Cobertura especial de Espectadores.
La Salada de Juan Martín Hsu, Ciencias naturales de Matías Lucchesi y Reimon de Rodrigo Moreno son algunos de los largometrajes nacionales que más expectativas causan entre los asistentes al 16º BAFICI. Los dos primeros son operas primas; el tercero oficia el reencuentro con el autor de El custodio. Mientras el de Hsu participa de la competencia internacional, los de Lucchesi y Moreno compiten en la sección argentina.
La Salada de Juan Martín Hsu
“¿Eso es La Salada?” preguntó una crítica al inicio de la función de prensa correspondiente, ante el plano general del entramado de puestos de venta montados en Lomas de Zamora, escenario donde convergen los protagonistas de las tres historias que Hsu cuenta en su primer largometraje. Acaso el director y guionista haya imaginado esta ficción pensando en ese desconocimiento que la periodista expresó, seguro sin proponérselo, en nombre de otros tantos connacionales ajenos -no sólo al fenómeno de los mercados y ferias populares- sino a los deseos, nostalgias, temores de los hombres y mujeres del mundo que se tomaron en serio el preámbulo de nuestra Constitución y vinieron a habitar el suelo argentino.
Bruno y su tío en representación de la comunidad boliviana; Yun Jin y su padre en representación de la comunidad coreana; Huang y la voz de su madre en el teléfono en representación de la comunidad taiwanesa. La Salada los contiene; suaviza las dificultades inherentes a la convivencia entre distintas culturas.
Hsu propone un retrato entrañable del crisol de razas que, en la vida real, más de un compatriota estereotipa, cuando no desprecia. Contribuye a la amable experiencia la reaparición de Chang Sung Kim e Ignacio Huang, actores que aprendimos a querer cuando vimos Graduados (en el caso del primero) y Un cuento chino (en el caso del segundo).
Por otra parte, La Salada excluye al argentino xenófobo (a cargo de Paloma Contreras, la versión más antipática de nuestra idiosincrasia es inofensiva). Sin embargo, algunos espectadores lo reconocemos en la butaca de al lado cuando en plena proyección exclama “qué asco” ante los planos detalle de algunos platos de comida oriental y cuando señala la pantalla con el dedo índice mientras pregunta si “eso” es La Salada.
Ciencias naturales de Matías Lucchesi
Paula Hertzog y Paola Barrientos conforman una buena dupla protagónica. La primera vuelve a lucirse en la piel de un personaje parecido a la nena de El premio (hasta conserva la característica de los cabellos revueltos, que tanto le había gustado a la directora de aquel otro film, Paula Markovitch). La segunda se las arregla para despojarse de todo gesto que pudiera evocar en el público el recuerdo de sus personajes de repercusión masiva en Graduados y en la publicidad de Banco Galicia.
Sin duda es injusto comparar una opera prima con el séptimo u octavo trabajo de los inigualables Luc y Jean-Pierre Dardenne. Pero lo cierto es que la irrupción de este antecedente resulta inevitable en la mente de algunos espectadores que reconocemos en Ciencias naturales el potencial de un novel realizador, aunque también la versión menor -apenas anecdótica- de una historia que otros contaron antes, y encima de manera magistral.
Reimon de Rodrigo Moreno
El autor de Mala época, El descanso, El custodio, Un mundo misterioso corre serios riesgos de (¿volver a?) incomodar al público con su reciente película, que el 16º BAFICI estrenó antenoche. Por lo pronto, cuesta imaginar a muchos compatriotas dispuestos a aceptar el triple desafío de 1) acompañar a una empleada doméstica en su rutina diaria, 2) repasar algunas de las observaciones que Karl Marx escribió en El capital, 3) asistir a la naturaleza escindida (por no decir hipócrita) de compatriotas en principio sensibles al análisis crítico del pensador alemán, y sin embargo tan habituados a subestimar/destratar al trabajador oprimido que limpia sus casas.
El título del largometraje sintetiza la falsedad de quienes parecen adherir a la denuncia marxista sobre la conducta perversa del capitalismo y luego se permiten cambiarle el nombre a la persona que pagan con algunos pocos billetes, preferentemente en negro (a menos que el Estado los conmine a blanquearla). Moreno subraya la mencionada mentalidad/conducta contradictoria y la pertinencia de las observaciones del imprescriptible Karl con un mismo recurso pedagógico que algunos calificarán de básico: sonoriza las escenas del traslado en tren y colectivo, del trabajo en distintas casas, del (escaso) descanso de Ramona con las voces en off de los patrones y sus compañeros de estudio mientras leen párrafos enteros de El capital.
La cámara sigue a la protagonista a cargo de Marcela Días como si estuviera filmando un documental. Los planos detalle de las manos ordenando escritorios y estantes con CDs y libros (vemos por lo menos dos de José Saramago) contribuyen a la caracterización de esta pequeña burguesía que lleva el corazón a la izquierda y el bolsillo a la derecha.