas con ciudades, ríos, lagos y casitas de madera de abedul que ponen colores diferentes al verde y ocre de los troncos del alerce. Pero Siberia también es estepa y tundra ártica.
Las ciudades siberianas no tiene nada que envidiar a las occidentales. Disponen de rascacielos, de centros comerciales, grandes teatros, palacios de la opera, estadios deportivos, enormes plazas y avenidas, y barrios residenciales muy bien equipados. Gran parte de estas infraestructuras son de la época soviética, pero, como Moscú o San Petersburgo, en los últimos años han seguido creciendo para mantener entrenado el músculo de esta potencia descomunal que es Rusia.


Volver a la Portada de Logo Paperblog