Las palabras están por todas partes: en el papel y en la piedra, en el aire y en la arena, en el agua y en los sueños. A veces permanecen ocultas, como tesoros, y otras veces están a la mano, como un buen amigo. Pero siempre son maravillosas.Y eso es lo que me han parecido algunas de las que he encontrado en los últimos meses y que me han sorprendido y encandilado, ya sea por su eufonía, por su significado, o por ambas cosas a la vez.
Mezquita-catedral de Córdoba
De todas ellas he elegido tres para presentárselas aquí a ustedes.La primera es tornavoz, que me resulta muy sugerente, misteriosa y evocadora.Según el diccionario, tornavoz es el “sombrero” o dosel que tienen los púlpitos, y que sirve para amplificar la voz del orador. Yo siempre creí que esos doseles eran elementos decorativos, y lo son, de hecho, pero nunca supe que además de una función estética tuviesen otra tan práctica como hacer que el sonido se amplifique y se difunda por toda la iglesia.
Al leer sobre esta palabra he visto que también se denomina “cupulín”, que me parece graciosísima, y que también tienen tornavoz —o cupulín— algunos sitiales e incluso algunos campanarios, para orientar el sonido de las campanas. Tornavoz. Tiene poesía, ¿verdad?La siguiente palabra tiene también que ver con lo religioso o eclesiástico. Se trata de archimandrita, que me parece de una sonoridad espectacular y que, leída fuera de su contexto, me hubiese desconcertado absolutamente. Es una palabra de origen griego (archimandrítēs) que denomina al superior de un monasterio de la iglesia ortodoxa, y que significa literalmente “jefe del redil”, en alusión al “rebaño” de Cristo.Y la tercera de hoy, que en última instancia también tiene que ver con el mundo de las creencias y lo espiritual, es la fantástica eudemonía. Y digo fantástica no sólo por su sonido, sino porque indagando en su etimología y su relación con otros términos, he visto que tiene mucho que ver con lo que en su tiempo fueron creencias y que para nosotros hoy pertenece al ámbito de la fantasía.Eudemoníaprocede del griego εὐδαιμονία, que tal como la define el diccionario es el “estado de satisfacción debido generalmente a la situación de uno mismo en la vida”, y tiene que ver con la ética de Aristóteles, denominada eudemonismo.
El caso es que esto de la eudemonía y el eudemonismo me sonaba a mí, y seguro que a ustedes también, a otra cosa que no tiene mucho que ver con la felicidad ni con la ética. Como siempre, acudí a la etimología y me fijé en que la palabra está compuesta por el prefijo eu-, que como saben ustedes significa “bien”, “correcto”, y daimon, que significa espíritu o genio, y también, claro está, demonio.Entonces consulté la etimología de demonio y el sabio Corominas me confirmó que esta palabra deriva del griego daimonion, que a su vez es diminutivo de daimon.
Pero ¿por qué la palabra eudemonía asocia lo bueno, la dicha, con un concepto como demonio?Pues resulta que el término daimon se refería originalmente a los “genios" o deidades inferiores, que vivían, según la tradición, entre nuestro mundo terrenal y el mundo de los dioses, actuando como mensajeros o intermediarios entre ambas esferas. Entre estos seres semidivinos estaban por ejemplo las ninfas, que habitaban en las aguas, los bosques, las montañas; los angeloi, que dieron origen a los ángeles del cristianismo; y los faunos, que, representados con pezuñas, cuernos y cola, son el origen de nuestra tradicional figura del demonio, a la que el cristianismo otorgó un carácter maligno.
Para terminar, cabe recordar que antes de adoptar el término griego los romanos, denominaban numen (numina en plural) a estas divinidades inferiores, y de ahí procede la palabra numinoso, a la que ya le dedicamos atención tiempo ha.
Ya ven ustedes que, como hemos dicho otras veces, al tirar del hilo de una sola palabra podemos ir formando una curiosa madeja, que nos revela las muchas y sorprendentes conexiones que enlazan a unas palabras con otras, y el nexo inseparable que une a las palabras con la vida.