Revista En Femenino

Trapitos al sol de una madre de hoy

Por Morochaurbana @morochaurbana

Delicias de la vida de una madre que hace “todo porque te rías…”

La maternidad en todos sus estados es muy linda.  El instinto maternal y todo eso que conlleva.  Pero hay algunas bambalinas que conviene ventilar, como los trapitos al sol, para que se pueda ir desmitificando un poco el asunto. Por ejemplo, para una madre con perfil de hija única, ser mamá de dos hermanos, es una cosa seria, a veces.  Otras me deja simplemente anonada.  Por ejemplo, los diálogos hermanales me siguen sorprendiendo.  Plena madrugada, esto es después de conciliar mi sueño a las 02.00 horas, mi hija se levanta, a las seis am, con alarma regettonera, sonando con sus decibeles al tope y entonando un reguetton. 

 

A veces, la verdad, preferiría un gallo; sería más natural el asunto.  Al menos para mis oídos.  Según su gusto musical su despertar es con: la noche está pa un remix…voltaje, heavy y otras yerbas, que no son del todo aptas, para la mañana, precisamente.  Pero, a mi hija, como dice ella, le cabe; conclusión, así están las cosas y mientras tanto su hermano, aprende.  Y para eso es un excelente alumno, todo lo que no es en la escuela.  Creo, que piensa: mi hermana es un ídolo.  Y yo, que todavía estoy asimilando que me tengo que levantar media adormilada pienso, combo: dos por uno.  Despacho a cada cual a la escuela y listo el pollo y la gallina.   Pero mientras tanto rebobino la charla mañanera de este par de hermanos, que para más datos son mis hijos, y conmigo constituimos una familia monoparental. Mi hija, dijimos, canta, y el otro repite sin tener la menor idea de lo que está repitiendo.  Como loro recién entrenado pero divertido a más no poder.   Además le encanta el ritmo reguettonero con lo cual, no terminaron de cantar los gallos que él está meneando sus caderas.  Yo que soy alérgica a las mañanas, pero ateniéndome a los deberes maternales, cumplo, con reguetton o sin él.  Y aunque abrir mis párpados es un poco como decirlo: fuerte, insisto en cumplir, nomás.   Mi hijo, que no sé a quién se parece, no soporta no ser el centro y ombligo del mundo.  Todo lo de la hermana lo quiere, todo lo que le escucha lo repite.  Para mal o para bien.  Sus maestras de primer grado dejaron de horrorizarse hace rato.  Al principio me miraban como bruja de la inquisición.  Suponiendo que mis hijos portaba mis influencias.  Cuando se enteraron que el benjamín tenía una hermana adolescente, se calmaron un poco, no demasiado, las aguas del escarnio.  Todo esto viene a cuento porque era insoportable para él, que el mambo de mi hija con la música, lo excluía por completo.  Con lo cual desplegó, seré insistente, en el transcurso de las horas que van desde las seis de la “matina”, hasta las ocho, hora en la que parte raudo y levitando de mi mano, porque muchas veces llegamos o justo o reverendamente tarde, todo el histrionismo del que era capaz para llamar la atención de su confraterna.  Evidentemente dedicada exclusivamente a su mundo feliz, esto es colgada de una nube; ya desde la mañana, para no andar perdiendo la costumbre.  Sin renunciar a su cometido después de desplegar toda su pantomima o por lo menos toda aquella de la que era capaz para esa hora.  Se dedicó a zarandear a su hermana.  Para qué, ahí ya empezó la guerra, sin cuartel,  de los hermanos.  Con lo cual, cual referí tuve que intervenir.  Sin otro más remedio.  Empecé con los sermones, de costumbre y los gritos italianazos no tardaron en aparecer.  Hasta que puchero, mediante, el pequeñín nos confesó, todo compungido: yo lo hacía solamente para que te rieras conmigo, hermana.  Sino no vale.  La hermana se enterneció.   Le pegó uno de esos abrazos, tan efusivos como las palmadas adolescentes que todavía no saben calcular su fuerza. Conclusión, su hermano mocoso y feliz fue a buscar su pulmón que con tanta afectividad quedó estampado contra la pared.  Y santas pascuas y planetas alineados, hasta que me avivé que por millonésima vez, tal vez llegaríamos tarde.  Se terminó el amor materno, fraternal y cada uno marche para su cucha.  Digo, perdón, ellos a la escuela y yo a trabajar.  En fin, delicias y escenas de la vida maternal. Por Mónica Beatriz Gervasoni – con La colaboración de Florencia Iara Rodriguez Gervasoni y Christian Thomas Gervasoni


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