El instinto de trascendencia del ser humano es tan grande que a veces despierta toda su ternura. Por ese afán de trascendencia, de perpetuarse, de no morir del todo al no ser olvidado, se han devastado ciudades, comenzado guerras, pasado a la Historia, en suma. Ese mismo afán mueve a los poetas, actores e investigadores a crear, a mejorar. No tanto por un acto de vanidad -nada reprochable por otra parte-, sino más bien por descubrir o aportar algo valioso al bien común en el sentido más platónico del término.
Con todo, este sentimiento, el de trascender para sentirse parte de algo, es común a todas las culturas. Les decía que a veces puede resultar fatuo, vacío y banal pero forma parte del ser humano. Es ese sentimiento de prole. De los abuelos cuando organizan la comida de Navidad y contemplan su obra.
Es el mismo sentido de las cápsulas del tiempo de los colegios americanos de 50 o de los envíos al espacio de señales encriptadas que tardarán generaciones en ser captadas… Somos nosotros. Estuvimos aquí.
Las pintadas de las cárceles, de las puertas de los baños, los dibujos e iniciales de las trincheras. La vuelta de tuerca máxima es un nuevo fenómeno mundial: emparedar USB en paredes de edificios públicos. Son los denominados Deaddrops.
Existen incluso tutoriales que explican cómo extraer la carcasa del pen drive, cómo incrustarlos en una pared de un lugar emblemático, en el que las personas puedan conectarse con un portátil ligero. Cómo hacer fotos y geolocalizar la enésima cápsula del tiempo a la vista de todos, accesible para unos pocos.
Dependiendo de la capacidad del pen el retrato de quien uno fue será más puntillista: Música, libros, ficheros… Secretos inconfesables que den alas a la teoría de la conspiración.