Si
Francisco José Garzón Amo, el maquinista del tren Alvia que se estrelló y mató
a 78 personas por ir a 190 por hora en lugar de ir a la mitad no hubiera usado
las redes sociales para demostrar una insensata pasión por ir a 200, nadie lo
vería como posible responsable de la catástrofe.
Pero ya está marcado: las redes sociales son armas que pueden dañar a quienes revelan sus pensamientos y cuáles son sus debilidades cuando escriben ingenuamente mensajes buscando aplauso ajeno.
Las
redes sociales como Twitter, Facebook o Tuenti encumbran nuestro ego. Nos hacen
creer que somos estrellas de programas populares de televisión, como si
nuestras locas ocurrencias merecieran
ser admiradas por el mundo, convertido en espectador y fan.
Esa
popularidad buscada se concentraba antes en los famosos. O en los periodistas
que aparecen en las pantallas, aunque normalmente los profesionales serios no
exponen su vida privada, sino sólo su visión de lo que les rodea.
Pero ahora
toda persona tiene acceso a la red, lo que democratiza la difusión de ideas,
pero que se vuelve peligrosa para quien revela sus aspiraciones y sentimientos.
Lo que
se escribe en internet, debe recordarse, queda para siempre, y nuestras emociones
de hoy quizás nos avergüencen o nos destruyan como al maquinista Garzón,
moralmente condenado por alocado aunque no fuera culpable.
Porque
se autorretrató en 2012 como amante de la velocidad por sus tweets en los que
hablaba de superar los registros de los radares de la guardia civil. Eran
bromas para sus compañeros, pero que denunciaban un catastrófico amor al
peligro.
¡Cuidado!: millones de jóvenes españoles usan redes donde descubren su vida, ideas e ingenuidad; muchos se vuelven así objetivo de pederastas y de otros depredadores físicos y morales.
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SALAS