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Traumfilm: regreso a La última ola y apuntes sobre el Nuevo Cine Australiano para “Films de culto del Siglo XX” en Cinearchivo

Publicado el 11 febrero 2011 por Esbilla

Traumfilm: regreso a La última ola y apuntes sobre el Nuevo Cine Australiano para “Films de culto del Siglo XX” en CinearchivoYo creo que esto ya lo he hablado aquí. La mayoría de las veces los que escribimos (de una manera más o menos modesta) tenemos cierta reticencia a volver sobre lo escrito. Cuesta más mirar hacia atrás que adelante y para hacerlo solemos necesitar un empujón. La oferta de encargarme de la sección este mes de la sección Films de culto del Siglo XX en Cinearchivo ha sido ese empujo que me ha hecho volver sobre un film que por otra parte me obsesiona, la obra maestra de Peter Weir, La última ola. El resultado ha sido más que un sencillo reciclaje, ha supuesto una inmersión nueva de la que ha solidificado un texto no solo corregido y aumentado, que se suele decir, sino profundizado, a la vez más pulido y más abierto. Principalmente por la materialización de un concepto (soy así de arrogante), que estaba antes pero que no había sido correctamente formulado: el del traumfilm, la película soñada, parafraseando el traumnovelle, el relato soñado de Arthur Schnitzler. Que creo expresa muy bien la cualidad fantastique única de esta película y de gran parte del cine de Weir desde Picnic en Hanging Rock. Una idea que además conecta con otras previas, tanto ajenas, la “mirada mística” que algunos autores anglosajones han adjudicado a Weir, como propias (no me excuso más), el “tiempo líquido” que ya he tratado de explicar en relación a otras películas y que sería algo así como la plasmación cinematográfica de un estado de duermevela, una narrativa entre mundos que pocos filmes han expresado con la apabullante mezcla de sencillez y magnetismo de esta joya.

Traumfilm: regreso a La última ola y apuntes sobre el Nuevo Cine Australiano para “Films de culto del Siglo XX” en Cinearchivo

peter Weir dando indicaciones a Richard Chamberlain y Olivia Hamnett

De rebote el artículo se amplía con una segunda parte dedicada a explicar brevemente al eclosión del cine en el país, el nacimiento, expansión y claves del Nuevo Cine Australiano, un periodo febril durante el cual se crearon algunas de las películas más extrañas y apasionantes de su época, verdadero cine invisible. Entonces y hoy.

Dejo dos extractos a modo de cata y ya no queda más que agradecer a Christian Aguilera (de quien a no mucho tardar habrá noticias por aquí) su labor de editor, enfocada a contener la torrencial segunda parte del artículo, la cual amenazaba con convertirse en un farragoso compendio de nombres, películas e interconexiones impracticables, nacidas de fusionar material preexistente proveniente de las reseñas de Wake in fright o Harlequín combinado con nuevas aportaciones. La última ola

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“(…)dos realidades interrelacionadas, la cotidiana y la del sueño, siendo además los sueños explicados como «una sombra de algo real». Una idea bellamente expresada durante la cena compartida por el protagonista y su familia con Chris, su contacto con el mundo tribal (David Gulpilil), y el brujo Charlie (Nandjiwarra Amagula) al que encarna de modo impresionante, en la que este se refugia en las sombras justo cuando Chris explica a Chamberlain esta particular concepción que le servirá a modo de vía de interpretación de sus propios sueños premonitorios. Burton es el epítome del héroe de Weir, es el hombre que quiere saber que hay detrás, como Truman, el que quiere desvelar el misterio definitivo aunque para ello deba apartarse o destruir incluso su propia realidad, como Allie Fox (Harrison Ford) en la minusvalorada La costa de los mosquitos (1986), personajes poseídos por una obsesión. La última ola ajusta con singular precisión un complejísimo módulo conceptual que permite atacar el film desde una inusitada cantidad de ángulos, acogiendo por igual esa antropología fascinante, la denuncia de la deriva de las tribus aborígenes y su progresivo exterminio y aculturación (1), una variante intelectualizada del cine de catástrofes, resabios
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paranoicos, horror sensorial y delirio onírico. Angustia existencialista y metafísica en un dispositivo asombrosamente armónico e inagotable, una de esas obras cumbres que demuestran como los niveles de lectura son los que hacen verdaderamente grande la ficción, sin volverla gratuitamente compleja, integrándose con naturalidad y dejando puertas abiertas por los que entrar (2). Así La última ola es, simultáneamente, un film mundano, una película de género con un recorrido argumental/dramático apasionante de seguir y un traumfilm, una película soñada que dirime parte de sus significaciones en espacios casi subconscientes, el tiempo de los mitos y no de los hombres, que es el que David Burton debe transcender si quiere comprender, para lo cual emplea recursos sensoriales (los símbolos, el ruido). “ (continuar)
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“(…)Dejando para otros formatos una exhaustividad que resultaría agotadora, imposible de abarcar en un espacio relativamente reducido como este, ya que hay que tener en cuenta que entre 1970 y 1985 (poco antes ya había comenzado a decaer la cantidad y calidad en virtud de la fuga de talentos a la industria norteamericana, Peter Weir, Bruce Beresford, George «Mad Max» Miller, Phillip Noyce y Fred Schepisi la cabeza) se produjeron nada menos que unas 400 películas. Es decir, en 15 años se rodó más que en todos los anteriores juntos, lo que da idea del descomunal impulso que supusieron las ayudas gubernamentales, dándose la particularidad de que, como no había industria previa ni establishment, el fenómeno no fue reactivo sino puramente creativo. Todo lo cual puede ayudar a explicar la descomunal explosión de entusiasmo, la variedad de propuestas y la velocidad con la que se extendió. Por ejemplo, el actor inglés David Hemmings, tras filmar en el país en Harlequin (1980) realiza su aportación seducido por lo acogedor del clima, rueda para la industria australiana uno de sus raros trabajos, en este caso una perla cercana a uno de os capítulos integrados en La dimensión
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desconocida,
The Survivor (1981), protagonizada por el magnífico Robert Powell, como piloto de avión que sobrevive a un accidente solo para cuestionarse la realidad que percibe a su alrededor. Aunque este quinquenio suele encapsularse entre dos grandes bloques (las divisiones son por fuerza reduccionistas), dos corrientes/influencias principales que podrían explicarse en, por un lado el underground norteamericano y por otro el cine británico preferentemente de época (5). Desde luego, esta catalogación es terriblemente difusa, especialmente desde el momento en el propio Peter Weir sirva de nexo (o realizando eso que en la música suele llamarse un crossover) entre ambas corrientes en virtud de su Picnic en Hanging Rock, una película más sorprendente aun en el momento de su estreno ya que su director, que entrega el que seguramente sea el film australiano más sofisticado hasta la fecha, provenía precisamente de las trincheras de underground, casi un punk aussie para el cual había filmado sus negras comedias anteriores Homesdale en 1971 y The Cars that Ate Paris en el 74. El gran éxito que supuso esta ya obra maestra del 75, una de las primeras películas que verdaderamente rompió las fronteras en el país, ejerció de acicate para profundizar en un fantaterror dotado de un lenguaje por completo singular que se materializaría en su forma definitiva en el año clave de 1977, a través de dos obras ya depuradas: la aquí tratada La última ola y la arriba mencionada Summerfield (…)” (continuar)

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