Los trastornos de ansiedad pueden afectar a cualquier individuo, contrario a lo que se piensa no se trata de un problema ocurrente solamente durante la adultez, la realidad es que los niños también la padecen y en gran porcentaje.
Las últimas noticias sobre el tema han dado a conocer que dos de cada diez niños presentan trastornos de ansiedad, según ha informado el Instituto Nacional de Salud Mental Honorio Delgado-Hideyo Noguchi, y de no ser tratados a tiempo exponen al niño a una gran cantidad de problemas extra, como un daño en la capacidad de relacionarse, un deficiente rendimiento escolar e inclusive, una depresión profunda.
Para reconocer un caso de trastorno de ansiedad en un niño hay que prestar atención a una serie de síntomas como las náuseas, los temblores, dolores musculares, bochornos y sudoración en las manos, fobias diversas, la sensación de ahogo, alteraciones en la concentración, tristeza, pesadillas y dificultades para relajarse, entre otros.
Los casos más comunes de ansiedad entre niños se presentan en situaciones cotidianas, por ejemplo, a la hora de hablar en público en situaciones escolares, a conocer nuevas personas en cualquier ambiente, o a visitas al médico o entornos que les provoquen algún tipo de preocupación, siendo sobre todo las niñas las más propensas a padecer de esos síntomas.
Se sabe también que aproximadamente la mitad de los niños con ansiedad tienen también un segundo trastorno mental o de comportamiento como lo es la depresión, los mismos se pueden presentar en esos pequeños por herencia de padres a hijos o de familiares cercanos, o desarrollarse en relación a la propia personalidad del niño y a las situaciones a las que se enfrenta, es decir, cualquier tipo de experiencia negativa que haya vivido, siendo entonces mucho más común entre niños que hayan vivido maltrato infantil.
Si un niño que padece ansiedad no es tratado tendrá tiempo para maximizar sus síntomas complicando aún más el cuadro con problemas de autoestima, problemas en el colegio y la falta de capacidad de disfrutar de las cosas, lo que lo expone a conductas negativas como la autodestrucción o el consumo de drogas o alcohol, por ejemplo.