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Pinto trazos de palabras. Pinceladas aqui y allá. Un hombre quieto, un papel que vuela. Lleva escrito un adios, un hasta siempre. Un niño que juega y sueña. Da forma a sus tesoros, los guarda. En algún lugar de la memoria marca una X con el sitio exacto del tesoro. Pasarán cuarenta años y volverá al momento en que jugaba a rescatar princesas. Pongo la vida y la surco a trazos. Palabras. Las miradas. Aquel tipo del extremo de la barra busca otra mirada, y la mujer nerviosa no sabe que está mirando en realidad al camarero que la sirve. Y el camarero piensa a su vez que si ella vuelve mañana a lo mejor la invita a otro café para dejar a sus ojos que resbalen por su pelo. Y ella sueña, y ellos sueñan. Todo es normal y fantástico a la vez. Aquel quiosco es un castillo, ese guardia un caballero, aquella bici podría volar si tu quisieras. La vida es sueño que a veces podemos pintar a trazos de palabras. Aquella mujer está roja de amor, ese chico está verde de sueños, aquel anciano tiene en los ojos azul de mar. Me miro las manos y están manchadas del añil de algun sueño que no terminé de escribir.
Escribir la vida, en suma, más o menos de la misma manera que usa los trazos Michael Shapcott. Porque no llevamos esos trazos en el rostro, eso es cierto. Pero los podemos dibujar cuando nos salga de los sueños.
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